Inquietante el título de esta reflexión, si partimos de la hipótesis de que sus lectores vieron El huevo de la serpiente, de Ingmar Bergman, o al menos conocen de su contenido: la decadencia de las instituciones y la desaparición de valores éticos y morales para facilitar la entronización del nazismo, lo que hoy pareciera difícil de ocurrir, pero una oteada a las exigencias y consecuencias de la globalización les permitirán deducir que las peores pesadillas de Costa Gavras y Hannah Arendt son o están a punto de convertirse en temible realidad.
Se anota en el prefacio de Hombres en tiempo de oscuridad: “Saqué la frase del famoso poema de Brecha A la posteridad, que menciona el desorden y el hambre, las masacres y asesinatos, el ultraje de la injusticia y la desesperación <
No debe asombrarnos entonces, la ingeniosa ambigüedad con la que las resoluciones de la SCJN disculpan los hechos desagradables y justifican esa impunidad en la que se mueven sólo los letrados, pues a los legos resulta “difícil comprender que la justicia (su administración, pues) poco tiene que ver con la objetividad en el sentido corriente del término”, a lo que añadiría que ley y justicia no siempre van de la mano y la mayoría de las veces parecen caminar en líneas paralelas, cuando en realidad van en sentido contrario, pues nunca se juntan para sustentar una sentencia, ya no digamos una resolución del mal llamado tribunal constitucional.
Pienso en el huevo de la serpiente, anidado entre togas y con solemnidad, pues a los integrantes de la Primera Sala de la SCJN se les llenó la boca al puntualizar en su resolución que en los disidentes de san Salvador Atenco se castigó la protesta social, “como una forma de castigar el ser oposición”. El razonamiento es correcto e impecable, puede perfectamente acompañar las fotos y las declaraciones de Ignacio del Valle instantes después de su excarcelación, acuerpado por los suyos, con el machete en alto, como si blandiera el falo por todos tan temido.
Lo anterior nos obliga a formular una pregunta al Pleno de la SCJN: ¿Qué es lo que se castigó en el caso de la guardería ABC? ¿Qué se trataba de enmendar con la exoneración pública, de ninguna manera vinculante, de los exfuncionarios y actuales funcionarios del IMSS, que tenían un mandato legal que cumplir, y cuyo incumplimiento arrojó como resultado 49 cadáveres?
No hay coherencia ni congruencia en el razonamiento de los togados, lo que causa temor, pues parecen no comprender, o no quieren hacerlo, que cualquier transición política, cualquier transformación del proyecto de nación, cualquier innovación en el modelo político, pasa por el desmantelamiento de un sistema legal que sólo avala la prevaricación y la impunidad que ellos, únicamente ellos han tenido la oportunidad de cambiar en diversas ocasiones: el affaire López Obrador, el caso Lidya Cacho, el asunto de la guardería ABC. La tercera fue la vencida.
Vivimos tiempos de oscuridad. La manera de comprobarlo es el silencio que Manuel Bartlett y Mariano Azuela Güitrón sostienen sobre la conversación que mantuvieron en ameno desayuno en el comedor de los ministros de la SCJN unos días antes de exonerar a Mario Marín; el ominoso silencio que mantienen Fernando Gómez Mont y los ministros por él visitados días y horas antes de emitirse la resolución que tanto agravio causó en la sociedad, y que tanto perjudica a la necesaria y atorada transición, con el Poder Judicial de la Federación se regodea en lo que califica de transparencia, su propia y opaca transparencia.
Sobre ese camino además prestarse a sustituir a Arely Gómez González con uno de sus más prestigiados activos, como lo es Elvia Rosa Díaz de León D’Hers, con la pretensión de que la impoluta magistrada se apegue y cumpla con el paradigma de políticas públicas que desea el Ejecutivo Federal, como se señala en la carta de renuncia de la ex fiscal.
Es grave lo que ocurre. Con las reformas al Poder Judicial de la Federación se abrió a ministros, magistrados y jueces la posibilidad de independencia y de trabajar al lado de la sociedad, pero tantos años de sumisión les han impedido ambicionar un futuro mejor, y decidieron permanecer como estaban, salvo con mejores salarios y prestaciones.
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