sábado, 29 de enero de 2011

Arde Africa


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Las revoluciones africanas -como la actual rebelión en Egipto- nunca han contado con un público occidental muy atento. Menos aún con nuestros gobiernos preocupados por las carnicerías que allí se ejecutan, a menos que se vean amenazados algunos de sus intereses económicos. Más bien se les suele ver de reojo como el inevitable costo histórico de vivir en medio de la barbarie. Los dictadores de esos países son más bien amigos de las grandes potencias, por no llamarles simplemente títeres. Si no se muestran amistosos en la apertura de sus fronteras al saqueo de las transnacionales, pues se les derroca en menos de lo que canta un gallo.

Los ciudadanos africanos, por su parte, no son personas ante los ojos de un occidental blanco, sino potenciales inmigrantes, miserables, hambrientos, indocumentados o terroristas. El racismo que perdura con fuerza en el alma de los europeos y norteamericanos blancos se esconde forzosamente bajo la cortés circunspección de un rictus silencioso o bien se explaya a través de furibundos comentarios de desprecio. Los europeos y norteamericanos no se acostumbran, no se pueden acostumbrar a la idea de ver de igual a igual a los magrebíes, centroafricanos, latinoamericanos, asiáticos o árabes. El resto del mundo sigue siendo ante sus ojos un patio pintoresco, folclórico, extravagante, donde incluso sus matanzas y revoluciones tienen el mismo sabor morboso de una película hollywoodense de extrema violencia.

Hoy parece tocarle el turno al África (que ha contaminado con su resfrío al cercano oriente), ese inmenso continente tantas veces saqueado, esclavizado, arrasado por la codicia blanca. Sus dictadorzuelos podrán caer como palitroques, pero los verdaderos responsables de esos fratricidios han sido, son y seguirán siendo los grupos hegemónicos de las grandes potencias occidentales, a quienes hoy se les ha sumado la misma China, con su afán depredador.

Quisiera creer que esta vez la población civil africana, sedienta de justicia y democracia, podrá derribar definitivamente a sus perversos opresores. Sin embargo, mi conocimiento de la dinámica histórica no me permite aventurar ningún pronóstico muy optimista.


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