jueves, 29 de julio de 2010

Yo no cubriría el narco mexicano: Jon Lee Anderson



En Zacatecas, mientras se celebraba el Hay Festival todo parecía paz. Una hermosa ciudad, una fiesta de ideas, un nutrido grupo de pensadores y gente muy interesada en lo que dicen. Camaradería, fraternidad, buen clima.

En medio de tan pacífico paisaje, Jon Lee Anderson le dijo a esta reportera: “Ustedes los periodistas mexicanos tienen que averiguar qué es lo que enmascara la sociedad mexicana para encerrar en su seno tanta violencia”.

¿Se refiere a la violencia del narco?

“Por supuesto. No es posible que tanta violencia y que criminales tan sádicos, tan imaginativamente sádicos hayan surgido de pronto en el panorama mexicano. Algo esconde la sociedad mexicana que los fue incubando durante años y años”.

Jon Lee Anderson es el periodista más célebre, el más arriesgado. Ha cubierto la toma de Irak, se ha paseado entre talibanes y ha entrevistado a villanos del calibre de Augusto Pinochet, Fidel Castro, Hugo Chávez y a Mahmud Amadineyad.

Es, claramente, un hombre valiente. Su biografía, para hacerle justicia como dice Juan Villoro, tendría que narrarla Graham Greene.

Uno sólo puede preguntarse si Anderson le ha tenido miedo a algo o a alguien alguna vez.

“Yo no cubriría al narco mexicano”, me dice sin ambages. “Son demasiado violentos, demasiado impredecibles… No, por ahora no me atrae la idea; no me gusta poner mi vida en juego así nada más, porque no tengo los contactos ni me fío del contexto”.

“El año pasado, por ejemplo, fui a Somalia, un país muy peligroso sobre el que he tenido mucho interés, pero ha sido difícil encontrar los contactos correctos. Me tuve que regresar una vez porque no confiaba en las personas que iban a custodiarme y al final tuve razón, pude haber muerto. Esa sensación tengo con la frontera norte mexicana”.

Con tu récord de coberturas peligrosas, ¿les darías algún consejo a los periodistas mexicanos de la frontera?

“La verdad que no me atrevería por lo que te acabo de decir, pero algunas cosas que se me ocurren es que creo deben buscar nuevos enfoques para cubrir esta guerra contra el narco. Hay otros personajes, otras circunstancias que también han ido conformando la narrativa del narcotráfico.

“Siempre ha sido difícil ser periodista en Latinoamérica, por la pobreza, porque los dueños de los medios están coludidos con el poder, porque el poder es dictatorial. En general el periodismo latinoamericano nunca se ha liberado de estas ataduras.

¿Volverse propagandistas de su causa?

“Pues ni siquiera, porque no tienen causa; tienen negocio y un periodista estorba al negocio. Es suicida ponérseles en medio”.

¿Usted ya ha tenido encuentros con el narco?

“Sí, en Brasil. Publiqué una crónica al respecto este año, “La ley de las favelas”. Pero el narco brasileño es distinto sociológicamente al mexicano. En Brasil me encontré con gente muy violenta, pero más fría, más dedicada al negocio. Para ellos matar es un recurso de última instancia, porque les trae líos andar dejando cuerpos por ahí. Fue muy sorprendente porque eran tipos muy jóvenes, algunos hasta cultos pero con psique de asesinos”.

¿Y cómo es diferente el narco mexicano?

“Hoy el narco mexicano se siente amenazado, lo que cambia totalmente su situación. En Brasil son parte del statu quo de la favela; sus vecinos los toleran porque su existencia les permite llevar una vida más o menos pacífica. En México la situación es muy distinta por la actual estrategia del estado. Pero es más que eso, los capos mexicanos son criaturas muy sociables, les gusta presumir, son ostentosos. Su violencia es parte de esa ostentación de poder; me parece”.

¿Cuál sería la responsabilidad de los periodistas mexicanos en estas circunstancias?

“La misma de siempre: informar. Las noticias son un servicio público. Por eso creo que se deben adoptar nuevas estrategias, otros ángulos para entender lo que pasa más allá de las ejecuciones diarias. México tiene que buscar explicarse a sí mismo que hay detrás del narco y creo que el periodismo es el vehículo posible para comenzar a entender”.

cmoreno@eleconomista.com.mx

CREDITO:

Concepción Moreno/El Economista


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