A mediados de diciembre Mohamed Bouazizi, un tunecino de 26 años, se prendió fuego a lo bonzo a manera de última, terrible forma de protesta. Como no encontraba ningún otro trabajo, se ganaba la vida vendiendo frutas en un carrito por las calles, pero los policías le pedían mordida con frecuencia, lo molestaban casi siempre, y lo humillaban rutinariamente.
Terminaron por confiscarle el carrito, golpearlo y escupirle a la vista de todos. El hombre no soportó más y se prendió fuego delante del Ayuntamiento, después de que el regidor local se negara a verlo.
Su acto dio origen a las protestas que derribaron hace unos días el gobierno de Ben Ali en Túnez. En los siguientes días al menos cinco hombres en Egipto, uno en Argelia y otro Mauritania han imitado a Bouazizi, lo que preocupa a los gobiernos de esos países y a los líderes del mundo árabe en general, que creen que estos actos pueden encender la mecha de protestas y sumir en la inestabilidad la vida política de la región.
¿Qué posibilidad hay de que el gobierno de nuestro país también esté viendo con preocupación lo que sucede en Túnez? Dicho de otra forma, ¿qué posibilidad hay de que haya caído en cuenta de que la situación de desempleo, frustración y falta de oportunidades puede desencadenar protestas populares, y que la situación le preocupe tanto que, para evitarlo, haya decidido promocionar la vida como narcotraficante como una salida laboral para los jóvenes?
¿Le parece un disparate? A mí también. Pero entonces, ¿cómo explicar –y cómo llamar, porque disparate le queda pequeño– que el gobierno permita que los dos medios más importantes del país, los únicos que llegan a prácticamente todos los mexicanos, entrevisten en horario estelar a un narcotraficante?
En un país donde la gente de a pie tiene miedo de hablar en público de sicarios y narcotraficantes, y los medios de comunicación –amenazados por los cárteles– autocensuran las noticias de levantones, balaceras, y muertos, el JJ apareció con gel en el cabello y ropa de calle, hablando con maldiciones y en control. Acusó a los federales de “calentar” a uno de los testigos que hay en su contra. Confirmó que la policía lo protegía (“Ya no”). Se burló de su entrevistador, ensució el nombre de su víctima más conocida, y no mostró la menor contrición por sus actividades. Presumió de tener “trabajadores”, de haber movido cantidades considerables de droga en los barrios ricos de la capital, y dio ejemplo (al menos en pantalla) al aceptar su caída con estoicismo.
En un país donde la policía se ensaña con los débiles, y el único trabajo posible para muchos consiste en vender chicles en las esquinas y limpiar vidrios en los semáforos, ¿cuál fue el aprendizaje? Si te metes al narco tendrás dinero y respeto, y si te sabes mover, no sólo irás a los antros de moda, sino que te admirarán. Tendrás gente a tu cargo y guardaespaldas, serás jefe; vestirás ropa de marca y tus novias serán reinas de belleza.
¿Y la moraleja? No atraigas la atención pública sobre ti: mientras no le des un balazo a un personaje conocido no tendrás problemas. Si el JJ fue a dar a la cárcel fue por un momento de calentón, no por narco, porque en México con dinero baila el perro.
Sería bueno hacer una encuesta: ¿a cuántos de los jóvenes que vieron la entrevista les brillaron los ojos? ¿Y cuántos pensaron, “Yo no cometeré ese error”?
A otra parte de la población, en cambio, el evento le transmitió sensaciones diferentes. Se dice que lo que no sale en la televisión no existe; si volteamos la ecuación, sólo existe lo que sale ahí. La abundancia de personajes y noticias relacionadas con el narco hace que buena parte de la sociedad sienta que todo el país es como el mundo donde se movía el JJ: lleno de narcos matones, guardaespaldas prepotentes, bares atendidos por meseros que hacen la vista gorda, federales corruptos, famosos –artistas, futbolistas, empresarios– que llevan vidas turbias, mujeres a la venta y drogadictos a los que no les importa que su dealer trabaje para el matón de moda, e incluso –si hacemos caso al JJ– lo admiren y le compren más.
Esta distorsión de la realidad fomenta la polarización, y conduce a la gente a trincheras ideológicas; entre el miedo, la desesperanza y la paranoia, la sociedad mexicana se está partiendo. Raymundo Riva Palacio habló del tema hace unos días, a propósito de los comentarios que recibió por un artículo donde cuestiona el comportamiento de la Marina. Otro ejemplo en la misma línea: Salvador Camarena escribió hace unos días una columna en la que habla de cómo el gobierno y los medios de comunicación han creado la figura del narco Superstar, y más de la mitad de los comentarios que recibió son insultos a su persona, acusaciones de vendido, y tomates por el estilo.
Así está el nivel del debate. Si criticas la política de Calderón eres antipanista, si trabajas en Televisa eres por definición un vendido y un manipulador, si piensas que ni el Ejército ni la Marina deben combatir al narcotráfico con métodos de guerra sucia eres un periodista blandengue que raya en lo traidor — y mejor no tocar nada que tenga que ver con López Obrador o Peña Nieto.
¿A alguien le interesa que la paleta de grises en la discusión pública sea tierra quemada, que las posiciones se radicalicen, que a todas las discusiones sobre política y narcotráfico se les eche gasolina encima y se les prenda fuego? No a la sociedad. Votemos por quien votemos, no es buena idea que las elecciones del 2012 estén centradas en cómo los candidatos planean luchar contra los narcos.
PD Aunque podrían empezar, por cierto, por no invitarlos a la televisión.
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