El cruce de llamadas entre los priistas fue inmediato: ¡No pidamos la posposición de las elecciones en Tamaulipas. Elijamos un nuevo candidato, que sigan las elecciones!
Aún no salían de la impresión por la noticia por la ejecución de su candidato a la gubernatura de Tamaulipas, cuando la lectura de la cúpula del tricolor –la cúpula, porque había uno que otro despistado– fue más allá del recién fallecido Rodolfo Torre Cantú: ¿Y si es un ensayo para el 2012?, se preguntaron.
No pensaron tan sólo en la posibilidad de un atentado hacia un candidato a la Presidencia de la República –hecho que no descartaban–, sino también en la posibilidad de que ante algo similar en el 2012 se suspendan las elecciones presidenciales y Felipe Calderón se mantuviera así en el poder.
La reacción –que a primera vista pudiera sonar insensible, inhumana–, tenía una razón fondo: el que se estableciera un precedente para posponer elecciones ante un caso semejante.
Telefonemas y recados fueron y vinieron apenas conocieron la noticia de la emboscada a Rodolfo Torre y su equipo de campaña. A lo largo del día, Beatriz Paredes, Manlio Fabio Beltrones, Enrique Peña Nieto, Emilio Gamboa, Francisco Rojas, Ulises Ruiz, Fidel Herrera.., todos, todos los priistas se declararon en estado de alerta.
Los mariscales del PRI organizaron una reunión de emergencia en pleno Tamaulipas para el anochecer. Tendrían que ponerse de acuerdo contra reloj para designar un nuevo candidato y evitar la posposición de las elecciones tal y como ya lo proponían algunos actores políticos, como el Partido del Trabajo.
El fantasma del asesinato de Luis Donaldo Colosio (ocurrido el 23 de marzo de 1994) estaba ante los priistas; y con él, todos los escenarios que se manejaron hace dieciséis años: desde la desestabilización política hasta el decreto de un posible estado de excepción y la continuidad de Carlos Salinas de Gortari en la Presidencia de la República.
De ahí que frente al atribulado gobernador de Tamaulipas, Eugenio Hernández –quien pensaba más en su amigo recién muerto que en lo que pasaría con las elecciones previstas para el próximo domingo–, la cúpula priista cerró filas y se pronunció indistintamente por que las elecciones se llevaran a cabo tal y como estaban programadas.
En sus declaraciones públicas, los jerarcas no expresaron aquello que en fondo pensaban. Ni siquiera apuntaron hacia otro de los temas que habían puesto sobre la mesa en su análisis de lo acontecido: que el gobierno y sus aliados intentaban parar al PRI a como diera lugar. Se guardaron sus análisis –sólo compartieron algo de ello, en privado, con el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont—y ante los medios de comunicación manejaron otro discurso: la idea de la unidad, del llamado al voto para el próximo domingo y a no dejarse intimidar.
Sólo la dirigente priista dejó asomar algo de lo que en el fondo pensaban cuando advirtió –en una especie de mensaje encriptado– que “en un clima de violencia lo que puede triunfar es el autoritarismo”; y cuando el senador Manlio Fabio Beltrones subrayó la existencia de “signos de ingobernabilidad”.
Del lado de la Presidencia de la República, la ejecución del candidato priista sirvió para que en el mensaje que dio Felipe Calderón apuntalara su discurso sobre la necesidad de seguir con su estrategia de enfrentar al crimen organizado y de que ésta requiere del apoyo y la corresponsabilidad de todos. El tono fue algo así como ‘¿Ya ven? Tengo razón’.
Por lo que toca al titular de Gobernación, lo más significativo fue el resoplido que lanzó antes de leer su mensaje con motivo del asesinato de Rodolfo Torre; y en cuanto al resto del gabinete de seguridad, los rostros de compungidos ante las cámaras.
Todo ello lo veían con lupa los priistas. Todo ello lo analizaban y reiteraban con enojo: “no nos van a intimidar, no nos van a amedrentar”.
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