La insólita entrevista que Ismael El Mayo Zambada concedió a Proceso anuncia el inicio de una campaña de relaciones públicas a través de la cual el cártel de Sinaloa buscaría maquillar su imagen con intenciones de posicionarse ante la eventualidad de una negociación política con Felipe Calderón. Después de todo, voceros del Presidente han admitido que la organización que comanda El Chapo Guzmán, aliado de El Mayo, es demasiado poderosa como para confrontarla con fuego. “Es lo mismo que hicieron los colombianos través de los medios, decir que son seres humanos y no monstruos, que se puede hablar con ellos, que también sienten miedo y sufren por sus hijos. Buscaban ablandar a la opinión pública y cambiar la manera en que eran vistos, especialmente cuando estaban en plan de negociar con el gobierno”, dice Douglas Farah, quien como corresponsal de The Washington Post en Colombia en los años 90 cubrió el auge y caída del cártel de Medellín y su líder Pablo Escobar.
En México, los capos han evadido hablar directamente con los periodistas. Prefieren asesinarlos. ¿A qué obedece el giro? ¿Y por qué ahora? Sin saberlo a ciencia cierta, sugiero dos hipótesis: montarse en la cresta de la ola de voces que piden legalizar las drogas y/o que el gobierno pacte con los narcos, y evitar una intervención más amplia y directa de los servicios de inteligencia de EU. Tras haber sensibilizado a la opinión pública, Escobar negoció su rendimiento con el gobierno, mas no sin antes recibir garantías de que no sería extraditado (“mejor una tumba colombiana, que una celda estadounidense”). Desde La Catedral, su lujosa prisión privada, continuó dirigiendo su multimillonario negocio, hasta caer acribillado bajo el fuego conjunto de EU y Colombia en 1993.
Farah encuentra paralelos extraordinarios entre el perfil que delata El Mayo a través del prisma de Julio Scherer y el que proyectaban los colombianos. El hoy consultor sobre seguridad no descarta que los capos mexicanos hasta estén siendo asesorados por los colombianos en el fino arte de la manipulación de percepciones. “Me parece la misma receta. Los colombianos siempre querían hablar de la familia, de los hijos y del romanticismo de vivir en el campo. Querían convencer que eran gente de pueblo, con familias, que ellos también eran abuelos, bisabuelos y no oligarcas y ricos sin sentimientos, y que todo era un gran malentendido”. Incluso, recuerda Farah, los Escobar (el séptimo hombre más rico del mundo, según el listado de Forbes de 1989) y los Rodríguez Orejuela, del cártel de Cali, frecuentemente buscaban a Semana, revista que gozaba de credibilidad y trascendencia nacional como Proceso.
¿Sentirán que están perdiendo la guerra de la opinión pública?, pregunté. “No sé, pero es evidente que quieren cambiar los parámetros del debate público”.
CHOVINISMO MEDIÁTICO
Si, como sugiere Farah, los capos mexicanos han tomado páginas prestadas del texto publirrelacionista de los colombianos, entonces no habrá entrevistas para los medios estadounidenses. “Sólo trataban con la prensa nacional. Me imagino que fue porque podían matar a las familias de los periodistas colombianos si no salían bien las cosas. Sólo la revista Time logró, en una ocasión, entrevistar a uno de los Rodríguez Orejuela. Yo los busqué mucho, pero nunca aceptaron. Su odio y sospecha hacia nosotros (los corresponsales estadounidenses) era demasiado grande”.
El significado de la plática está más en el hecho mismo que en la información que el veterano periodista logra arrancarle a su astuto interlocutor. “El Chapo y yo somos amigos, compadres, y nos hablamos por teléfono con frecuencia...”, ataja El Mayo. Scherer escribe: “Inesperada su pregunta, Zambada me sorprende: ¿Usted se interesa por El Chapo? Sí, claro. ¿Querría verlo? Yo lo vine a ver a usted. ¿Le gustaría…? Por supuesto. Voy a llamarlo y a lo mejor lo ve”. Como si el propósito verdadero hubiera sido allanar el camino para el gran debut mediático del narco-millonario favorito de Forbes. Habrá más entrevistas, augura Farah.
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