miércoles, 27 de octubre de 2010

La derrota de un sueño

Querían ser policías, maestros, deportistas,profesionistas. Hoy son amas de casa, narcos. O huyen de la violencia

Alejandro Suversa/ Enviado
El Universal


SIERRA DE SINALOA. En 1998, subí a lo más alto de la sierra de Sinaloa donde la mayoría de la población se dedica a sembrar marihuana y amapola. Las niñas y niños de una escuela primaria respondieron dos preguntas: ¿Qué quieres ser de grande? y ¿qué hace falta en tu comunidad? Los 75 estudiantes de segundo, tercero, cuarto, quinto y sexto año pusieron su respuestas en una hoja.

Algunas niñas dijeron que querían ser doctoras y enfermeras para curar a la gente y para aliviar a sus familias. Maestras para enseñar a los niños a leer y escribir. Licenciadas para escribir frente a una computadora o para ayudar a sus padres porque decían que ellos no tenían dinero para comprarles ropa, zapatos y todo lo necesario.

Los niños escribieron que querían ser licenciados para ver las cosas más importantes y para ser ricos. Karatecas para saltar y romper ladrillos. Boxeadores para ser como el sinaloense Julio César Chávez. Judiciales, soldados, policías federales para aprender a tirar con armas de fuego y atrapar delincuentes. Ministerios Públicos para sacar a los que están encarcelados sin culpa y sin delito. Uno de ellos, quería ser ganadero para tener muchas vacas y hacer mucho queso porque estaba caro. Albañiles y arquitectos para mejorar su comunidad. Muchos querían ser pilotos para viajar por todo el mundo y llevar gente. Uno dijo que quería ser piloto, pero le daba miedo. “ A ver si no me caigo”, escribió.

La realidad era que más de 20 varones escribieron que querían ser pilotos porque veían aterrizar a las avionetas en las pistas clandestinas que bajan por la droga. Hoy hace doce años después regresé para ver qué había pasado con esa generación infantil. En qué se habían convertido y cuáles beneficios habían llegado a su comunidad. Esta es la historia de un pueblo en la sierra de Sinaloa y de esos niños que ahora tienen entre 18 y 22 años de edad.

Cualquiera pensaría que la visión de un niño puede ser muy superficial , pero en comunidades como ésta, sirve de termómetro para medir el atraso y los cánceres que han afectado desde hace décadas a los pueblos de la sierra de Sinaloa, que limita con Chihuahua y Durango, en el llamado triángulo dorado del narcotráfico, aquel que fue lanzado a la fama por el capo Rafael Caro Quintero y su tío Ernesto Fonseca, Don Neto y, donde hoy se presume, se esconde el líder del cártel de Sinaloa, Joaquín El Chapo Guzmán.

Más de 100 familias, cuatro tiendas de abarrotes, un preescolar, una escuela primaria, una secundaria comunitaria, una casa de salud que funciona con contribuciones voluntarias, una cancha deportiva, un camino de terracería severamente accidentado. Todas las viviendas funcionan con luz de rejilla solar. Ese es el pueblo, un lugar donde paradójicamente la vida es más cara porque todos los insumos tienen que venir de abajo y los tenderos deben recuperar lo que gastaron en el traslado de cada producto.

De la generación de la sierra encontré que la mayoría de la niñas --excepto dos, que estudian en Los Mochis y en Guamúchil-- son madres de familia. De los niños, 33, dos se fueron de la región porque les mataron a un hermano y existía el riesgo de que también las muerte los visitara a ellos. Los 31 restantes ahora son sembradores de marihuana y amapola. Esa fue la generación que produjo la sierra en esta comunidad.

Los niños de la cartas fueron apareciendo, entre ellos, me encontré a uno que en aquel entonces estudiaba quinto año de primaria. Dijo que había intentado salir a estudiar al municipio de Guamúchil y que ahí hizo dos años de secundaria, pero que la vida lo había tratado muy mal porque sus padres no mandaban dinero y el no pudo encontrar trabajo. “Tuve que echar pa’ tras”, dijo. Otro más me contó que el ni siquiera tuvo la chance de salir del pueblo porque desde los 12 años dejó la primaria y se metió en las barrancas a sembrar marihuana al lado de su padre.

Amapola para Estados Unidos

En la comunidad de esos niños, que ahora son jóvenes, coinciden la falta de otras opciones de vida, el atraso y la siembra de enervantes, pero un hombre que vive aquí desde hace 90 años tiene una explicación y memoria y lucidez inaudita. Dice que el gobierno de México, en el periodo del presidente Manuel Ávila Camacho (1939-1945), dio permiso al gobierno de Estados Unidos de utilizar esta zona para la producción de amapola y goma para producir heroína y enviarla a los soldados estadounidenses que combatían en la Segunda Guerra Mundial. “El gobierno de Estados Unidos buscó y halló esta zona propicia para la producción de la amapola y después de mariguana”, dice el viejo que lleva un paliacate sudado de varios días alrededor del cuello y un sombrero empolvado ya casi sin forma. No se lo inventó. Diversos documentos de esa época y especialistas del narcotráfico, como Luis Astorga, han hablado acerca de ese fenómeno.

Cualquiera puede pensar que este tipo de siembras hace ricos a los habitantes de la sierra, pero la realidad no es así. “Es como si sembraras frijol o cualquier otro tipo de semilla, pero seguimos siendo campesinos. Lo único es que te da para mantenerte todo el año”, me dijo un serrano.

De este pueblo salen dos tipos de sembradores. Los que junto con su padre, juntan un poco de dinero y siembran un pedazo de marihuana o amapola. Y los que --como dice, uno de los pocos hombres más letrados de la comunidad-- juntan dinero, invierten en la siembra, cosechan, se compran un rifle y después se van más arriba de la sierra para unirse a cuadrillas enormes que defienden los sembradíos más grandes con AR-15 y AK-47, así sea contra el Ejército o la Marina. O también contra grupos rivales que intentan robar la mercancía madura o cosechada.

“Aquí se siembra maíz y fríjol sólo para comer. Si se tiene una vaquita, se mata para comer o se vende para invertir... porque la mayoría depende de la otra siembra (la de la marihuana o amapola) para sobrevivir”, dice el hombre, quien alguna vez participó en el aserradero que hace algunos años funcionó en esta zona hasta que una empresa privada terminó de saquear la madera.

“El problema principal es que la mayoría de la gente, de la plebada (jóvenes), no sabe hacer otra cosa, aquí no hay nadie que se dedique a la hortaliza, no hay quien sepa hacer muebles, cepillar una tabla, reparar una llanta, no saben mecánica. Algunos se van y estudian, pero por falta de dinero a los pocos meses regresan a seguir sembrando porque a pesar de todas las cosas que vivimos, aquí se está mejor, por lo menos tiene uno para comer”, dice un maestro de secundaria.

Sin preparación y sin ayuda

“Poquito que ninguno de los jóvenes tiene la visión de prepararse y poquito que el gobierno no ayuda. Aquí se podrían hacer muchas cosas, se puede sembrar maíz, cebolla, chile verde, se pueden aprovechar el durazno, la manzana, la ciruela de España, el chabacano. La solución sería poner alternativas, instrucción de parte del gobierno sobre técnicas agropecuarias, enseñar a la gente a trabajar, poner una carretera para sacar lo productos porque así toda la ganancia se va en transporte y la gasolina”, dice el hombre. “A los jóvenes se les hace muy fácil irse para el barranco a sembrar...el muchacho siembra, cosecha, se compra un carro, un rifle. Nos ganó ese asunto, hasta ahí vamos, ese es nuestro presente, eso es lo que tenemos ahorita, y como no ven otra cosa, se nos replicó todo. Quizá lo pudimos haber manejado desde mucho más atrás, pero no se pudo”, dice un lugareño. Otro sembrador pone las cosas en claro. “La gente piensa que somos ricos, pero si alguien de nuestra familia se enferma, tenemos que pedir prestado, cuando empiezas la siembra tenemos que pedir prestado y cuando cosechas sale uno a tablas. Si todo el dinero fuera para nosotros qué chulada. Es delito pues, pero el mismo gobierno (Ejército o Marina) te deja trabajar, si te cachan con el sembradío nada más te dan una regañada y te corren pa’la casa”.

Dice que invierte 15 mil pesos en los insumos como fertilizante, semillas, mangueras, rociadores, plásticos y cuerdas y otro 20 mil para dar de comer a la gente que trabaja durante tres meses al cuidado de la siembra y cuando termina paga 30 mil a los trabajadores, más lo que debe, más los imprevistos y lo que le queda lo reinvierte.

Para el más anciano de la comunidad, el del paliacate sudado, los jóvenes de ahora andan metidos en puras bribonadas, aunque recapacita: “Hay mucho que hacer aquí, no más que el gobierno no se fija. Los políticos nada más vienen por el voto, prometen y se van. El gobierno puede combatir un mal, tiene la fuerza y el poder”.

Subí sobre el monte para visitar a varias de las niñas que hoy son madres de familia. Cuando iba en tercer grado puso que quería ser doctora, hoy tiene dos hijos y los que Dios le quiera mandar. Terminó la secundaria. Bailó y se divirtió cuando se casó a los 19 años. Ella apoya haciendo la limpieza en el centro de salud. Dice que no hizo otra cosa porque no hay dónde trabajar en el pueblo, le hubiera gustado por lo menos un taller de costura. Otra de las jóvenes que se dedica sólo al hogar, dice cada tres años, cuando va de visita a los municipios de debajo de la sierra, mira que sus primas trabajan en fábricas o vendiendo mariscos. “A veces me dan ganas de irme, pero pienso que con todo y todo aquí estoy mejor”. No les importa que sus esposos sean sembradores de mariguana, porque de eso se ayudan. “Aún así siempre se ve uno ajustado”, dijo una de ellas.

Después platiqué con otra de las niñas de las cartas quien casi me regañó porque dijo que si no podían hacer otra cosa o salir del pueblo era porque no tenían dinero. “¡Pues, mira!”, me dijo.

Mas sembradores. Los agarré juntitos poco antes de irse a dormir para al otro día empezar temprano la jornada. Uno de ellos me dijo que se pasaba metido en el barranco desde las ocho de la mañana hasta las cuatro o cinco de la tarde y que no recibía paga sino hasta la cosecha. Apenas terminó la primaria, su padre se lo llevó al sembradío. “Es la única forma de agarrar dinero aquí”, dijo. Hace poco se compró una camioneta modelo 87, esa era su ilusión. El otro tenía apenas 19 años y comentó que si pudiera dedicarse a otra cosa, sería músico porque le gusta mucho la guitarra, aunque no tiene una, mucho menos si desde hace tres años no baja a Guamúchil o al municipio de Sinaloa de Leyva.

Casi nada ha cambiado

Un señor que andaba con un palo como bastón, me dijo que los cambios en el pueblo han ido despacio. Llegó aquí hace más de 30 años. Era de un rancho que está por allá entre los barrancos, pero decidió quedarse en el pueblo porque cada vez que necesitaba algo tenía que caminar 28 kilómetros. “La comida me quedaba a un día de camino”, recuerda. El problema principal venía cuando alguna de sus hijas se le enfermaba, como si se tratara de transportar kilos de mariguana o amapola, la tenía que sacar a lomo de bestia.

Según el más viejo de la comunidad, antes toda la producción de esta sierra, trigo, frijol, carne de cerdo, manteca, queso, chilorio, manzanas, duraznos, membrillos, se bajaba a Culiacán y a Los Mochis. “Desde que vino la cuestión de la droga, toda la plebada invierte en sembrar amapola y marihuana. Ese mal echó a perder a toda la región”, dice el Don al que los años se le salen en forma de bello por los oídos.

Las cosas parecen haberse invertido porque lo único que hoy baja o sale de aquí es mariguana y goma de opio. Antes subían carros tipo torton a los que la gente llamaba El Tranvía, cargados con cerveza, refrescos, productos de abarrotes, frijol y carne, pero también fertilizantes, mangueras, rociadores de agua, plásticos y rollos de cuerda. Todo lo necesario para los cultivos de amapola y de marihuana. Las Tranvías, quedaron en el pasado, ahora son camiones de pasajeros los que se encargan de subir a la sierra para subir los pedidos que encargan los serranos.

Hace 12 años, las niñas y niños escribieron que en su comunidad querían agua potable, luz eléctrica, drenaje, una fábrica de trabajo, teléfono público, una cancha de deportiva. Pedían calles de pavimento o por lo menos una avenida, más transporte, un hospital, edificios como los de la ciudad, un departamento limpio y bonito, un mercado, una ferretería, restaurantes, farmacias, ambulancias, bomberos, una secundaria o telesecundaria para cuando salieran de sexto año, una preparatoria, más maestros y que no faltaran a clase. Que se reunieran los adultos del pueblo para cambiar la comunidad, que fueran más unidos y que no se destruyeran unos a otros.

Lo único que se cumplió fue la construcción de la secundaria que fue hecha por la comunidad. Es octubre de 2010 y cuando estuve allá arriba volví a hacer las mismas preguntas. La nueva generación de niñas y niños pidieron otra vez luz eléctrica, agua potable, pavimento. También casas de dos pisos o edificios, piso en su escuela y computadoras. Muchas niñas pusieron que querían ser maestras, doctoras y licenciadas. Varios niños, soldados de la marina para tumbar la marihuana y policías, pero nuevamente aparecieron los que tienen la intención de ser pilotos.


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