- Sonia Sierra/Agencia El Universal
- 11-Septiembre-2010
- En la lucha insurgente casi no hubo obra de artistas sobre los héroes de la Independencia, fue con Agustín de Iturbide cuando surgen las primeras imágenes de la Nación. Foto Agencia EL UNIVERSAL/Archivo
México, D.F. .- El poder del arte para formar, reforzar o consolidar la imagen de la Nación fue entendido muy pronto tanto una vez consumada la Independencia como en medio de la Revolución Mexicana.
Cuando se revisa la historia del arte del país, en el contexto de los movimientos revolucionarios de 1810 y de 1910, la Academia de San Carlos es una institución presente, aunque eso no significa que en ella se gestaran las ideas de aquellas luchas.
La Academia -fundada en 1783 por el rey Carlos III, a petición de los criollos, bajo el nombre de Real Academia de San Carlos de las Nobles Artes de la Nueva España-, fue la primera de su tipo en América Latina. Ejercer el arte en tiempos de la Independencia y todavía un siglo más tarde, demandaba que se pasara por sus aulas, aun cuando desde mucho antes existían grandes artistas y existieron los talleres de oficio.
La invención de una imagen
Durante la lucha insurgente casi no hubo obra de artistas contemporáneos acerca de los héroes de la Independencia. Existe en el Museo Nacional de Historia un retrato de José María Morelos y Pavón, que se atribuye a un indio mixteco, una de las únicas piezas hechas en esa época. Sólo cuando culminó el imperio de Agustín de Iturbide, se retomó en numerosas obras la imagen de los héroes y los principales acontecimientos que marcaron su lucha.
Es en tiempos de Iturbide cuando surgieron las primeras imágenes de la Nación. En ese sentido, dice el historiador Jaime Cuadriello, del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM, Agustín de Iturbide fue “el primer gran constructor de un imaginario nacional”:
“Él crea la Bandera y la orden de Guadalupe, crea las primeras ceremonias propiamente de contenido independiente conforme a las Tres Garantías. A Iturbide lo hemos negado como autor de la Independencia y de los símbolos nacionales. En cualquier retrato suyo, se le ve como la instalación de una patria viviente, se cruza con la banda imperial que es lo único de entonces que le queda a la investidura del Ejecutivo mexicano. Las imágenes que cuentan su entrada y coronación son las primeras de una historia nacional, y no las hacen los artistas de la Academia, sino artistas viajeros que fueron contratados por él”.
Cuadriello, quien fue curador de la exposición “El éxodo mexicano”, que se presentó en el Munal hace unos meses, explica que el movimiento de la Independencia no supuso un nuevo lenguaje estético. “La crisis de artistas en México en los años 20 y 30 fue tremenda porque las condiciones del país no eran las óptimas: había bancarrota y el relevo generacional no hizo su parte”.
A comienzos de siglo XIX, la Academia centralizaba la producción. “Acabó con los talleres que eran el espacio de transmisión de la tradición artística; la burocracia hizo su parte en atrofiar y oficializar. Por eso no tenemos figuras como las del siglo XVII o del XVIII, y una larga tradición pictórica, que venía desde el XVI, tuvo su ocaso en la Academia. El máximo ideal de la Academia era pintar cuadros de historia, grandes ejemplos de virtud basados en pasajes de la antigüedad; sus productos más concretos hay que buscarlos en la ilustración científica, en los trabajos de Atanasio Echeverría, Francisco Lindo y Luciano Castañeda que se sumaron a expediciones a finales de siglo XVIII y comienzos del XIX”.
La participación de los artistas de la Academia en la lucha fue clandestina o mínima; en general hubo fidelidad al rey: “Su participación en los primeros proyectos de emancipación se tuvo que dar de manera clandestina; sólo sabemos que dos artistas militaron directamente en los contingentes insurgentes: José Luis Rodríguez Alconedo, orfebre poblano y pintor egresado de la escuela, que murió fusilado en 1815, y Pedro Patiño Ixtolinque, discípulo de Tolsá, cercano a Morelos, a quien hizo un monumento, en San Cristóbal Ecatepec en 1825”.
Sin embargo, asegura el investigador, es la eliminación de la imagen del rey, como figura que representaba el poder, una de las consecuencias más importantes que la Independencia supuso para el arte nacional. “El rey, por siglos, era el referente de un centro; una persona concreta con la que se construyó una jerarquía política. Quitarlo y sustituirlo por un libro, la Constitución, por una abstracción, por una entelequia, no fue fácil. Construir el nuevo Estado como una abstracción, como una figuración, costó mucho trabajo y tiempo”.
Cien años después
Cuando estalla la Revolución Mexicana, las artes se gestaban en el ámbito de la Academia de San Carlos y para entonces, la creación tenía gran influencia de Europa. Pero de forma paralela a la Revolución, se produjo un relevo en las artes.
El Centenario de la Independencia -relata Julieta Ortiz Gaitán, doctora en historia del arte, y también investigadora del IIE- fue conmemorado en la Academia con algo bastante paradójico: una exposición de arte de España, organizada por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, que encabezaba Justo Sierra. Los estudiantes protestaron y consiguieron un subsidio de tres mil pesos para una muestra mexicana (a la española le habían dado treinta mil pesos). Expusieron Dr. Atl, José Clemente Orozco, Roberto Montenegro y Diego Rivera, entre otros. “El mismo Justo Sierra les propuso pintar los muros del Anfiteatro Bolívar, de San Ildefonso, pero cuando iban a hacerlo estalló la Revolución. Este proyecto tuvo que esperar diez años”.
Otro hecho fundamental fue la huelga de 1911: “Los estudiantes de la Academia expresaron su descontento frente a unas clases de anatomía que daba el maestro Daniel Vergara Lope, que, en vez de llevar a los muchachos al anfiteatro, les daba láminas para que las copiaran. Entonces vino una huelga; las consecuencias fueron que los estudiantes salieron a la Ciudadela a pintar, cayó el director Antonio Rivas Mercado, en 1912, y fue nombrado como director de la Academia otro pintor, Alfredo Ramos Martínez, que fundó una escuela de pintura al aire libre, en Santa Anita. Este fue el inicio de una nueva visión plástica; ya los modelos no eran los tradicionales, académicos, ni los que se vestían de mosqueteros y odaliscas, sino los transeúntes, modelos de nosotros”, explica la investigadora.
En forma simultánea, llegaron al país las vanguardias: fauvismo, cubismo, dadaísmo, expresionismo alemán, así como la fotografía cambió la forma de hacer arte.
“En México el fenómeno de las vanguardias se da en la Academia; no como en París, que más bien rompió con la academia. Todos estos artistas, que después van a ser los grandes artistas del siglo XX, están inscritos o han pasado por ella”, dice Ortiz.
“Todas estas corrientes artísticas van a tener un sello particular: el nacionalismo y la búsqueda de la forma que nos exprese, todo esto va a cuajar en el Muralismo y en la llamada Escuela Mexicana de Pintura que inicia en 1921”.
Cuando llega Álvaro Obregón a la Presidencia, José Vasconcelos, como secretario de educación, se da cuenta de que se necesita un proyecto cultural que unifique.
“Pide que vengan los artistas -muchos de estaban en Europa- para que, por medio del arte, niños y adultos se eduquen, vean la historia y se conozcan. Estaba convencido de que el arte también enseñaba”.
En 1922 se hacen los primeros murales, en San Pedro y San Pablo, en el Centro Histórico, con artistas como Roberto Montenegro, Dr. Atl, Jorge Enciso, Javier Guerrero y Gabriel Fernández Ledezma. Rivera pinta en San Ildefonso, en el Teatro Bolívar, en 1923, la obra “La Creación”.
Ortiz Gaitán afirma que el Muralismo es la gran herencia artística de la Revolución: “Por mucho que haya habido otra pintura, un nacionalismo más íntimo, y otros caminos, donde se reúnen los postulados de la Revolución es en el Muralismo: un arte público y los valores de un Estado que quería la justicia social como uno de sus objetivos. Se trataba de configurar la idea de Estado-Nación y una educación para todos”.
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