María Teresa Jardí
En condiciones normales, efectivamente 2011 podría ser un año interesante para los ciudadanos que se interesaran por seguir lo que pasa al interior de los partidos políticos. Aunque, en general son pocos, incluso ciudadanos, los interesados en todos los lugares en dar seguimiento a lo que tendrían que ser aquí definiciones ideológicas. No se diga del resto de gobernados que no se interesan, en general, sabedores de que los candados existen y están bien cerrados, por esas minucias, en condiciones normales. Una minoría suele ser la que elige y no importa el color del elegido cuando las leyes marcan las cortapisas del actuar de los funcionarios. Y cuando castigar quieren a la derecha, esos que votaron por ella, votan por la izquierda y cuando se trata de castigar a la izquierda los mismos votan por la derecha.
Olvidar que en México vivimos una guerra de exterminio es ir demasiado lejos. Ahora migran los ricos y son recibidos con las puertas abiertas por el gobierno vecino. Llegan y compran casas. Trasladan su dinero, cuando desde antes en bancos de ese país no se hallaba guardado y aunque una pequeña parte sólo fuera la que se gastaran en México. Lo que tampoco ya no va a ser. Se convierten en ciudades fantasmas las que al río Bravo tienen por frontera. Mientras, en México, se hace el favor al imperio de incluir en la limpia a los migrantes pobres que entran por el sur de México.
Nada es normal hoy en México. No tenemos gobierno. No tenemos policía y no tenemos partidos políticos que, marcando sus diferencias ideológicas, convocar puedan a la ciudadanía a acudir a las urnas. El fraude está de regreso. E incluso, a partir del fecalismo, legalizado se encuentra. La telecracia se encarga de vender a su favorito como un producto chatarra más, de entre los muchos con similares características que en la telebasura se anuncian, impulsando a comprar, comprar, comprar, tal cual marcan los cánones del capitalismo.
Se ha ido asumiendo el que la muerte tiene permiso de asesinar a mujeres, jóvenes y niños pobres (incluso por la vía de achicharramiento), cuando no están incluidos también los hombres pobres.
Basta con observar la ausencia de arreglos navideños, como no los hubo de cara a las Fiestas Patrias, para ver que la desazón va ganando la partida en un país donde el pueblo ha sido condenado a no enterarse siquiera de que vive permanentemente deprimido. Desestructurados estamos también los mexicanos. Como perdida tienen su estructura ética las instituciones.
Y 2011 no se aproxima como un buen año. Tres décadas perdidas son demasiados años en la corta vida de los seres humanos y la amenaza de que la situación continuará por los mismos derroteros de una guerra, que ni es guerra, pero que claramente es fallida, a lo largo de otros diez años, no ayuda a recobrar la esperanza en un futuro menos canalla para la inmensa mayoría.
La ciudadanía se ha ido convirtiendo en sorda, ciega y muda. Y la clase media, con la limosna que le tiran está mayoritariamente domesticada.
Somos un pueblo admirable sin vocación guerrera. Y de ahí las suspicacias que, al menos, nos van dejando la certeza, de que la certeza no existe. Y que incluso un secuestro, como el de Fernández de Cevallos, puede ser un montaje, parte de la farsa impuesta, como forma de vida para el pueblo mexicano, por desgobernantes, usurpadores, que al pueblo limpian de pobres.
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