Los directivos de Televisa y Reforma definen la intensidad de una disputa política y financiera que se hizo visible desde la semana pasada, y que es mucho más compleja que el planteamiento en blanco o negro de héroes y villanos.
En los últimos años se han registrado desencuentros públicos y soterrados entre empresas que buscan participar o ampliar sus formas de participación en los ramos de la radiodifusión y las telecomunicaciones. Como se sabe, las leyes que regulan a la industria son obsoletas y, por ello, el arbitrio del gobierno federal ha sido decisivo para mantener e incluso incrementar la preeminencia de Televisa lo mismo en la televisión abierta que en la restringida, además de en otras actividades para el uso del espectro. Por eso es que varias empresas mediáticas, como Reforma, integran a su oferta editorial aquel legítimo interés financiero mediante el registro puntual que muestra la necesidad de abrir el mercado, aunque también han incurrido en sesgos, omisiones y distorsiones informativas. Creo que la omisión más señalada es que no hacen pública alguna propuesta de reforma a las leyes respectivas, si es que la tienen o no dicen con toda claridad, nada sería más natural que lo hicieran, que buscan participar de ese mercado.
Los dueños de los medios aprovechan sus espacios para exhibir una disputa, pero no dicen cuál es esa disputa en realidad; en ese sentido la doble moral es generalizada. Para efectos de señalar la opacidad de esas empresas es lo mismo que se emplee para fines privados un recurso de la nación que les es concesionado, como lo hace Televisa, que un medio impreso, como hace Reforma, aliente su interés privado por medio de la información que procesa para tales efectos, es decir, con la meta de hacerse de concesiones.
Así, las audiencias y los lectores hemos presenciado fuegos de artificio. Después de 17 años desde que fue fundado Reforma, Televisa repara en que el diario podría ser el último eslabón de la trata de blancas y el abuso de menores, pero su amplitud de miras no da para decir que la publicidad del comercio sexual es una práctica que existe en otros diarios de la ciudad de México. Pero al revés también: quienes han defenido al diario como si fuera víctima dicen que eso ocurre en otros medios pero omiten reconocer que ello no justifica que los anuncios estén en ese diario (y en esa línea argumental incluso han justificado la transgresión de Reforma al derecho de réplica que le asiste a Televisa). Es decir, si el intercambio fuera genuino podrían estarse alentando los cambios respectivos a la ley de imprenta para prohibir y penalizar esas prácticas.
Pero la tardanza en denunciar anomalías, no sólo es de Televisa. Más o menos luego de 14 años desde que fue fundado, Reforma se dio cuenta de que la empresa de Chapultepec era preeminente en la industria de la comunicación y comenzó a exhibirla. Igual que a Televisa que desdeña modificaciones a la ley arriba señalada, el grupo regiomontano hace lo mismo con las de radiodifusión y telecomunicaciones: busca ser actor en esa industria y así participa de su demanda para que el gobierno federal resuelva en su favor.
Hasta ahora esos han sido los métodos de las disputas que se han dado entre las empresas mediáticas que, por cierto, tanto critican a la política y a los políticos por su falta de claridad y de talento para ponerse de acuerdo. Por eso los roces entre Televisa y Reforma no son los primeros ni serán los últimos, lo deseable es que en algún momento se rebase la estridencia que parece guerra virtual con soldados en ambos frentes que no miran más que al “enemigo” y veamos, por lo menos en el corto plazo, decisiones del gobierno federal para que haya más oportunidades de participar en el mercado de la comunicación, lo cual significaría un enorme paso para ampliar la oferta informativa.
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