miércoles, 27 de octubre de 2010

Dos horas en compañía de un soldado




Javier Ibarrola



Felipe Calderón insiste en ponerle candados al Ejército, cuando realmente lo que necesita es otra cosa. Trastocar el fuero militar para castigar a quien cometa violación, desaparición forzada y tortura es un insulto para los soldados, quienes se juegan la vida todos los días.

Otra torpeza es la cometida por el titular de la Procuraduría General de la República al dedicar hombres para buscar a un desaparecido hace 30 años y no buscar a los culpables de tanto asesinato que se da en el país.

Si todos nuestros brillantes funcionarios conocieran bien a los soldados, otro sería el caso. Es por ello que ofrezco a nuestros lectores un relato que pinta con toda crudeza lo que pasa en diversos puntos fronterizos, donde más violencia existe.

Se trata de una plática entre un joven civil y un oficial del Ejército ocurrida el lunes 13 de septiembre pasado en el aeropuerto de Reynosa, Tamaulipas. Por necesidades editoriales, dicho relato se presenta en dos partes.

“Estaba preparado para salir de viaje a una playa paradisiaca que tenemos en el Caribe. Por razones de logística familiar tuvieron que dejarme casi cuatro horas antes en el aeropuerto de Reynosa y aunque te piden que llegues temprano, esto fue una exageración.

“Documenté mi equipaje y decidí pasar a la sala de abordar, ya que andaba de novedoso bajando aplicaciones del iPhone 4 que tenía poco de haber sacado. Después de varios minutos de estar solo, muy entretenido con el teléfono, escuché una voz diciéndome: ‘¿Qué pasó joven, se le fue el avión?’.

“Volteo y veo que es una persona que vestía uniforme militar. Sonrío y le respondí: ‘Es que mi raid me obligó a llegar con demasiada antelación’.

“El militar, con una sonrisa como de desconfianza y viendo que estaba con mi celular, me pregunta sobre el teléfono, que si era el nuevo, que cuáles eran sus características y demás. Yo, como todo un fan de la tecnología que soy, le explico las características, las principales diferencias con la versión anterior y así nos sumergimos en una plática tecnológica. Le presté el teléfono para que lo probara y viera sus funciones. En cierto momento, sintiéndome en confianza, no pude resistirme el preguntar sobre un tema que siempre me ha tenido en ascuas:

“—Oficial, ¿puedo hacerle una pregunta? claro, si me la quiere contestar, si no pues sólo dígame que no puede.

“—A ver, dime —responde el oficial.

“—¿Por qué si confiscan un madral de armas, vehículos modificados, etcétera, no los utilizan ustedes?

“—Sinceramente, responde el militar. Yo creo que por dos cosas: por justos y por pendejos. Porque no es posible que uno vaya en el Hummer, que sabemos está limitado en potencia de motor y cobertura y llegue un cabrón de esos en una camioneta dígase Suburban o de ese tipo. Te choque, te haga cagada el Hummer, le dispares y te des cuenta que no les haces nada, que las balas simplemente no traspasan su blindaje, para que luego ellos se den de reversa, salga un cabrón por una escotilla y empiece a dispararte.

“—No, pues sí esta cabrón —le respondí.

“—Porque para la gente de Reynosa y, no dudo, de México, ustedes son el único frente en el que confiamos. Pensamos que deberían tener más apoyo, e incluso fíjese que habe-
mos gente en Twitter que decimos que debería haber una cuenta en un banco en la cual les depositemos como una muestra de agradecimiento.

“El oficial un poco extrañado pero dándose cuenta que mi comentario era sincero me pregunta:

“—¿A qué hora sale tu avión?

“—Dentro de tres horas —respondí.

“—Bueno, ven para que veas cómo vivimos —me dice.

“Lo acompaño a la parte trasera del aeropuerto, exactamente en uno de los pisos inferiores de donde está la torre de control. Cuando me acerco veo que un soldado está tratando de descongelar pollo en una cubeta de plástico, de las que normalmente vienen llenas de pintura, utilizando agua de la llave.

“Subimos y entramos a lo que podríamos llamar una cocina, hecha con lo poco que tenían. Un tanque de 30 litros de gas, un quemador y una mesa que parece una parte de un escritorio. Eso sí, cocinando un arroz con pollo que olía muy bien.

“Después de la cocina vi donde duermen: un cuarto grande cuya pared hacia el poniente era, en su mayor parte, un ventanal tapado con cartón y cinta. No lo puedo negar, estaba cómodamente fresco y escuchaba lo que parecía un helicóptero, pero que en realidad era un aire acondicionado.

“—Pues sí, lo bueno es que Calderón les aumentó el sueldo cuando entró —le
contesté.

“Me voltea a ver y me dice: ‘¿Qué? A mí me jodió, ya que homologó los sueldos y yo ganaba más’.

“Le empezó a preguntar a los demás soldados cuánto ganaban. ‘A ver, compañero, ¿cuánto ganas?’, le pregunta el oficial. ‘2 mil 850 pesos por quincena’, le responde el soldado.

“—¿Crees tú que eso es justo? —me dice y agrega, ‘cuando nos dijeron que veníamos a las operaciones de alto impacto (así le llaman a las operaciones aquí en Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Chihuahua, etcétera) nos dijeron que nos iban a dar un bono diario por estar acá, pero el bono es de 30 pesos diarios’.”
fuerzasarmadas@prodigy.net.mx

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