Hemos perdido la sensibilidad ante los hechos que nos rodean.
Víctor BeltriEl fotógrafo especializado en nota roja, de la realmente dura, acaba por perder la sensibilidad ante los sucesos que registra. En cierto sentido, ha perdido la capacidad de asombro. Así, ante un accidente o un suceso espantoso, no se limitará a tomar unas cuantas fotografías que ilustren lo ocurrido, sino que buscará los ángulos en que las heridas se vean más impactantes, o los escenas sean aún más dantescas. La sangre, las vísceras, los huesos expuestos. Lo que a cualquier otra persona le quitaría el sueño se ha convertido en algo cotidiano, en parte de su vida. Podría comer, incluso, con la mayor tranquilidad mientras hace su trabajo, y al mismo tiempo bromear con sus colegas. Sus fotografías serán parte, al día siguiente, de la portada de una revista amarillista: “Mirola, siguiola, matola.”
El mayor problema de nuestro país consiste en que hemos perdido, a la manera de los fotógrafos anteriores, la sensibilidad ante los hechos que nos rodean. Somos perfectamente capaces de escuchar, en las noticias, el parte de guerra con el número de muertos del día, y las palabras “desmembrado” “descuartizado” o “decapitado” se han vuelto macabramente cotidianas.
Hace falta mucho para que nos asombremos, o para que denunciemos algún acto criminal: también nos hemos acostumbrado a vivir rodeados de ilegalidad y crimen. Desde los pequeños actos de corrupción hasta el vecino que todo mundo sabe que no tiene una ocupación lícita: prácticamente nadie lo denuncia, nadie se asombra, y vivimos cada vez más inmersos en una realidad que no es, en absoluto, normal. Y, en el colmo de los absurdos, somos capaces de corromper al agente de tránsito que nos pretende infraccionar por estar mal estacionados mientras compramos piratería, y saludamos al dueño de la (narco) tiendita de abarrotes donde sabemos que, además, se vende droga; pero, en cuanto nos sentimos víctimas directas de la ilegalidad, no atinamos sino a culpar al gobierno.
Vivimos en una situación completamente anormal. No puede ser normal, en primer lugar, tanta sangre derramada, tantos muertos, hayan sido sicarios, narcotraficantes o víctimas colaterales. Pero tampoco es normal esta disociación de nuestros actos cotidianos con el estado de la nación. No podemos seguir creyendo que todo es culpa de alguien más: ni los ciudadanos pensando que todo es culpa del gobierno ni los partidos diciendo que es culpa de algún partido rival ni el mismo gobierno afirmando que la culpa es de otro país por no revisar sus propias leyes.
Así, podríamos reformar la legislación cuantas veces queramos; modificar la constitución; otorgar más recursos o comprar nuevo equipo para la policía. De nada servirá ninguna de estas acciones si no nos damos cuenta, antes, de que un país está formado, esencialmente, por ciudadanos, que deben de participar, cuidar y vigilar la función del gobierno.
Esta debe de ser la función de la ciudadanía. Exigir al gobierno que cumpla con su mandato, de forma eficiente y transparente, pero también suplir sus deficiencias, de forma ordenada y a través de los mecanismos adecuados, involucrándose plenamente en lo que debería de ser un actuar concertado: estado y sociedad civil trabajando, de manera conjunta, para garantizar el bienestar de la comunidad entera. Para cambiar al país. Es la única solución.
Hoy es 2 de enero. A la par de la resaca de las festividades, es el momento de los deseos y propósitos que casi nunca se cumplen. Esta vez podríamos tratar de hacer un propósito conjunto: recuperar nuestra capacidad de asombro e indignación ante la situación que vive nuestro país, y decidirnos a actuar, a hacer algo al respecto. A ser ciudadanos de verdad y repetirnos que esto no es normal. Para lo demás, dejar de fumar, beber menos, y bajar de peso, ya habrá tiempo. El próximo año.
*Analista político
contacto@victorbeltri.com y twitter.com/vbeltri
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