martes, 30 de noviembre de 2010

Más allá del Papa




Roberto Blancarte


30 noviembre 2010
blancart@colmex.mx

La tormenta desatada por las declaraciones del Papa acerca del condón es reveladora del momento por el cual atraviesa la Iglesia católica en su conjunto. Por un lado, los sectores más liberales, apoyados por la práctica cotidiana de la gran mayoría de las y los católicos en esta materia, celebran la pequeña rendija abierta por Ratzinger, aunque ésta sea mínima. Entienden, con justa razón, que esta diminuta apertura del Pontífice romano, aun si no fuese su intención, se podría convertir en el primero de otros pasos tendentes a un cambio de perspectiva en materia de sexualidad. Otros, los más conservadores, también con justa razón, quieren explicar que el Papa no pretendía más que justificar el uso del condón en un caso específico (la prostitución masculina), pero que eso no altera las enseñanzas de la Iglesia o el magisterio pontificio en materia de sexualidad o de contracepción. En el fondo, toda proporción guardada, está sucediendo algo parecido al momento en el que el Papa Juan XXIII llegó a la Santa Sede y pidió que se abrieran las ventanas para que la Iglesia se aireara. Lo que sucedió fue que con medidas como el Concilio Vaticano II se metió no sólo un poco de aire, sino un ventarrón. El asunto ciertamente va más allá de las declaraciones del Papa y, como suele suceder (por eso es tan bonita la Iglesia católica), cada quien interpretará lo dicho por él a su manera.

Para los que no saben de qué estoy hablando, hay que recordar que el papa Benedicto XVI, en un libro entrevista (Luz del mundo) que los pontífices no suelen acordar, sino que más bien organizan con algún periodista reconocido, dijo que en “algunos casos” el uso del condón está justificado y puso de ejemplo “cuando un prostituto utiliza un profiláctico”. Agregó que “ello puede ser el primer paso hacia una moralización, un primer acto de responsabilidad, consciente de que todo no está permitido y no se puede hacer todo lo que uno quiere. Sin embargo, esa no puede ser la verdadera manera para vencer el sida. Es necesaria una humanización de la sexualidad”.

Me parece que, en el fondo, el Papa más bien está hablando de una humanización de la Iglesia, pues hasta ahora la institución había sido absolutamente intransigente y sorda a la epidemia del VIH/sida. Estamos frente a una enfermedad que ha diezmado poblaciones enteras y afectado a millones de personas, dejado miles de huérfanos y personas desamparadas. El reclamo de muchos gobernantes y fieles a la Iglesia es que no podía seguir no sólo ignorando, sino incluso negando los hechos. El propio Ratzinger, en un momento tan reciente como lo fue su viaje a África, seguía culpando al condón de la epidemia, en lugar de admitir que podía constituir un método efectivo para evitar la propagación de este mal. Uno puede preguntarse: ¿qué fue lo que hizo cambiar al Papa en tan corto tiempo una posición tan intransigente en la materia? Y aquí, independientemente de la respuesta, algunos se preguntarán más bien por qué tardó tanto la Santa Sede en pronunciarse positivamente al respecto, mientras que otros seguirán pensando que el Papa se apresuró en sus declaraciones.

Por lo mismo, llaman la atención las diversas reacciones a lo declarado por el Sumo Pontífice. Sobre todo de muchos que inmediatamente se han vuelto más intransigentes que el mismo Papa y se han apresurado a proteger la ortodoxia doctrinal; como si no quisieran que la pequeña abertura hecha por Ratzinger para dejar que circule el aire se convierta en un chiflón o en un torbellino que altere todo. Lo curioso es que el papismo de siempre se convierte en una velada crítica al Pontífice, a través de una defensa a ultranza de la doctrina “tradicional” establecida en realidad hace muy pocos años por los mismos pontífices.

Todas las discusiones acerca de si la versión en alemán se refería únicamente a los prostitutos en masculino, aunque en la versión italiana se hablara de prostitutas en femenino, sobre si el Papa tenía en mente tanto a hombres como a mujeres, como lo afirmó Lombardi, el portavoz de la Santa Sede, obviamente con la aprobación de Ratzinger, en realidad lo que señalan es una creciente división dentro de la curia romana y de la jerarquía católica mundial. Que el portavoz vaticano aclare que “el mensaje es que hay que evitar poner en riesgo la vida del otro, un primer paso hacia la responsabilidad”, no es cualquier cosa. Y sin embargo, es sintomático que, por su parte, el vocero del Episcopado mexicano, si bien señala que la CEM apoya la postura del Papa, se apresura a enfatizar, desde una perspectiva conservadora, que la Iglesia no cambia de postura y va a mantener su doctrina ante los anticonceptivos. Como si precisamente no se quisiera que la rendija abierta por el Papa se vaya a convertir en una verdadera transformación de la posición de la Iglesia ante la sexualidad y la anticoncepción.

Más allá de lo dicho por Benito XVI, lo cual sin duda tendrá más repercusiones en el futuro, lo que estas reacciones anuncian es el inicio de una batalla entre quienes, a pesar de su intransigencia, quieren una Iglesia más humana y los que parece importarles más la institución o la doctrina que los seres humanos. Y como telón de fondo la avanzada edad de un Papa cada vez más cansado y su inevitable sucesión.
blancart@colmex.mx

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