El agua moja
Antonio Caballero, Revista Semana, Bogotá, abril 3 de 2010
"A diario tuve que vivir en Haití las consecuencias de la pérdida de la capacidad de producir comida de la agricultura local".
¿Quién se queja de este modo?
¿Algún damnificado del reciente terremoto que azotó el país?
No.
El que se queja es nada menos que Bill Clinton, enviado especial de las Naciones Unidas al pequeño país destruido. Y responsable hace algo más de una década, cuando ocupaba el cargo de Presidente de los Estados Unidos, de otro terremoto más sutil, pero igualmente demoledor: el tratado de libre comercio entre los Estados Unidos y Haití.
Ese tratado, anunciado como un gran triunfo de la libertad, arruinó la capacidad de producir comida de la agricultura haitiana al poner a competir los productos locales con otros más baratos importados de los Estados Unidos, cuya potente agroindustria goza además de inmensas subvenciones del gobierno. Al mirar ahora las cosas desde el lado de los haitianos, y sobre el terreno, Clinton hizo ante la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado una insólita confesión de parte sobre ese acuerdo comercial:
—Fue muy bueno para mis granjeros de Arkansas, pero muy malo para Haití.
Descubrió que el agua moja. Desafortunadamente, un poco tarde para los haitianos.
Un terremoto económico como ese que padeció Haití es el que nos deja a los colombianos en herencia Álvaro Uribe con su propio Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos. El que por orden suya sus negociadores y las mayorías uribistas del Congreso firmaron ’rapidito’ y en condiciones aún más abyectas que las exigidas por la poderosa contraparte, pese a lo cual el Congreso norteamericano se ha resistido hasta ahora a refrendarlo alegando -como si eso le importara de veras- el maltrato sufrido por los sindicalistas en Colombia.
Ese TLC es tan dañino para Colombia -y tan beneficioso para los granjeros de Arkansas- como es dañino para Colombia y beneficioso para los agroindustriales europeos el TLC que los negociadores de Uribe acaban de firmar con la Unión Europea. Tan malo es este que se ha dado cuenta de sus peligros incluso alguien tan ciegamente uribista -y hasta uribitista de Uribito- como es el presidente de Fedegán, el doctor José Félix Lafaurie. El cual, de visita en Bruselas en los días en que se firmaba el tratado, descubrió de repente que la apertura del mercado colombiano a los productos lácteos europeos iba a dejar en la ruina a decenas de miles de pequeños productores de leche en Colombia. E incluso a los pocos grandes. Esos mismos grandes que Uribito, como ministro de Agricultura, pretendió proteger de los pequeños obligando a estos a imposibles inversiones para pasteurizar su leche cruda por razones presuntamente de higiene. Por lo visto Lafaurie le comunicó su descubrimiento al Presidente, y Uribe -según contó la prensa- se puso entonces a llamar por teléfono a Bruselas para ver si le permitían modificar las condiciones que sus enviados habían firmado ’rapidito’ y sin mirar.
Es que aprenden tarde. Cuando los moja el agua.
(No quiero ni pensar en la sorpresa que se van a llevar el doctor Lafaurie, y Uribito, y a lo mejor el propio Uribe, cuando descubran que buena parte de los quesos europeos que ahora entrarán libremente a Colombia se hacen con leche cruda).
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