jueves, 16 de septiembre de 2010

200 años de evolución ¿Y?



200 años de evolución
¿Y?



El ciudadano de hoy, después del movimiento de 1810, es más consciente de la desigualdad, más libre y forma parte de un mundo globalizado; sin embargo, es más egoísta, pesimista y sigue a la espera de que alguien tome decisiones en su lugar. En suma, se resiste a escribir su propia historia


Septiembre 1810: el mexicano es un ser en construcción, un individuo que se había acostumbrado a aceptar y someterse a las formas del hombre barbado, pero que alberga la capacidad de solidaridad y cooperación que le permite liberarse del yugo de sus colonizadores y que le abre las puertas para escribir su propia historia sin ataduras.

Septiembre 2010: el mexicano es un ser evolucionado, que se mueve con ciertas libertades en un mundo globalizado, pero que deja que otros (los grupos de poder) cuenten su historia; es un ciudadano más solitario y egoísta, acostumbrado a recibir mensajes y a ser un agente pasivo del desarrollo.

Ésta es la evolución del mexicano vista por sociólogos y antropólogos, a 200 años del movimiento que dio paso a la Independencia de México, y que retrata a un ciudadano que al paso de los años tiene un mayor índice educativo, mantiene su arraigo familiar, es religioso, pero profesa una subordinación hacia las élites, situación que lo orilla a esperar que otros tomen las decisiones.

“A doscientos años, somos más receptores que actores. Nos llegan y adoptamos los mensajes sin un ejercicio de reflexión, no de construcción o producción de nuestros propios esquemas significativos. Es por eso que tenemos una personalidad pasiva”, expone Lourdes Epstein, estudiosa de la cultura mexicana del ITESM Campus Ciudad de México.

Hace más de 200 años había una sociedad organizada con mitos que explicaban el origen del mundo y que resolvían, entre otras cuestiones, qué tipo de ciudadano había, por qué estaba ahí y cómo operaba el mundo. Se trataba de una civilización politeísta, que se entendía a través de sus lugares sagrados y, por tanto, que aceptaba las narraciones que daban cuenta de la visita del “gran hombre barbado”.

Esa cosmovisión, coinciden los expertos consultados, es la herida que está en el inconsciente colectivo del mexicano, y que no le permite asimilar que la historia se escribe todos los días y que México hoy cuenta con una sociedad híbrida, multifacética, que necesita asimilar su pasado para enfrentar el presente y trazar su camino hacia el futuro.

“Ya no hay tiempo de decir que nos colonizaron y nos robaron nuestras tradiciones. La realidad es que somos una cultura diversa y, como tal, tenemos que lidiar con esa aceptación y volver a poner sobre la mesa los elementos que nos constituyen y revalorarlos”, señala Luis Gómez, sociólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

De esta forma, en el marco del Bicentenario de la Independencia de México, los estudiosos de la riqueza cultural de México sostienen: el mexicano ha evolucionado y cambiado, eso ha sido inevitable, pero lo que le ha hecho falta es asimilar quién es y de dónde viene, elementos que otros países ya absorbieron y que les han permitido construir su conciencia nacional.

“Si hoy pudiéramos valorar nuestra mezcla en lugar de lamentarla, como un arsenal cultural más rico, sería una clave para entendernos y para tener una visión mucho más rica porque estamos en un mundo globalizado, donde cada vez la noción de Estado, con autonomía y soberanía, se va borrando del mapa. Hoy somos un mundo plano donde las fronteras cada día se borran más”, complementa Lourdes Epstein, quien en los próximos días y bajo el auspicio del ITESM lanzará Voces Anónimas, un libro que recopila la historia de ciudadanos que no tienen ningún medio para contar sus propias historias.

Así, lejos de pensar que los mexicanos están frente a un destino manifiesto, los analistas consideran que están puestas las condiciones para la gran revolución ideológica pues se dispone de dos factores: el creciente conocimiento que los mexicanos manifiestan hacia fenómenos internos y externos, que les permite pensar en nuevas formas de organización; así como la llegada de una nueva generación que ya no se deja llevar por los mismos criterios que educaron a sus padres y que puede sembrar la semilla del cambio.

¿INVOLUCIÓN?

El mexicano ya no es el mismo de antes. Atrás quedó esa vieja imagen del hombre con sombrero y gabán, que se resguardaba a la sombra de un cactus. Sin embargo, la descripción que ahora hacen los analistas retrata a un mexicano igual de pasivo, que no mueve un dedo para que su cambie su circunstancia. En el detalle, dibujan a un sujeto postrado en un sillón frente al televisor, con un cigarro y una Coca-Cola en sus manos.

¿Esto significa que el mexicano no ha evolucionado, sino involucionado? Los sociólogos responden: en cierta medida, sí. El mexicano actual, en su mayoría, no está conforme con el país en el que vive, el que tiene, pero finalmente sigue a la espera de que alguien más tome las decisiones en su lugar. En todo caso, el mexicano ha registrado cambios impulsados por la globalización y por las dinámicas internas.

Bajo esa lupa, los expertos consideran que si bien no hay un sólo tipo de mexicano, debido a que la multifactoriedad de su conformación hace imposible un ente único, sí se puede hablar de una generalidad que comparte sentimientos, esquizofrenias y conflictos internos sobre su identidad que no le permiten completar su conformación.

“No hay un mexicano, hay muchos. Vivimos una especie de regionalización. Aunque existe una idea mítica del mexicano homogéneo, vivimos una multiculturalidad a la que se suma el mundo indígena, europeo y mestizo”, señala Luis Gómez, sociólogo de la UNAM.

“La personalidad del mexicano se forja desde los primeros momentos del mestizaje (de 1650 en adelante) y es el producto del choque de dos grandes colosos, España y los indígenas, lo que da lugar a una persona que empieza a emplearse a través de los dobles sentidos”, añade Jesús Flores, especialista en culturas populares.

“El mexicano es un enorme rompecabezas, pero tenemos un inconsciente colectivo pesimista y dependiente”, remata Lourdes Epstein.

Sin embargo, a 200 años, los mexicanos sí han tenido cambios.

El movimiento insurgente de 1910, sin duda, fue la explosión para sembrar la unión entre el sujeto y la sociedad, y es partir de entonces cuando los individuos empiezan a sentirse libres y a establecer conexión con sus pares para generar el sentimiento de pertenencia a su tierra.

De igual forma, el mexicano ha emprendido otros procesos evolutivos que se manifiestan en el campo de la salud, a través de un sistema de seguridad social (que aún le falta un gran trecho para universalizarse y ser de alta calidad); en la educación, con un mayor índice de alfabetización (pero que está atrapado por el factor político); en las comunicaciones, con una mayor conectividad mediante vías de comunicación y tecnologías…

LOS “NUEVOS” RASGOS

Entre los avances conseguidos a la fecha destacan los cambios que se han generado, por ejemplo, en la familia mexicana. Así, ésta es la explicación sociológica sobre el tema: la familia mexicana ha evolucionado de un patriarcado y un machismo –fuertemente ligado a la Iglesia– a nuevos esquemas en los que el hombre ha dejado de ser el único proveedor. En consecuencia, se ha dado un cambio en los roles de los padres de familia e incluso en la integración de los núcleos familiares, donde el hombre deja de ser el centro del mismo y da pie para que otros miembros –la madre o los abuelos– sean ahora quienes encabecen la familia, aún a falta de alguno de los padres.

Es así que hace 200 años el tema de la familia era fuertemente influenciado por las ideas de la Iglesia, donde su doctrina dictaba los roles del hombre, la mujer y los niños; empujaba el patriarcado y sumía a la mujer en papeles que la orillaban a desempeñar ciertas actividades a la espera del hombre con el que formaría una familia.

A la par, la religión fue uno de los principales actores de la colonización, pues tenía la encomienda de dominar espiritual y culturalmente a los conquistados, así como la economía de los mismos, al justificar la explotación de los indígenas y someterlos a las leyes de Dios y de los españoles. El éxito de su tarea fue tal que incluso durante el rompimiento con la Corona española, los mexicanos mantuvieron su fe en la religión al grado de convertir en uno de sus estandartes de lucha independentista la imagen de la Virgen de Guadalupe, sentimiento que perdura hasta la actualidad.

Ahora, con la llegada del Estado laico y el debilitamiento de la injerencia religiosa en los temas de gobierno, la familia ha evolucionado de un patriarcado y un machismo a nuevos esquemas en los que el hombre ha dejado de ser el cerebro de la familia. Entonces, hay nuevas familias que chocan con la doctrina religiosa y han generado más de un enfrentamiento en la actualidad, prueba de que el poder fáctico que tenía la Iglesia hace 200 años se ha reducido.

Además, la mujer ha logrado una mayor inserción en la vida del país, sea económica, cultural, política o ideológicamente, pese a que aún hay resquicios que la igualdad de género no ha conseguido sellar por lo enraizado en la conciencia nacional.

Por otro lado, el sentido de pertenencia y patriotismo se ha incrementado con el paso del tiempo y por los agentes culturales. De acuerdo con Héctor Castillo Berthier, doctor en Sociología e investigador de la UNAM, los grandes movimientos sociales –como la Independencia de México– generan por naturaleza el amor a la tierra, sin embargo, considera que también se ha cultivado un modelo donde imperan las élites, lo que ha provocado la desigualdad, y ello impide que no se sienta a plenitud el nacionalismo.

En esos términos, los sociólogos citan la dictadura perfecta y manifiestan que los 70 años de hegemonía política del PRI incidieron en el establecimiento sin cuestionamientos de una “verdad única”, pero también en la conformación de una filosofía que acostumbró a buena parte de la sociedad mexicana a esperar que las cosas y su suerte fueran determinadas por “papá gobierno”.

Dicho esto, la falta de cooperación, participación y proactividad del mexicano en diversos temas es uno de los puntos en los que menor avance se ha registrado y que revela la personalidad pasiva que domina en el individuo actual, que incluso siente nostalgia por los tiempos que se fueron.

“Los grupos políticos han accedido al poder y trabajan por sus propios intereses, no van hacia el punto crucial de la administración pública que es el bienestar social, y eso ha multiplicado la desigualdad social y, por tanto, se sigue observando un México dividido que no acaba de consolidarse como nación”, acusa Héctor Castillo Berthier.

Visto así, Josefina McGregor, experta en acciones colectivas y participación ciudadana, comenta: “El ciudadano de hoy es un individuo que podría hacer, pero no hace, que observa pero no se compromete a dar un paso adelante para ir más allá, que aún le hace falta carácter para entender que su papel en la sociedad no es sólo acusar y quejarse, sino también actuar”.

TIEMPO PARA REFLEXIONAR

En el marco de los festejos patrios, los expertos señalan que el vigor de los mexicanos no debe enfocarse en las fiestas y las alabanzas a los héroes patrios, sino que es necesario que la algarabía que hoy se respira lleve a la reflexión y a la redacción de un nuevo pacto para convivir.

En otras palabras, el llamado es a seguir la esencia de las conmemoraciones, que es precisamente el acto de cerrar caja y revalorar los hechos que conforman a la sociedad en pro de un mejoramiento, de identificar los pendientes y trabajar en ellos para lograr un avance en las carencias que hoy impiden el desarrollo –entendido más allá de la connotación económica– integral de la comunidad mexicana; no hacerlo, constituirá una mera parafernalia que concluirá tan pronto se desinfle el fervor patrio.

En este sentido, los expertos consultados ven en la juventud mexicana al sector social que jugará un papel fundamental en estos nuevos tiempos, toda vez que elementos como la globalización –fortalecida por las nuevas tecnologías de la información– le dan elementos para emprender una mirada más crítica y fundamentada del país.

Por ejemplo, gracias a la llegada de internet, los jóvenes hoy poseen la capacidad de realizar una observación desde el interior y el exterior de la vida y el desempeño nacional, así como el de otros países, que les permite crear medidas y comparaciones para esbozar el México que les gustaría tener.

Sin embargo, el reto consistirá en sacar a los jóvenes de su letargo y superar la actitud distraída y egoísta que hoy les gobierna, ya que, paradójicamente, consecuencia de la misma globalización, la juventud se ve inmersa en una vorágine de competitividad que le orilla a anteponer sus necesidades a las de la comunidad. Es por ello que el empleo es su principal preocupación.

Así, han quedado atrás movimientos como el de los estudiantes en 1968, donde había un mayor interés por la lucha del bien común y el bienestar de los menos favorecidos; mientras que actualmente la búsqueda de oportunidades y el mejoramiento de sus capacidades académicas y laborales se centra en el beneficio que pueda redituar para sí mismo y para enfrentar el mercado laboral. Es decir, hoy los jóvenes se preocupan por ser mejores arquitectos, abogados, empresarios, financieros, etcétera, y no en ser actores activos de la mejora de la comunidad.

Es así que las reflexiones deberán girar en torno a los puntos que se han quedado rezagados de una u otra forma desde la etapa independentista y a lo largo de la vida nacional, como la seguridad, la vivienda, el empleo, la educación, la libertad, el mejor aprovechamiento de la globalización, entre una serie más de elementos que el mexicano necesita replantearse con una mirada sobre el hombro y una visión hacia el futuro. Es decir, una revolución ciudadana que le permita replantear y presentar nuevos paradigmas para desentrañar el pasado y a la vez encaminarse hacia el futuro.

Sin embargo, para poder llevar a cabo esto es necesario que el mexicano se libere de miedos y se reconozca como ente capaz y con las condiciones para poder decidir por cuenta propia.

“Nos falta seguridad, nos falta educación. Entonces un trabajo con políticas públicas que incluyan lo cultural –los valores de la sociedad y no las meras expresiones artísticas– estará atendiendo el autoconocimiento y la capacidad de autoestima que como nación debemos construir a través de las riquezas naturales y culturales pasadas, presentes y futuras”, concluye Lourdes Epstein, catedrática del ITESM.

Por ello, cualquier intento de reflexión deberá entrar en la lógica del desarrollo, entendido éste no sólo como la búsqueda de los valores económicos, sino comprendiendo que también está ligado a la construcción del individuo mismo y a la de su propia comunidad. En resumen, el desarrollo es libertad.

EPISODIOS QUE ALTERARON CONCIENCIAS

Algunos libros de historia son creadores de una especie de apología sobre la guerra. Así, cuando se escudriña la línea de tiempo de los últimos 200 años, las armas y disputas internas son constantes. Aquí algunas estampas que cimbraron a la sociedad mexicana:

1823
LA CAÍDA DEL EMPERADOR

El levantamiento contra el autoproclamado Imperio de Agustín de Iturbide dio origen a la primera constitución del México independiente. Con un territorio que duplicaba la extensión actual y pocas vías de comunicación, las diferencias regionales aumentan al igual que las publicaciones periódicas gracias a la litografía.

1835
ESCISIÓN DE TEXAS

Desde este año, el México independiente comienza a fracturarse al iniciar la crisis con Texas, que concretaría su separación en 1848. En ese mismo año, se apagaría la Guerra de Castas en la península de Yucatán y la entidad se reintegraría a la Federación, tras proclamar su propia Constitución en 1841 al desconocer a Santa Anna.

1859
GUERRA DE REFORMA

Pese a la inestabilidad en México por la polarización entre liberales y conservadores, Juárez impulsó cambios en la relación Estado-Iglesia que modificó el rostro de la sociedad con un sentido nacionalista y nuevas ideas gracias al telégrafo, y que Díaz explotaría con una visión positivista durante sus tres décadas en el poder.

1910
REVOLUCIÓN MEXICANA

El rechazo acumulado por décadas contra el dictador Porfirio Díaz, encontraron cauce en el movimiento impulsado por figuras como Francisco I. Madero, Emiliano Zapata y Pancho Villa, que buscaban el fin del dominio y la represión que caracterizó al mandato del General Díaz. Las disputas por el poder se extendieron por casi 20 años.

1960
LAS GUERRILLAS Y EL 68

Las reminiscencias de la revolución recobraron fuerza en los 50 ante las magras mejoras al campo. En medio de la paranoia anticomunista, aparecen los movimientos de Rubén Jaramillo en Morelos; y Genaro Vázquez y Lucio Cabañas en Guerrero. En 1968, en la Ciudad de México las protestas de médicos y estudiantes derivan en una nueva represión por parte de otro Díaz, el presidente Gustavo Díaz Ordaz.

1994
EL LEVANTAMIENTO DEL EZLN.

Tras varios destellos guerrilleros en las tres décadas previas, un grupo armado y bien organizado en Chiapas se declara en contra del gobierno de forma tan directa y tajante que alcanzó eco fuera de México. Además, le recordó a la sociedad la miseria en que viven las comunidades indígenas. Las ideas planteadas en contra del TLCAN fueron, quizá, la semilla de que el país requería un cambio tangible.

2000
LA ALTERNANCIA EN EL PODER

Después de siete décadas de gobierno priísta, la sociedad encontró en Vicente Fox la esperanza de cambio y al fin, su voto en las urnas fue respetado y terminó con la hegemonía tricolor. Esto dio pie a una nueva etapa de la vida democrática, pues por primera vez, el principal partido de oposición llegó al poder. Un hecho que sin duda marcó la historia de México, pero que es apenas un primer paso hacia un mejor país.

200 AÑOS DE LUCHA POR LA INDEPENDENCIA Y LA JUSTICIA SOCIAL

Por Carlos Zarco*

La celebración de los 100 años de la Revolución y los 200 de Independencia de nuestro país invita a recuperar la memoria histórica de las luchas libertarias, de los sacrificios para afirmar los derechos y la dignidad de las personas; de los procesos sociales que han hecho avanzar nuestra democracia y la justicia social.

Rememorar ayuda a entender, a valorar, para seguir caminando. La memoria histórica nos da identidad y sentido de futuro. Pone a las ideas en su lugar y nos permite interpretar hechos presentes, y saber lo que como país deseamos. Nos ayuda a sostenernos para seguirnos proyectando como personas y como pueblos.

Vale rememorar que el 14 de septiembre de 1813, Morelos expresó en Los Sentimientos de la Nación el: “Que la esclavitud se proscriba para siempre, y lo mismo la distinción de castas, quedando todos iguales”.

La lucha independentista de la Nueva España estuvo inspirada en la búsqueda de desaparecer el sistema de privilegios sociales y económicos que ejercían los españoles. Deseaban los nativos de estas tierras tomar sus propias decisiones y dejar de depender de países que sólo buscaban obtener los beneficios de los nuevos territorios y aportaban muy poco al desarrollo de una comunidad cada vez más distinta y autogestiva.

Hay que apreciar la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma que establecieron la separación del poder del Estado de la tutela de la Iglesia, así como aquella célebre consigna de Benito Juárez que la paz se obtiene si se respeta el derecho de los otros.

México exigía al mundo un espacio de libertad, autonomía y legalidad. Deseaba convertirse en un Estado moderno, donde las voces ajenas a la nación encontraran un coto a sus iniciativas colonizadoras. Donde las conciencias libres construyeran una comunidad que deseaba hallar por sí misma los canales de su crecimiento, en sana convivencia con la comunidad internacional, pero con pleno respeto de los principios que enarbolábamos como Nación.

Recupero de Francisco I. Madero en su libro La sucesión presidencial de 1910 estas palabras: “Con estos acontecimientos comprendí que los que deseábamos un cambio en el sentido de que se respetara nuestra Constitución, y que ésta fuera un hecho, nada debíamos esperar de arriba y no debíamos confiar sino en nuestros propios esfuerzos...”.

Francisco I. Madero, siguiendo la filosofía juarista, ansiaba una Nación en la que se respetaran las leyes y donde el trabajo de los habitantes redundara en bienestar para nosotros mismos, y no sólo para las empresas extranjeras que explotaban nuestros recursos y a los mexicanos. “La tierra es de quien la trabaja”, fue una consigna que rebasó el ámbito rural y se convirtió en un lema que incendió otras esferas del trabajo de los mexicanos, conformando un sindicalismo combativo y un Estado poderoso, creador de instituciones muy vinculadas con la realidad nacional.

Es digno de tener presente la decisión de afirmar la soberanía y recuperar los bienes de la Nación, expresados en la Reforma Agraria, la expropiación de la industria eléctrica y del petróleo durante la presidencia de Lázaro Cárdenas.

Una Nación que decide tomar para sí los bienes nacionales lo hace para asegurar que su explotación traerá beneficios a la Nación misma, y fortalecerá su convivencia con la comunidad internacional. Garantizar la producción de alimentos de un país no es poca cosa y se convirtió en una prioridad nacional para los primeros regímenes de la Revolución Institucionalizada. A su vez, las expropiaciones son los últimos intentos de la lucha revolucionaria por tomar el control de los recursos naturales y convertirlos en motor del desarrollo nacional, de una industria creciente y nacionalista, que respondiera a las prioridades propias y no de poderes económicos ajenos al interés mexicano.

Es de celebrar la instauración de los gobiernos civiles y la separación de responsabilidades del Ejército mexicano hacia los años 40 del siglo XX.

No fue nada fácil, pero los gobiernos de la Revolución Mexicana lograron hacer entender a los poderes militares que la sociedad civil ya estaba preparada para conducir los destinos de la nación y lograron un gran acuerdo nacional para acotar el poder de las armas e instituir el poder de las leyes.

Vale rememorar las luchas por la independencia sindical y por mejores condiciones de vida, protagonizadas por el movimiento ferrocarrilero en 1958, el movimiento de médicos de 1964, el movimiento de los electricistas en 1974 y luego el auge del movimiento magisterial en los 80.

Esos movimientos eran, lo recordamos aún como cosa viva, la movilización de una sociedad que exigía atención y participación; que no aceptaba seguir siendo contingente electoral y demandaba que su voz se tradujera en acciones concretas, en mejores condiciones de vida y trabajo para todos. La nueva sociedad mexicana organizada deseaba alejar las tentaciones de regresar al viejo sistema de privilegios y pugnaba por la creación de una sociedad moderna, en la que las causas sociales impactaran en las decisiones de las cúpulas del poder.

Es de celebrarse nuestra raíz indígena y el legado, todavía vigente, de su sabiduría milenaria, de su silenciosa resistencia y de su espíritu de rebeldía, desde la histórica rebelión del pueblo Yaqui en 1740, hasta la ya también histórica rebelión de los tzotziles, tzeltales, entre otros pueblos de Chiapas en 1994 inspirados en el ejemplo de Emiliano Zapata. Frases como la de aprender a “mandar obedeciendo” ya son parte de nuestra memoria social.

Desde las primeras movilizaciones indígenas en el siglo XVIII los libertadores comprendieron que la alianza de los más antiguos pobladores de América representaba no sólo sumarlos a los combates contra la corona. Los grupos indígenas novohispanos defendían su propia causa, que se inspiraba en los mismos principios de igualdad de oportunidades y respeto a los rasgos culturales que habían preservado a pesar de los intentos evangelizadores.

Inspira la lucha de las mujeres que ejercieron el voto a partir de 1953 luego de décadas de lucha y el surgimiento del feminismo en los años 70, afirmando para siempre la dignidad del ser y quehacer de las mujeres y la perspectiva de equidad entre los géneros.

Es bueno alimentarnos también del surgimiento de las organizaciones civiles y de los movimientos que se vieron obligados a tomar las armas en los 60, al calor de las luchas sindicales y campesinas y del movimiento de los jóvenes del 68, dando origen a la llamada sociedad civil organizada y al movimiento de derechos humanos en México.

No debemos olvidar nunca que la Plaza de las Tres Culturas, con toda la carga histórica que lleva a cuestas, se convirtió en un oratorio de la movilización social, en donde cada año se realiza una ceremonia donde resurgen los anhelos de libertad, justicia e igualdad de los mexicanos, con causas nuevas, pero idénticos sentimientos.

Es edificante tener presente la lucha por el respeto a la diversidad fundado en la afirmación universal de que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, dando origen a los movimientos de los derechos de las niñas y niños, de las personas con capacidades diferentes que con fuerza llegaron a afirmar “no somos discapacitados” y de los movimientos que afirman con contundencia el derecho a las diversas opciones sexuales.

Cada una de esas manifestaciones de la sociedad, expresadas a veces con violencia, a veces con presencia en las calles, muestra cómo el mexicano no ha cejado en sus exigencias por seguir creciendo como sociedad. El debate sigue vivo en el seno de las organizaciones sociales y el Estado. Las voces discordantes alimentan los grandes acuerdos nacionales y enriquecen cotidianamente nuestra convivencia.

Ya en la segunda mitad del siglo XX cada uno de los sectores de la sociedad revive viejas luchas, recupera nuevas causas y demanda que sus voces se escuchen para ser parte activa en el avance del país. Una golpeada clase media adopta los avances que llegan desde la globalidad; los grupos indígenas recuperan sus motivos, reconstruyen su lucha en la defensa de su cultura; los trabajadores organizados no están dispuestos a perder lo que habían obtenido durante décadas de lucha.

Como afirma Amartya Sen, Premio Nóbel de Economía, el desarrollo social es la afirmación de derechos y la expansión de libertades. Al rememorar 200 años de lucha por esas libertades y esos derechos, vale renovar y ratificar nuestro compromiso por seguir construyendo un México más incluyente, más democrático y más justo.

Salud por nuestra memoria histórica. Evaluemos el origen y el presente. Pero sobre todo, analicemos muy concienzudamente en qué aspectos hemos avanzado y en cuáles otros tenemos aún pendientes por cumplirle a la sociedad.

*El autor es director general de Oxfam México

No hay comentarios: