martes, 6 de julio de 2010

Dios y el futbol


Roberto Blancarte


06 julio 2010
blancart@colmex.mx

A mí me enseñaron de chiquito que Dios estaba en todas partes. Lo cual quiere decir que también está en las canchas de futbol. Claro, esto conlleva otros problemas teológicos; significa que está igualmente en los prostíbulos, en los lugares donde se cometen violaciones, en la casa de los narcos, etcétera. Viene entonces otra pregunta: si Dios está en todas partes, ¿qué papel desempeña? Para no adentrarnos en estos laberintos espirituales, concretémonos al futbol y a los estadios o lugares donde se juega. ¿De qué lado juega? ¿Está con algunos equipos más que con otros? ¿Con algunos jugadores y no con otros? Y en caso de que haya varios dioses en disputa, ¿cuál de ellos prevalece? ¿Es acaso Alá menos fuerte que el Dios de los cristianos o de los judíos? ¿Son menos fuertes los países asiáticos por no tener un Dios, sino un iluminado? Si hacemos un análisis de los cuatro semifinalistas, podemos observar que todos los países que siguen disputando la Copa son cristianos; dos de tradición católica: España y Uruguay, y dos de tradición mixta protestante-católica : Países Bajos, mejor conocido como Holanda, y Alemania). Pero haciendo una investigación más profunda resulta que son todos también países muy secularizados: Uruguay es probablemente el país más laico de América Latina, España desde hace 30 años también se ha vuelto cada vez más laica, los Países Bajos son un claro ejemplo de secularización posmoderna y Alemania también, a pesar del Papa germano. De hecho, Ratzinger acaba de crear un Consejo Pontificio para evangelizar en el mundo Occidental a los países de tradición católica pero que “registran una progresiva secularización de la sociedad”, y es obvio que estos cuatro países están en la lista de países secularizados a los que el Papa quiere recristianizar a su manera.

Pero volvamos al futbol. Más allá de que este deporte parece tener marca cristiana, por la ausencia de potencias futbolísticas en las áreas de influencia musulmana, budista o de cualquier otra religión, lo cierto es que hay una disputa por el propio Dios cristiano. Hay países, como Argentina o Brasil, que juran y perjuran que Dios está de su lado; hasta que pierden, lo cual seguramente debe sacudir un poco su fe. Aunque algunos neopaganismos, como la creencia en Maradona, sigan creciendo (ver la llegada del equipo argentino a su país) a pesar de las evidencias contrarias a la divinidad del técnico argentino. En otros equipos ganadores, los héroes se convierten en semidioses tocados por la gracia de Dios y la Divina Providencia. Aquí en México, afortunadamente el guadalupanismo ha tenido sus límites y los arranques cuasi cristeros y Feng-shui cheros de La Volpe han quedado en el olvido. El tema en materia de exposición pública de la fe, para la mayoría de los jugadores mexicanos no pasa de alguna persignada al entrar a la cancha o alguna invocación general al Todopoderoso. ¿Cuál es, en todo caso, la lección para aquellos jugadores que realmente pretenden contar con el apoyo de sus dioses? ¿Significa algo que los equipos más supersticiosos no hayan pasado de cuartos de final? ¿Atribuirán las derrotas de sus equipos a sus pecados personales o sociales? ¿O se pondrán en el futuro a trabajar para corregir sus fallas, sin esperar la ayuda divina?

El asunto, sin embargo, es más delicado de lo que parece. La Federación Internacional de Futbol está empeñada en impedir cualquier “exaltación pública de fe” de los jugadores en los mundiales y torneos internacionales. Fue público y notorio que, en la final de la pasada Copa Confederaciones, los futbolistas brasileños encabezados por Kaká oraron juntos en el campo tras ganar en la final a Estados Unidos, con camisetas que decían: “Yo creo en Jesús” o “Yo amo a Jesús”. El presidente de la FIFA, Joseph Blatter, ya había amonestado a Brasil cuando, tras conquistar el Mundial 2002, en Japón los numerosos jugadores evangélicos de la selección verde amarilla hicieron similares manifestaciones públicas de su fe. En el reciente caso de la Copa Confederaciones el asunto provocó las quejas del presidente de la Federación de Dinamarca (país luterano, pero laico), Jim Stjerne Hansen, quien dijo que “la religión no tiene sitio en el futbol”. En el Mundial de Sudáfrica, las federaciones nacionales y los jugadores fueron advertidos para que se prescindiera de dichas manifestaciones. Obviamente, lo que la FIFA quiere evitar es que las disputas deportivas se conviertan en guerras de religión. Ya bastante se encienden los ánimos con esa especie de nacionalismo que provocan los certámenes futbolísticos. Eso por supuesto no va a impedir que los jugadores se encomienden a Dios o a la Virgen, que alguna Iglesia o religión termine bendiciendo los esfuerzos de un equipo, o que algunos aficionados divinicen a su selección o a sus jugadores. Pero ya en la cancha, el espacio se ha desacralizado.

¿Cuál es entonces la señal que nos están mandando los resultados actuales? Obviamente, cada quien encontrará la interpretación de su gusto. Para mí, lo que todo esto quiere decir es que el Dios del futbol es laico y secularizado. Y no mueve los postes ni los travesaños, ni mucho menos anda metiendo manos. Si acaso, es un Dios espectador, como en muchas otras cosas.
blancart@colmex.mx

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