Por Guillermo Chao Ebergenyi
La percepción popular, cotidianamente alimentada por comunicadores y políticos irresponsables, es que la guerra que se libra contra el narco ha fracasado. Quienes esto dicen, no saben lo que dicen pues desubican el fenómeno respecto de dos elementos fundamentales para cualquier análisis serio: tiempo y espacio.
Tiempo: ninguna confrontación entre el Estado y las organizaciones criminales ha concluido a los tres años de iniciada. Me podría remontar a principios del siglo diecinueve con el caso de la Guerra del Opio en China, o al siglo veinte con la lucha del gobierno de Estados Unidos contra la Cosa Nostra; a la guerra de Italia contra la mafia siciliana, la camorra napolitana o la ndrangheta calabresa; la guerra de Francia contra mafia corsa; la guerra de China contra la mafia Sun Yee On; la de Japón contra la Yakuza; la de Rusia contra la Dolgopruadnanskaya, o la de Colombia contra los carteles de Medellín y el Valle del Cauca. Si todas esas guerras, que iniciaron hace varias décadas -y algunas de ellas hace más de medio siglo-, no han concluido con éxito certificable para el Estado, resulta absurdo decir que la guerra mexicana contra el narco ha fracasado, e iluso esperar que termine a los tres años de iniciada.
Espacio: si bien algunas ciudades del norte de México padecen índices delictivos entre los más altos del mundo, como es el caso de Ciudad Juárez, existen otras en las que los índices delictivos son comparables a los de Suecia o Suiza. Por ejemplo, Mérida -y en general es Estado de Yucatán-, cuyo índice de criminalidad es de 2.5, no sólo el más bajo del país sino entre los más bajos del mundo. ¿Qué quiere decir esto? Pues quiere decir que el fenómeno del crimen organizado no es un caso nacional con la misma intensidad.
Entonces, podemos afirmar que, en términos de tiempo, la guerra mexicana contra el narco apenas comienza, y en términos de espacio ha tenido éxito en algunos territorios, como Yucatán y Tlaxcala, donde la actividad del crimen organizado en prácticamente nula.
Otro error de análisis consiste en igualar el crimen organizado de México con el de Colombia, analogía que no sólo refleja ignorancia sino liviandad, que se manifiesta al adjetivar el fenómeno en lugar de sustantivarlo. Se habla, por ejemplo, de la “colombianización” de México.
En crimen organizado de Colombia no semeja al de México en su origen ni en su desarrollo. El problema de Colombia se desató al término del llamado Frente Nacional (1958-1974), que fue un acuerdo de paridad entre los partidos Liberal y Conservador para poner fin a la etapa conocida como “la violencia”, para alternarse en la presidencia liberales y conservadores durante 16 años y repartirse entre ambos las bancas del Congreso. Si bien el Frente Nacional le dio paz política a Colombia, tuvo dos grandes defectos: excluyó a todos los demás partidos políticos, lo cual propició el surgimiento de grupos disidentes que se convirtieron en guerrilla, y dejó sin control a los pistoleros que liberales y conservadores habían contratado para matarse unos a otros durante la etapa de “la violencia”. El resultado fue una asociación delictuosa entre guerrilla política, pistoleros desempleados y traficantes de drogas contra el Estado colombiano. Un fenómeno así jamás tuvo lugar en nuestro país, de ahí que la “colombianización” de México no por justa y bien trovada deja de ser puro cuento.
La otra gran diferencia entre el crimen organizado de México y el de Colombia es la siguiente: En México, el tráfico de “drogas duras” se basa en tres vertientes: cocaína, armas, dólares.
La cocaína no se fabrica en México. Las armas de alto poder que utilizan los criminales mexicanos tampoco se fabrican en México. Los dólares que cobran y con que se financian los carteles mexicanos no se imprimen en México. Todo, menos los delincuentes, viene de afuera. Es decir, tenemos un grave problema de aduanas, que no es nuevo. Es más, es viejísimo.
La frontera norte de México se dedicó al tráfico y contrabando a lo largo de toda su historia: algodón del sur americano hacia Puerto Bagdad (actual Matamoros) durante la Guerra Civil de Estados Unidos; contrabando de armas y municiones de allá para acá durante la Revolución; licor de contrabando de aquí para allá en la época de la prohibición estadounidense; neumáticos, medias de seda y medicinas durante la Segunda Guerra Mundial; tráfico de electrodomésticos, armas, cigarrillos y licores de allá para acá hasta el tratado de libre comercio; drogas de aquí para allá a partir de los años ochentas; armas de asalto de allá para acá desde el levantamiento el embargo de 2004.
El tráfico y contrabando transfronterizo siempre ha existido. Las bandas que a ello se dedicaban sólo se reconvirtieron. Las más antiguas -y ahora respetables- familias fronterizas lo saben. Las nuevas bandas y carteles, también. Los únicos que parecen ignorarlo son los políticos irresponsables… y algunos comunicadores que se dedican a parir sandeces y abortar necedades.
El autor es periodista egresado de la UNAM. Fue Presidente de Información del Grupo OEM; fue Vicepresidente Senior y CFO de United Press Internacional (UPI); actualmente es Director de Vinculación de Televisión Educativa y profesor de comunicación de la Universidad Iberoamericana. Ganó un premio internacional de periodismo y un premio internacional de novela.
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