martes, 10 de agosto de 2010

Diálogo por la seguridad, clero y limosnas


Gregorio Ortega Molina

August 10, 2010

Desconcierto causa el discurso presidencial durante las sesiones del Diálogo por la Seguridad. Transita del optimismo por su quehacer político y capacidad de convocatoria a los partidos y a la sociedad, a la enérgica demanda de apoyo a las políticas públicas contra la delincuencia organizada, constantemente criticadas de manera acre, pero con elementos de análisis y propuestas viables y diferentes a los cruentos resultados obtenidos hasta hoy.

Consciente de la relación de los mexicanos con las autoridades eclesiales de los distintos credos que hoy se disputan las almas en México, el presidente optó por llamar a los prelados de diverso pelaje y similar fe, para que sus feligreses rechacen todo contacto con el narcotráfico, doblen la rodilla y la conciencia a las órdenes doctrinales de sus guías espirituales, por un lado, y por el otro se sugiere la denuncia de lo que llega a su conocimiento, cuando se intuye que esas confidencias y/o infidencias sólo se reciben con motivo de la confesión, lo que implica secreto absoluto, sin importar la importancia y magnitud de las consecuencias del secreto entregado para obtener el perdón.

Lo importante sería establecer a cambio de qué se da la absolución y se entrega el perdón a quien continuará con idénticas actividades durante su vida. Considero que es momento de aceptar que así como la actividad económica secular está contaminada en amplios sectores de esa actividad por el lavado de dinero producto del narcotráfico, lo mismo ocurre con la economía eclesial de los distintos credos, por aquello de la crisis económica y el peso enorme de las narcolimosnas.

Mucho se menciona que los bienes raíces, los servicios de entretenimiento y diversión, los antros, las casas de apuesta -por enumerar las actividades económicas más propicias al lavado de dólares- son áreas preferidas por los genios financieros de los barones de la droga; son archiconocidas las prácticas para obligar a quienes no quieren involucrarse con ellos, para venderles el negocio o convertirlos en socios mayoritarios; cuando el dinero llega y modifica la calidad de vida, pues no quien se queje.

Ocurre lo mismo con las iglesias, sobre todo con aquellas que todavía y a través de la prédica y/o la evangelización se disputan las almas en el mundo, pues viajar, sentar las bases de nuevas comunidades religiosas, construir escuelas -no hay mejor manera de convencer que a través de la educación- y tener presencia en la comunidad, cuesta dinero, mucho dinero, y los dólares del narcotráfico también han servido y sirven a esos propósitos.

Todavía recuerdo las acerbas críticas a la madre Teresa de Calcuta, motivadas porque para mantener funcionando los morideros de los enfermos de lepra y sida en India y otras zonas del mundo, lo mismo extendió la mano a Augusto Pinochet que a Diana de Gales. Los prelados y sus jefes saben que el dinero cuyo origen es dudoso, también sirve para buenas causas, para salvar almas, pero sobre todo para curar cuerpos, educar y evangelizar.

Si el presidente Felipe Calderón cree que va a encontrar apoyos distintos al discurso en Norberto Rivera Carrera y sus aláteres, está absolutamente equivocado.

En este contexto tanto la iglesia como el gobierno, se ubican en situación de perder-perder, y así lo han hecho desde que los obispos de la época se sometieron al ordenamiento ideológico y político del emperador Constantino, que decidió hacer del catolicismo una doctrina de Estado. Lo único que se logró fue convertir a Dios en el doble y suplente del emperador, pues el ser humano tiene por costumbre agotar instancias, y cuando considera que las humanas ya no pueden responderle, acude a las divinas.

Anota Simone Weil en sus cuadernos: “Sólo un Estado extremadamente civilizado, pero bajamente civilizado, si es que puede decirse esto, como fue Roma, puede llevar a aquellos a quienes amenaza y a aquellos a quienes somete a esa descomposición moral que no sólo quiebra de antemano toda esperanza de resistencia objetiva, sino que quiebra brutal y definitivamente la continuidad en la vida espiritual…”

Lo anterior ya ha ocurrido en México, cuando la Iglesia estableció alianza con Porfirio Díaz, y también antes, cuando los obispos se empeñaron en convertir a Antonio López de Santa Anna en el paladín del Señor para evitar el cumplimiento de las Leyes de Reforma.

Clero y gobierno deben aprender. En La velocidad de la luz, de Javier Cercas, pueden encontrar la siguiente reflexión: “Lo atroz de esta guerra es que no es una guerra. Aquí el enemigo no es nadie, porque puede serlo cualquiera, y no está en ninguna parte, porque está en todas: está dentro y fuera, arriba y abajo, delante y detrás. No es nadie, pero existe. En otras guerras se trataba de vencerlo; en ésta no: en ésta se trata de matarlo, pese a que todos sabemos que matándolo no lo vamos a vencer…”; el resultado está a la vista.

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