domingo, 19 de diciembre de 2010

El asesinato de Marisela



Álvaro Cueva
Ojo por ojo

19 diciembre 2010
alvarocueva@milenio.com

Yo no creo que el asesinato de Marisela Escobedo Ortiz haya sido un simple acto de venganza. Hay demasiados cabos sueltos.

Para empezar, México comenzaba a sentir algo parecido a la esperanza después de la detención de Jacobo Tagle, el secuestrador y homicida de Hugo Alberto Wallace, una de las historias de terror más vergonzosas de los últimos años.

Todos estábamos muy contentos, reconozcámoslo, y veíamos a Isabel Miranda de Wallace, la mamá de Hugo Alberto, como el símbolo de una victoria, como la demostración viva de que, a falta de una autoridad competente, cualquier persona podía hacer el cambio.

Lo que le estoy diciendo no es cualquier cosa, porque a raíz de esta noticia, en cuestión de días, sucedió de todo.

¿Como qué? Como la autocrítica del Presidente. ¿Se acuerda? La euforia generada por la lucha de Isabel Miranda de Wallace llevó a Felipe Calderón a regañar a su gabinete.

Palabras más, palabras menos, lo que Calderón le dijo a su gente fue que la sociedad civil estaba resultando más eficiente que ellos en la resolución de determinados conflictos.

¿Sabe usted lo que esto significa? ¿Lo que debió haber provocado hacia el interior del equipo de Felipe Calderón?

¡Y luego le dan el Premio Nacional de Derechos Humanos a Isabel Miranda de Wallace!

¿Usted cree que esto le haya gustado a todos los funcionarios de nuestro país? ¿Usted cree que esto dejó muy contento al crimen organizado? ¡Por supuesto que no!

En eso, como cosa hecha adrede, asesinan a Marisela Escobedo Ortiz, que era algo así como una sucursal de Isabel Miranda de Wallace. ¿A usted no se le hace demasiada coincidencia?

México apenas estaba comenzando a pensar que valía la pena exigir justicia cuando nos matan, de la manera más brutal, a una madre de familia cuyo único pecado era haber luchado por condenar al asesino confeso de su hija.

México apenas estaba descubriendo que protestar contra la delincuencia podía funcionar, cuando le dan un balazo en la cabeza a una pobre mujer por atreverse a protestar para que se le hiciera justicia a su hija muerta.

¿Puede haber un mensaje más macabro que ese video que le ha dado la vuelta a casi todos los medios de comunicación?

Esa escena amplificada hasta el cansancio de ese ser humano corriendo por su vida y cayendo al suelo de un plomazo pesa más que cualquier narcomanta que cualquier medio se haya negado a difundir.

¡Es monstruosa! ¡Es una advertencia! Es: mira lo que te va a pasar, pueblo de México, si te sigues atreviendo a creer que vas a poder salir de esto. Mira lo que te vamos a hacer si sigues exigiendo justicia.

¿Qué nadie se preguntó eso antes de difundir este video? Lo que nuestros niños, usted y yo hemos visto a todas horas no ha sido una película de Hollywood, no han sido efectos especiales, ha sido la imagen de una persona de carne y hueso perdiendo la vida.

¿A usted no le llamó la atención estar ahí, frente al monitor, mirando una muerte de verdad? ¿Usted no se pudo a pensar, ni por un momento, en lo que estaba pasando a nivel mediático y social?

¿Hasta ese grado hemos perdido la capacidad de asombro? ¿Ahora nos vamos a divertir mirando asesinatos?

Todos hemos condenado la muerte de Marisela Escobedo Ortiz, ¿pero cuántos han condenado la transmisión de ese video?

No se necesita ser muy astuto para detectar que en algunas partes hicieron show con él sin pensar ni en la intimidad de esa señora ni en el impacto emocional de esas escenas en el pueblo de México.

Todo ahí era espantoso: la vulnerabilidad del espacio público, la indiferencia de los transeúntes, la ausencia de autoridad, el hecho de que ningún vehículo haya hecho algo para detener a los delincuentes.

Es horrible lo que pasó ahí, pero no es menos horrible lo que pasa cada vez que esas imágenes nos machacan el sistema nervioso asustándonos, reclamándonos por haber sentido algo parecido a la esperanza, por haber creído, por haber pensado que esto se podía solucionar.

Hoy estamos más solos que antes, más indefensos que nunca. Hoy le aplicaron la ley fuga a nuestra ilusiones.

Tenga miedo, asesinaron a una persona como usted o como yo, la mataron por exigir justicia y los medios nos reeducaron mostrándonos una y otra vez el instante de su muerte para que a la próxima nos quedemos callados. Tenga miedo.

¡Atrévase a opinar!

alvarocueva@milenio.com

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