domingo, 22 de agosto de 2010

La idea de la justicia

José Alberto Castro M.

El Universal

Amartya Sen, premio Nobel de Economía, científico social con ideas propias y originales ha perseguido por muchos años un singular propósito: vislumbrar los caminos para el mejoramiento de la equidad y la superación de la injusticia en el mundo tangible y contemporáneo.

Originario de la India, el sonriente profesor del Trinity College de Cambridge antepone una línea de sombra frente a las teorías preeminentes de la justicia, porque el meollo del asunto no consiste en hallar una respuesta a la pregunta sobre la naturaleza de la justicia perfecta.

Enamorado de la filosofía y los dramas de Shakespeare, Sen sabe que el discurso de la economía es con frecuencia grave, y a veces deprimente, y puede ser muy difícil mantener la alegría natural al estudiar el hambre o la pobreza, o tratar de entender las causas y consecuencias del devastador desempleo o de la terrible miseria.

Pero la vida es así, cargada de contrastes y sin sentidos, de momentos felices y amargas injusticias, por ello a este pensador le gana el deseo por reflexionar sobre la perspectiva de la felicidad y reconocer su importancia en la vida humana. Sen es un hombre sabio, desinteresado en imaginar el modelo de una sociedad equitativa, su empeño lo dirige a entender por qué la gran mayoría de los países presentan sociedades injustas.

Sin duda, el autor del colosal volumen, La idea de la justicia (2010, Taurus) persevera en una búsqueda más terrenal y encarrilada hacia las razones y las rutas más directas para reducir la inequidad y ampliar el círculo virtuoso y la zona de influencia de la justicia.

Junto a Sen no tenemos más remedio que reconocernos en un mundo donde las inequidades ocurren en todos los órdenes de la existencia. Las desigualdades y servidumbres las podemos sufrir en la infancia, la juventud, la vida adulta y el ocaso. Pero por fortuna en este mundo de innegable injusticia —a veces— alguien ha dicho no. Están ahí los parisinos del asalto a la Bastilla, Gandhi, Luther King, Nelson Mandela y Aung San Suu Kyi.

Todos ellos fueron conscientes de que las injusticias manifiestas podían superarse. Estos líderes no trataron de alcanzar un mundo impecablemente justo, simplemente se atrevieron a eliminar injusticias notorias en la medida de sus capacidades. De ahí la propuesta de Sen a favor de una teoría de la justicia inspirada en el reclamo de libertades y soluciones, cuya vía sea la del escrutinio público, el debate abierto sobre la equidad, el bienestar social, la igualdad, el concepto de felicidad y los juicios comparativos de lo que es más o menos justo. Así como la evaluación de los derechos humanos, la presencia de espectadores imparciales e instituciones e interacciones sociales, la práctica y avance de la democracia.

El tópico de la justicia es mundial —porque desempeña un importante papel en nuestras vidas— de ahí que el economista de 77 años proponga “apelar a los ojos del resto de la humanidad para determinar si un castigo parece apropiado”.

Así las cosas, el escrutinio de cierta distancia puede ser útil para prácticas tan distintas como la lapidación de mujeres adúlteras en el Afganistán de los talibanes o en la nación islámica de Irán, el aborto selectivo de fetos femeninos en China, Corea y parte de India, y el amplio uso de la pena capital en China y en Estados Unidos.

La búsqueda de la justicia de Sen parte del respeto y la valoración de las diferentes visiones y posturas sobre la sociedad justa. Porque muy distintas convicciones pueden ofrecer soluciones claras, directas y objetivas.

En México sería muy útil prestar atención a lo propuesto por el estudioso y así dotar a nuestra cuestionada justicia de una apertura y pluralidad de criterios, formas de razonar y métodos equitativos con el fin de construir una teoría de la justicia para un país moderno, capaz de absorber distintos puntos de vista y resolver las cuestiones de injusticia.

Alentador es saber que la búsqueda de la justicia será difícil de erradicar de la agenda humana, en tanto existan personas libres, alertas al dolor y la humillación de los otros y siempre dispuestos a razonar, argumentar, discrepar y concurrir. Además los que así actúan rompen el aislamiento connatural a la injusticia y descubren y comprenden las otras privaciones de otros seres humanos.

A manera de conclusión acudamos a una memorable observación de Thomas Hobbes, autor apreciado por Sen, la cual decía que las vidas de la gente —en 1651— eran “desagradables, brutales y breves”. Lo increíble es que sus calificativos son hoy un buen punto de partida para definir la situación de la justicia planetaria, pues no es exagerado atribuir a las vidas de millones de personas en los albores del siglo XXI esas características, a pesar del progreso material sustancial de otros.

Académico literario y periodista

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