El Universal
La única institución decente que queda en México es el Heroico Cuerpo de Bomberos. Es la única radicalmente respetada, unánimamente querida y admirada. Sólo los bomberos están más allá de toda duda, tienen garantía de por vida, netos y legítimos por encima de cualquier sospecha. Son la última encarnación del desprendimiento y el avatar postrero de la solidaridad. ¿Quién más -aparte de Cristo y los bomberos- elige una profesión que trae la inmolación incluida?
Que su adversario sea lo que es define su carácter. En su “Oda al fuego” lo explica Neruda: “de todos mis amigos,/ de todos mis enemigos,/ eres el difícil”. Materia precariamente domesticada, la chispa enloquece y engendra al incendio, el enemigo perfecto, el enemigo puro que carece de agravantes sociales o atenuantes económicos, no vota, no apoya, no compra ni vende: es la enemistad sin coartadas, la destrucción despiadada y ciega, una furia que, más que mala, es la forma elemental del mal. Y a eso se enfrentan los bomberos con un heroísmo igual de ciego y decidido. Por eso el poeta Carl Sandburg, que fue bombero, dice que, a diferencia de los soldados, cuando los bomberos duermen “no hablan, no lloran, no gimen”.
He visto incendios: las largas lenguas rojas lamiendo edificios, el barullo de las sirenas, el infierno anticipado, los remolinos de tizne, los vidrios estallando, los gritos del terror primigenio; y he visto llegar a los bomberos, armar sus escaleras, dominar los chorros de agua e ingresar al cataclismo con arrojo de héroe mitológico. Y vi salir, de la boca del horno tatemado, cubierto de lodo y ceniza, al joven matalumbre cargando a una creatura, y luego de entregarla a la Cruz Roja se quitó su traje a manotazos, se sentó en la banqueta escupiendo baba negra, aún con su penacho de humo encima, y un compañero vino y le vació encima una cubeta de agua.
La página web (www.bomberos.df.mex) incluye la síntesis de sus convicciones: “abnegación, valor, sacrificio”, valores irritantes en estos días borrosos de héroes con megáfono y valentías con fuero. El bombero -continúa su decálogo- protege “al pobre y al rico, al débil y al fuerte”, sin “banderías políticas o religiosas”; es amigo del niño y el joven, respeta al anciano, es caballeroso y cortés con las mujeres, es “gallardo y humilde, incansable en el trabajo” y el “servicio a la patria es la razón de su vida”. La rúbrica de esa fe es la conciencia de la muerte agazapada 30 veces, en promedio, cada día.
Un bombero del DF gana 11 mil pesos mensuales. Su expectativa de vida es limitada, asediado no sólo por los peligros propios de su oficio, sino por cánceres súbitos, colapsos cardiacos, metabolismos sofocados. No exigen ni esperan mordida, no piden papeles, no condicionan, ni roban ni gesticulan (aunque un infeliz, Juan Antonio Zárate, su “jefe de servicios generales”, burócrata sin casco, fue arrestado en marzo por fraude). Los bomberos “gallardos y humildes”: quizás una medalla, un día, o la familia de sobrevivientes que les lleva una olla de mole agradecido. No hay muchos datos: en 2007, los 3 mil bomberos del DF tuvieron un presupuesto de 325 millones: equipo viejo, precariedad, incertidumbre. Y en septiembre de 2007, según la prensa, la Procuraduría Fiscal del DF -en lo que pareció una broma insalubre- les asestó un requerimiento de 5 millones de pesos por pagos atrasados… de agua. El jefe de bomberos, Raúl Esquivel, explicó con laconismo y sin ironía: “En todos los eventos utilizamos agua”…
En la misma página web se reproduce un himno ramplón que parece escrito por un piloto kamizaze: “Es mi anhelo mayor el poder/ dar mi vida en holocausto./ Es mi deber cuando en mi puesto estoy./ Salvo vidas en peligro/ nada me importa morir./ Con mi equipo voy bien puesto/ a combatir al fuego funesto…”. No es baladronada: la página incluye una lista de 100 bomberos muertos en cumplimiento del deber. El último registrado, en 2008, se llamó Carlos Gómez López; el primero, en 1914, se llamó Salvador Bella. Un nombre que, desde luego, incluía su vocación.
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