No es cierto, como afirma Vicente Fox en su afán por reivindicar su maltrecho legado, que en 2001 el Congreso de EU “estaba a punto de aprobar” una reforma migratoria integral, supuestamente negociada por Jorge G. Castañeda, pero que los ataques terroristas de ese año, “mataron” la esperanza de lograrla. “La posibilidad de aprobación legislativa de una reforma migratoria integral estaba muerta aún antes de que los aviones se estrellaran contra las Torres Gemelas”, dice el embajador Jeffrey Davidow, en un correo electrónico.
En febrero de 2001, durante su primer encuentro en Guanajuato, ante la terquedad de Fox en cobrar el llamado “bono democrático”, George W. Bush aceptó hablar sobre migración. Davidow, quien como emisario de Washington atestiguó el proceso, recuerda que el encuentro generó “gran euforia”, pero aclara que ninguno de los presidentes entendía bien qué podía lograrse en términos realistas. Se acordó crear una comisión de alto nivel, copresidida por Colin Powell y Castañeda, para que rindiera un informe sobre los prospectos de reforma migratoria. En El Oso y el Puercoespín (Grijalbo, 2003), Davidow sostiene que los encuentros, que los mexicanos llamaban “negociación”, en realidad eran pláticas informales.
El gran obstáculo, corrobora el diplomático, era la petición mexicana de normalizar el estatus migratorio de millones de ilegales que viven en EU. Aún antes de Guanajuato, Condoleezza Rice había dicho públicamente que la “amnistía” de los ilegales era imposible. Después de Guanajuato, estalló una ardua batalla dentro del gabinete de Bush, entre los departamentos de Justicia y de Estado, que asumieron posiciones opuestas sobre la “amnistía”. En pocos meses, dice Davidow, se puso de manifiesto que Washington era políticamente incapaz de desarrollar un proyecto de reforma migratoria integral.
Pero a Castañeda le urgía un acuerdo que pudiera anunciar con bombo y platillo durante la visita de Estado de Fox a Washington en septiembre de 2001. “Castañeda pensaba que el momento era propicio para efectuar reformas migratorias, pero el hecho es que no había apoyo ni en la Casa Blanca ni en el Congreso...”, escribe Davidow en el capítulo “Una negociación que no fue tal”. En junio de 2001, en un intento por meterle una zancadilla a Washington, Castañeda demandó la “enchilada completa”. Powell le pidió a Davidow decirle a Castañeda que su insistencia estaba dificultando las cosas. Castañeda no retrocedió. En la ceremonia de bienvenida, Fox, inducido por Castañeda, demandó un acuerdo antes de finalizar el año. La Casa Blanca se molestó. Davidow: “Las autoridades mexicanas no estaban leyendo fielmente el humor político en Washington”.
Conclusión: en septiembre de 2001 no había ningún proyecto de ley “a punto de ser aprobado”. Las afirmaciones de Fox son absolutamente falsas. En el lenguaje diplomático de Davidow “aquellos que sostienen que el acuerdo se habría concretado pronto si los terroristas no hubieran atacado están equivocados”.
PEÑA NIETO, A LA CONQUISTA DE WASHINGTON
Enrique Peña Nieto, a quien las encuestas favorecen para ganar la contienda presidencial de 2012, vino a Washington a tratar de convencer que el regreso del PRI a Los Pinos no significará un retroceso democrático, ni el retorno a la pax mafiosa. “Es perverso que se diga que si el PRI regresara al poder se acabaría la lucha contra el crimen organizado”, dijo ante un público que rebasó el cupo del auditorio del Woodrow Wilson Center. “Suponer que el regreso del PRI sea una regresión es no reconocer los avances democráticos”.
Su discurso, en el que tachó de ineficaz la guerra de Felipe Calderón contra el narcotráfico, no generó aceptación, pero tampoco rechazo. Peña Nieto despertó más curiosidad que simpatías. Mientras que algunos lo describieron como “buen orador” y “nada estridente”, la mayoría optó por la indiferencia. Peña Nieto trató de disipar temores. Fracasó. Dejó a Washington como lo encontró: preocupado por el posible regreso de la corrupción a Los Pinos, el autoritarismo de los políticos y los pactos secretos con el narcotráfico, compromisos que Peña Nieto tuvo el cinismo de negar. “Fueron pactos no probados. En todos los partidos hay buenos y malos”.
El Semanario, Opinion
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