Tal parece que la reaparición de Diego Fernández después de su prolongado secuestro, fue un montaje y un manejo mediático más de Televisa y el Grupo Milenio. Interpreto que lo que se buscó con ello, fue justificar y legitimar la fallida y cada vez más impopular “guerra” de Felipe Calderón contra la delincuencia organizada, reposicionar al desdibujado Partido Acción Nacional ante la población, encontrar a un personaje surgido de entre sus filas que despierte simpatías y credibilidad para relanzar el proyecto 2012, o simplemente distraer de los graves problemas coyunturales que aquejan al país.
Su irrupción estelar a todo color, de costa a costa, de frontera a frontera, en cadena nacional, bajo el auspicio de los López Dóriga, Carlos Marín y Cía., representó una parafernalia digna de la mejor telenovela trágica con un final feliz. Como que todo estaba fríamente calculado.
El Jefe Diego es un personaje surgido de entre las entrañas del sistema mismo. Un personaje que ha sabido aprovecharse de la política y del dinero, sabiendo colocar sus piezas y combinar ambas cosas en beneficio propio, de su partido y del sistema que lo catapultó. Prepotente, voraz, impositivo y manipulador todo él, encontró en su propio secuestro el escenario ideal para resurgir de entre las cenizas como el Ave Fénix, como víctima, cuando él ha afectado a la nación y a millones de mexicanos con sus gestiones, cabildeos, litigios, negociaciones y tranzas.
Pero todo eso se borra y se olvida por su secuestro y estelar reaparición. “Bravo”, “bien”, “señorón”, “Jefe”, le decían a Diego periodistas de la fuente, mientras él posaba altivo en el portón de su casa. De eso se trataba, precisamente, de mostrarlo, enseñorearlo y catapultarlo como buen político, como maestro de la manipulación mediática que es.
Es evidente que se cuidó en exceso su presentación, exhibido con esa frondosa y bien cuidada barba blanca. En las pantallas de TV (que tanto le gustan), no parecía ser un hombre recién liberado después de más de 7 meses de cautiverio.
Ante la propuesta de La Tuta de celebrar con el gobierno un pacto de no agresión, con indignación decía semanas atrás Alejandro Poiré, el vocero de Seguridad Nacional, que el Estado mexicano no negociaba con el crimen!! (faltaba más). Pero entonces nosotros, todos curiosos, nos preguntamos: ¿Los familiares y socios de Diego si pueden?
Usted lo vio, nadie se lo contó: Antes que el Ministerio Público interrogara a Diego por un asunto tan delicado como un secuestro tan prolongado, se dio el lujo de ofrecer tantas conferencias de prensa como le vino en gana, posar a las puertas de su hogar y, tranquilamente, meterse a descansar (a menos que hubiera sido liberado con anticipación para rendir antes que nada y como debe ser, su declaración preparatoria). Y al otro día, de nuevo con los medios hasta que se cansó y los corrió bajo amenaza de requerir a la fuerza pública (¿"señorón"?).
Lo que hace falta es saber si en realidad existen los “Misteriosos Secuestradores”, si el secuestro de Diego fue una proclama de un grupo reivindicador de la justicia social escindido del EPR u otro, lo que vendría a sumarse a los dolores de cabeza de Felipe.
Por lo pronto, el caso Diego cumplió fielmente con el objetivo de distraer de cosas muy graves, como por ejemplo opacar el artero crimen de Marisela Escobedo, mujer que buscaba en vano ante Calderón y el gobernador Duarte justicia por el crimen de su hija Rubí, y que encontró en su causa su propia tumba.
El caso de Rubí –y ahora el asesinato de su madre, que han llamado fuertemente la atención de la comunidad internacional-, demostró los errores y el fracaso, hasta hoy, del Sistema de Justicia Oral impuesto en Chihuahua, al igual que en estados como Baja California, Zacatecas, Morelos y otros.
La explosión en San Miguel Texmelucan, Puebla, peor todavía, ya que, hasta ahora y según cifras oficiales, ha costado la vida a 28 personas y más de 60 heridos (aunque los pobladores afirman que hay más muertes). Esta tragedia evidenció la impunidad y la incapacidad del Estado Mexicano para prevenir y combatir las tomas clandestinas de hidrocarburo; desnuda que hay complicidad y corrupción en Pemex para encubrir la ordeña, como bien nos ilustra la periodista Ana Lilia Pérez de la revista Contralínea.
Según la periodista de investigación en entrevista radiofónica con Carmen Aristegui, el Estado ya estaba advertido del grave riesgo para la población de San Miguel Texmelucan, por el paso de los ductos de Pemex por una zona densamente poblada, responsabilidad que recae directamente en la Secretaría de Gobernación y en su Dirección de Protección Civil, así como en el gobierno de Puebla del Gober Precioso, advertencia que ya estaba prevista en el Atlas de Riesgo de la región. Pero así como nada se hizo en su momento, es obvio que este es uno más de los casos que van al cajón de la impunidad.
Y el affaire Diego cae también como anillo al dedo para opacar la nueva sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos contra el Estado Mexicano (la cuarta en el año), por el caso de tortura a manos del ejército mexicano, en 1999, de dos indígenas guerrerenses ecologistas, Rodolfo Montiel y Teodoro Cabrera, condenando nuevamente al Estado Mexicano a desahogar en la justicia ordinaria los casos de violaciones graves a los derechos humanos cometidos por militares contra civiles.
Lo dicho, el Jefe Diego, una Estrella más del Canal de las Estrellas.
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