martes, 13 de julio de 2010

Región carbonífera: Sumergida en dolor


Jesús Peña

Esta vez no fue el carbón, fue el agua quien los traicionó. La naturaleza les jugó una mala pasada. La gente todavía no lo cree, aún lleva en sus ojos el miedo que sintió al ver las crecientes de los ríos.

  • Esta vez no fue el carbón, fue el agua quien los traicionó. La naturaleza les jugó una mala pasada. La gente todavía no lo cree, aún lleva en sus ojos el miedo que sintió al ver las crecientes de los ríos.
    Foto: Vanguardia/ Miguel Sierra
Recomendar

El agua del río Sabinas les comenzó a mojar los pies la madrugada del lunes hasta llevarse todo. Un metro y medio sumergió al centro de la Ciudad. Ése día no salió el sol en Sabinas. Las calles amanecieron desfiguradas. Al menos cinco colonias quedaron sepultadas en lodo.

En Nueva Rosita el río Álamo también fue ingrato. Dejó a cuatro colonias sin techo y bajo la amenaza de más agua.
Tampoco lo esperaban pero no hubo nada qué hacer. De un día para otro, se habían convertido en damnificados.

El estado contabilizó en Coahuila a 80 mil afectados y no se queda corto. La tragedia sacudió el suelo arenoso y caliente de la Región Carbonífera, como si no fuera suficiente la tristeza en que la han envuelto las minas por décadas.

“Alex” es un episodio sin precedentes que desató el pánico y sembró la angustia entre los pobladores de esta comunidad que hoy intenta levantarse.

Aquí la crónica viva del desastre, contada por las voces que sufrieron en carne propia, minuto a minuto, una pesadilla que parece no terminar.

‘No se ve mi casa’


Los encontré un mediodía vagando por las calles cubiertas de lodo pegajoso, en la colonia Sarabia, uno de los sectores más grandes de este municipio.

José Luis de la Cruz y su esposa Agustina habían venido en busca de comida y agua para alimentar a sus hijos, al fin y al cabo eran lo único valioso que les había quedado después que las corrientes del Río Sabinas les embargara su casa en la colonia Lázaro Cárdenas.

La historia de su infortunio principió el sábado 3 de julio, cuando una voz desconocida que salió del altoparlante de una patrulla les alertó sobre una gran venida de agua.

Sin pensarla José Luis y Agustina cargaron con sus hijos, Evan de seis meses, Kevin de cinco años, una bolsa de pañales y algunos papeles, y en medio de la desesperación y las oleadas de gente que corrían de un lado a otro, una pregunta fatal cruzó por su mente: ¿a dónde irían?

Con los niños en brazos, José Luis y Agustina huyeron del Río Sabinas hacia la colonia Loma de la Santa Cruz, donde una vecina que no les pidió referencias ni cuota de alojamiento, les abrió las puertas de su casa.

Días después y cuando oyeron por la radio que los niveles del río habían bajado, la pareja volvió a la colonia Lázaro Cárdenas.

La capa de lodo y agua había inundado su casa unos 50 centímetros, su ropa y sus muebles nuevos estaban forrados de barro.

­“Apenas íbamos a empezar a limpiar cuando nos avisaron que otra vez venía la creciente. No pudimos sacar nada”, rememoró José Luis.

Presas del miedo y el caos se refugiaron de nuevo con su benefactora de la colonia Loma de la Santa Cruz, de donde otra mañana de sol bajaron para buscar su casa.

No la encontraron, la creciente que bajó bufando desde la Sierra El Burro, se la había tragado.

“Mi casa no se ve”, me dijo aquella mañana José Luis señalando con la vista la ribera del Río y se alejó con su esposa, como almas en pena entre las calles enzoquetadas de la colonia Sarabia, en pos de algo que saben, nunca van a encontrar.

Encuerada

A doña Francisca González, viuda, 70 años, jamás se le va a olvidar ­“el día de la creciente grande”.

Eran como las 4:00 de la mañana cuando entre sueños escuchó que una mano angustiada tocaba la puerta de su casa.
A medio vestir se levantó de la cama, caminó hasta la sala y desde afuera una de sus vecinas le avisó que las aguas enfurecidas del Sabinas estaban convirtiendo en ríos las calles de la colonia Sarabia.

El pánico se le metió en el cuerpo, Francisca no supo qué hacer y en medio de la confusión sólo atinó a salir corriendo hacia la calle entre la lluvia, acompañada de Popi, Toby y Fido, los perros con quienes vive desde hace años.

Llovía como en el Diluvio, el agua fría le llegaba a Francisca hasta los chamorros.

“Me salí encuerada, nada más con lo puesto, apenas hoy una cuñada con la que me estoy quedando, la que me está dando el taco, me regaló esta ropa”, relata parada en la cola que han formado los moradores de la Sarabia en torno a unas camionetas del Gobierno que reparte despensas y agua embotellada.

Pero lo que más le puede a Francisca no son los daños que ocasionó el agua en sus casa, sino el refrigerador, los estéreos, las dos lavadoras y la televisión grandota que le encargaron sus vecinos la víspera de esa creciente memorable.

”A mi casa no he podido entrar y ahí se quedaron las cosas de los vecinos”, se duele.

Ahora sólo espera que alguien la despierte de una pesadilla que poco a poco empieza desvanecerse bajo el calor sofocante de Sabinas.

Hecha garras

Pero no para doña Mary Moreno, a quien la tragedia de plano la pescó dormida, me platica detrás de un cubrebocas que esconde más de la mitad de su cara:

“Platíqueme”, le pido, “nombre no”, responde tajante y nos enfrascamos en una charla sin ningún lado y en la que el coraje es aderezo:

”¿Se le cayó el techo?”

“Sí, mire vaya a ahí a la cuadra y mi casa está hecha garras”.

“¿Por qué?, platíquenos”.

“Ay oiga”.

“ ¿Cómo estuvo?”.

“Me pescó dormida”.

“¿Qué día fue ?”.

“No le voy a platicar, al cabo no me van a dar mi casa”.

“¿Podríamos ir para tomar unas fotografías?”.

“ Mmm, pa fotos…”, me dice y sin más ni más se da la media vuelta.

Tirados en la banqueta

Así la pasan Juan José Ramírez y sus dos hijos a las afueras del CEBETIs, uno de los lugares que fueron habilitados como albergues en Sabinas y que la semana pasada estuvieron a su máxima capacidad.

Hasta ahí llegaron Juan y sus hijos una madrugada, arrastrados por el miedo que vino con la corriente del Río Sabinas hasta las calles y casas de la colonia Sarabia.

De su casa, sus muebles y sus sueños sólo quedaron escombros.

“A ver con qué nos pueden ayudar, cuando menos para comprar un colchón o algo para poder dormir”, clama mientras caminamos por ese escenario de viviendas empapadas y a punto de desmoronarse que es la colonia Sarabia.

Parece que a Juan se le acaban las palabras cuando mira su casa hecha un despojo de lodo y humedad.

“Siento miedo, muy feo, sentimiento porque todo lo perdimos”.

Sin agua ni comida

Pero la de Juan es sólo una entre las más de 80 mil historias de damnificados que dejaron las lluvias del huracán Alex y cuyos efectos, reportó la prensa, rebasaron la capacidad de las autoridades.

O al menos es lo que piensa Zulema de la Cruz, otra habitante de la colonia Sarabia, sector en que la ayuda, contrario a lo que ocurrió con las corrientes del Sabinas, ha fluido con lentitud.

Tanto que los vecinos tuvieron que cooperarse para comprar diesel y traer una retroexcavadora que viniera a sacar de las calles el alud de lodo y agua que trajeron las crecientes.

”No nos ha llegado ni agua ni comida, andan repartiendo despensas y aquí nos tienen parados en el sol“, dice.
La escasez es tal que los hombres de la comunidad han tenido que salir a los bulevares de la cuidad para pedir agua y comida a los automovilistas que van pasando.

“Hicimos un centro de acopio, la gente que pasa nos da dinero, nos da comida porque no nos ha llegado ayuda de ningún tipo, sabemos que somos muchos los afectados…”.

Como Juan, Zulema y su familia fueron también a los albergues para tratar de resguardarse de la catástrofe, lo único que encontró fue el porche de una casa a la que no llegó la inundación.

‘Lo que no te mata…’

La creciente del Río Sabinas echó abajo la casa, pero no la voluntad de Ricardo Lozano, un morador de la colonia Sarabia.

El agua alcanzó dentro de su vivienda dos metros de altura, pero ni un ápice de su optimismo. ”Todo está completamente destrozado, todo se perdió, pero sabemos trabajar y aquí estamos echándole ganas”.

“¿Qué va a hacer?”

“Vamos a trabajar, lo más importante son nuestras vidas, lo material se repone”.

“¿Se siente triste?”.

“ No, porque lo que no te mata, te hace más fuerte … y aquí estamos al pie del cañón”.

Hasta zumbaba

Ya han transcurrido varios días después de que las aguas del Río Sabinas derrumbaron los techos de su casa y parece que a San Juana Zapata se le quedó pegado a la oreja el sonido de la corriente pegando contra las bardas y trepando por las cunetas de las viviendas en la colonia Sarabia.

Todavía era de noche cuando alguien le fue a avisar que el Río había desbordado, lo único que recuerda es la imagen de los militares llevando en brazos a su esposo Josué a quien la diabetes ya le dejó amputadas las piernas.

“Cuando me avisaron ya estaba el agua en la puerta, yo nomás les dije a los soldados ‘ayúdenme a sacarlo y ahí que se quede el mugrero, sálvenlo a él ‘”, narra señalando en la calle esa montaña de basura que antes fueron sus muebles.

Al cabo de unos largos, largos minutos Sanjuana y su esposo eran trasladados con el agua hasta la cintura en una camioneta al albergue que el Gobierno improvisó en la primaria Venustiano Carranza, me cuenta la mujer en tanto prepara de comer en un anafre que le prestó un cuñado, porque a su estufa se la llevó el Río y nadie sabe dónde quedó el tanque de gas.

“Les digo a los soldados ‘ayúdenme, no puedo’. Sentí mucho miedo, dije ‘se me va a ahogar’”, relata con el susto en el rostro.

Como nómadas

Ya va para una semana que doña Dora Elia González y su esposo Eduardo de la Cruz, andan por las calles de Sabinas como judíos errantes.

Todo comenzó la tarde que fueron evacuados de la colonia Lázaro Cárdenas y después que se anunciara la llegada de una creciente de agua mayor a la que doña Dora había visto en 1971.

“Vinieron a avisarnos a la mera hora y tuvimos que irnos entre el agua”.

Nunca pensaron que la casa que los dos habían construido con sudor y sacrificio y en la que criaron a sus siete hijos, desapareciera en un santiamén bajo el agua y con ella toda una vida.

Las olas habían devorado sus muebles, sus papeles y sus medicamentos.

“A mi esposo lo van a operar de la vista, tiene cataratas, batalla para ver…”.

Enfermos de diabetes y presión arterial, Dora Elia y Eduardo se refugiaron en casa de una de sus hijas en la colona Santo Domingo, de donde días más tarde fueron evacuados debido a la alerta de otra creciente que llegó en cuestión de horas del “Arroyo Aguilillas”.

“Aquí también se inundó, pensábamos ir a la colonia San Antonio con otra hija, pero está igual de inundada, ya no sabemos a dónde ir ni dónde nos va a agarrar la noche”, dice doña Dora apoyada en su bastón. Sus ojos, igual que el caudal del Río Sabinas, amenazan con desbordarse.

Rebanadas de aire y buches de saliva

Las calles de la colonia Santo Domingo están convertidas en montañas de sillones, colchones, estufas, camas y ropa mojada secándose al sol.

Aquí lo mismo que en otros 14 sectores de Sabinas, el agua entró a las viviendas y arrasó, sin hacer distingo, con el fruto del trabajo de las familias de aquí.

En ésta, como en otras colonias, tampoco hay agua ni comida y los vecinos no tienen con qué limpiar la suciedad que dejaron las aguas negras que brotaron por los caños y excusados de sus casas.

“No hemos recibido la visita de nadie, ni de la Presidencia ni de nadie, ahorita estamos comiendo rebanadas de aire con buches de saliva, nada más, a parte vas a las tiendas y te están dando más caro, una botellita de agua te la están vendiendo en 10 ó 15 pesos y las sodas en 30 pesos. Están haciendo negocio con la desgracia”, narra Luz Elena Hernández, vecina de este sector.

Todo iba bien hace algunos días en casa de Sandra Franco hasta aquella tarde en que fue a la colonia Sarabia, para llevar un poco de comida y agua a sus parientes golpeados por la tragedia.

Sandra ya no pudo regresar a su casa en Santo Domingo, el agua del “Aguillas” había bloqueado el acceso a la colonia.
“Ya no pudimos pasar, estaba todo inundado, cuando nos dejaron volver a la casa encontramos todo remojado”.

Tal y como quedaron los colchones nuevos de Guadalupe López y por los que hoy tiene que pagar ocho mil pesos.

“Anoche voltié mi colchón quinsais para poder acostarnos ¨.

Volver al albergue en el que pasó dos noches con otras 600 personas ni pensarlo, con todo y que las autoridades le han advertido que su casa de Infonavit se halla en zona de alto riesgo.

“Nos andan robando, anoche mirábamos que hasta en lanchas andaban, salían corriendo, se llevaban dvds y ni los botes de basura perdonaron, entraban a las casas”.

Todos los días la radio alerta sobre la venida de más lluvias a la región y la llegada de Bony, otro huracán. En tanto Guadalupe y sus vecinos se preguntan ¿cuándo acabarán sus angustias?

Con el agua hasta el cuello

Miguel Arista, vecino de la colonia Chapultepec, aun se niega a creer que las aguas del Río Sabinas hayan inundado hasta el techo la casa que compró hace sólo un año.

Lo supo aquella mañana que bajó desde del cerro del Micorondas, lugar donde se refugia con otras 300 personas desde el lunes 5 de julio, para buscar entre el lodo las muñecas que le regalaron a su hija en su fiesta de cumpleaños.

“Me llegaba el agua hasta el cuello, no pude sacar nada, más que las escrituras, todas mojadas, y las muñecas de la niña, llenas de lodo”, me cuenta mientras caminamos por la pendiente del cerro, desde donde se domina la destrucción de casas que dejaron las crecientes en la colonia Chapultepec.

Entonces Miguel recordó la mañana en que contempló con el miedo a flor de piel, cómo en cinco minutos el agua del Río Sabinas le llegaba en oleadas hasta las rodillas.

Partió entonces hasta el cerro de las Microondas, llevando a su esposa y a su hija de cinco años.
“Nada más que ahorita bajé porque la niña andaba muy desesperada que quería jugar con las muñecas. ¿Mi esposa?, no pos se la pasa llore y llore bien agüitada¨.

Lo único que le anima es ver correr a su hija por el cerro, jugando con sus muñecas chapeadas de lodo.

‘Nos echó el agua pa ca’

Esta es la segunda vez que don Carmelo Alcalá pasa sus días en la punta del “Microondas”. La primera fue, evoca, en 1971, cuando el Río Sabinas excedió su cauce y la gente del sector Chapultepec migró para el cerro.

“En el 71, pero fue menos”, dice sentado en su silla bajo una lona que se sostiene de las redilas de dos camionetas, que han hecho las veces de casa durante las tres noches lluviosas que la familia de don Carmelo ha vivido en el pico de la loma, donde se ve a más familias en vehículos, descansando o comiendo, guarecidos en toldos multicolores.
Un perro y un cabrito acompañan a don Carmelo, las únicas pertenencias que logró sacar de su casa la víspera de la tragedia que alcanzó a todo Sabinas.

“Pos ái nos trajimos ese cabrito chico y si se viene la dura, aquí nos lo vamos a comer, no hay más”.
De pronto Carmelo se acuerda que en unos días será su cumpleaños 75: este año la pasará trepado en el cerro con los suyos:

“Aquí la voy a pasar, digo yo”.

“¿Y van a matar cabrito?”, le pregunto. El olor a frijoles cociéndose en la leña inunda la loma.
“Pos yo creo que sí, los invito…”, suelta riendo.

Doble tragedia

A don Benito Vázquez, carbonero de 44 años, la catástrofe que provocó el Río Sabinas se llevó su futuro.

Y es que la creciente que además arrasó con su casa en la colonia Chapultepec, lo dejó sin trabajo.

Su historia no es diferente a la de los miles de carboneros que trabajan en esta región y que ahora se encuentran desocupados por los estragos que causaron las crecidas de agua en los pocitos de la carbonífera.

Además de cargar con la preocupación de haber perdido el refrigerador que recién le había comprado a su esposa o de que su casa esté partida por la mitad, Benito tiene otros motivos para estar acongojado.

“Pos ahorita no sé qué voy a hacer, nosotros vivemos del carbón, yo tengo 28 años sacando carbón de los pocitos, conozco todos los de la región”, platica en el campamento que él y su esposa instalaron en lo alto del cerro de Microondas.

Dice que un día con otro su patrón viene hasta la loma para traer comida a la gente que ha hecho de esta loma su único refugio.

“Viene el patrón y nos trae tacos, pero no sé si nos vaya a apoyar con algo el día de raya”, dice.
Y agrega que hasta ahora los carboneros del Pocito “El Mezquite”, zona en la que él labora, no han ido para checar los daños que dejaron las lluvias de Alex.

“No hay paso, es zona de alto riesgo. Tenemos que esperar a ver si los patrones pueden arreglar otra área...” aclara.

“¿Sus hijos qué dicen de todo esto?” lo interrogo, “apenas encargamos uno, pero se nos echó a perder”, responde como mirando al vacío desde lo alto de la loma.

  • Video Relacionado›






No hay comentarios: