Juan Villoro
Cada año, la agencia Gallup hace un sondeo sobre los índices de felicidad y descontento en el planeta. A fines de 2010, 53 países fueron consultados sobre sus expectativas para el año que comienza. Según comentamos la semana pasada, Francia ganó el trofeo del pesimismo y Nigeria el del optimismo.
La encuesta compara lo que se tiene con lo que se desea tener. No es fácil analizar expectativas. Los países emergentes se muestran más "contentos" porque aspiran a avanzar y los países desarrollados más "tristes" porque temen retroceder.
Entre las 53 naciones que expresaron sus corazonadas no se encuentra México. Ignoro si esto se debe a nuestro peculiar trato con la objetividad. Contestar en forma directa nos parece maleducado.
En los días que corren, un anuncio del IFAI muestra que aquí la información no viaja en línea recta. Una ciudadana pregunta: "¿Me podrían decir cuántas vacunas ha comprado el gobierno?". La respuesta es una miniatura de teatro del absurdo: "Así es, señorita. ¡El que sigue!".
La amable voz que representa al IFAI aplica la transparencia al estilo Cantinflas: admite tener la información pero no la da. Acto seguido, pronuncia una frase atenta que no amerita contenido: "¡El que sigue!".
El anuncio ofrece una radiografía acci- dental de nuestra identidad: como la verdad no peca pero incomoda, preferimos la cortesía difusa al dato que tal vez sea incómodo. Cuando nos preguntan cómo nos va, rara vez incurrimos en la grosería de decir la verdad. "Bien", responde el mexicano cordial, "¿o quieres que te cuente?", agrega si tiene confianza. La franqueza requiere de un pacto (y algo de tequila).
¿Cómo habríamos salido en la encuesta de felicidad? Es posible que no derrotaríamos a los alegres nigerianos porque el triunfo absoluto no es lo nuestro, pero disputaríamos el cuarto lugar con China.
Los mexicanos pasamos por días de sangre y de zozobra, pero nuestro trato con la desgracia es peculiar. Los datos nunca han podido con nuestras ilusiones. Tener evidencias nos ayuda a saber que nos libramos de algo peor. También nos convence de que el destino nos debe una. Si el maltrato se repite, eso no es pésima noticia: el destino nos debe dos.
En pocos países se discuten tantos proyectos como en México. Para nosotros la planeación no modifica la realidad. Se trata de una terapia. Incluso hemos creado un espacio gastronómico para discutir las esperanzas: el desayuno de trabajo.
A las 11 de la mañana (horario de enor- me productividad en sitios aburridos que viven encadenados a la vida real) miles de mexicanos dan su último bocado a los chilaquiles y disfrutan lo que les han prometido. En el desayuno de trabajo, el país se reinventa de una manera que nos favorece personalmente. De poco sirve suponer que será difícil concretar eso: las iniciativas no se mancillan realizándolas. Según expresa nuestra Ley de Conservación de la Energía Emocional: ilusión que no se cumple, se recicla.
En La increíble hazaña de ser mexicano, Heriberto Yépez analiza la antipatía que genera el logro individual en una sociedad que vive para lo incumplido. Una atávica superstición nos lleva a pensar que lo bueno se gasta si se usa, y se eterniza si se pospone. Los logros pertenecen siempre al porvenir. Es ventajoso aprovecharse hoy del día de mañana.
"Calmantes montes", dice el político curtido en mil campañas: "Si llegáramos rápido a la meta, no podríamos seguir avanzando".
En esta tierra promisoria, tomarse las cosas "con filosofía" significa hacerlas muy despacio. La sabiduría camina pian pianito. Otro lema esencial: "el que se enoja, pierde". No se trata de un axioma contra el mal carácter sino contra el error de pasar de la indignación a los hechos. Buscar otra salida, "enojarse", no conduce a nada. La resignación protege el páncreas.
Sería injusto acusar al mexicano de conformista porque es mucho más raro. Sabe que las cosas están mal y se ufana de ello. Ante la mención de un problema, el responsable contesta: "Voy mucho más allá: las cosas están peor". Si presumes del tráfico que encontraste en Calzada Anáhuac, alguien te supera con el desastre de Ermita Iztapalapa. Conocer un daño hace que otra persona informe de un oprobio superior.
El mexicano es consciente de la catástrofe en la que se halla inmerso. Una gran destreza mental lo lleva a superarla en plan simbólico para no arriesgarse a fracasar en plan realista. Si la ruina es inminente, te gastas tus últimos ahorros y pides que te sirvan de una vez pa' todo el año. Así, la desgracia no parece una maldición del destino sino un drama elegido.
En nuestro peculiar manejo del tiempo "ahorita" equivale a un retraso indefinido y "para siempre" a una sugerencia. Esto da un amplio margen a la ilusión. "Soñar no cuesta nada", así reza nuestra principal certidumbre económica.
Cuando Gallup diga "¡el que sigue!", sabremos mostrar nuestra mexicana alegría. Comencé diciendo que podíamos rivalizar con China, pero mi argumentación me ha motivado mucho. Como buen mexicano, propongo aspirar al campeonato: "¡Vamos por Nigeria!".
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