Epigmenio Carlos Ibarra
Obligado, otra vez por las lamentables circunstancias que vivimos, pospongo de nuevo la segunda entrega de “A mí Twitter no me da miedo”. A la exposición, en el programa de radio de Carmen Aristegui de los execrables crímenes de Marcial Maciel, que me hizo imposible cumplir el compromiso con los lectores se suma ahora la indignación que en mí provoca el ofensivo y renovado espectáculo de la simulación y la mentira protagonizado por la clase política y al tratamiento trivial que, a mi juicio, le ha sido dado por los medios en general.
No me refiero, sin embargo, al sainete protagonizado por los diputados en el Congreso —mero y miserable folclor— ni siquiera a los entretelones de una conspiración que fue rápidamente descubierta por uno de los propios cómplices y que ha ocupado mucho espacio en los medios, sino a algo mucho más grave y que, en mi opinión, no ha sido suficientemente señalado, el hecho de que Felipe Calderón, el señor del “haiga sido” vuelve por sus fueros, escurre el bulto y miente de nuevo a la nación y de que, además, los responsables directos de este engaño sigan impunes y en sus cargos.
Que Gómez Mont o César Nava estén dispuestos a ser exhibidos ante el país por el PRI (“el burro hablando de orejas” dice el refrán), uno como mentiroso y el otro como simple comparsa, que ambos den al traste con la poca credibilidad y prestigio que aún les quedaba es, a estas alturas, un asunto irrelevante. Un chisme pues. No es de su prestigio y menos de su solvencia moral de la que debemos preocuparnos, sino de nuestra capacidad de tolerancia ante el engaño y de nuestra incapacidad de exigir que se nos rindan cuentas claras.
La disciplina partidista, la sumisión absoluta ante los mandatos de su jefe pone al dirigente partidista y al secretario de Estado en la tesitura de la autoflagelación y la humillación públicas. Muy bajo precio el que han de pagar para seguir en la nómina que, con nuestros impuestos, cobran cada mes.
Mintió Gómez Mont al encubrir su renuncia al PAN como un asunto de dignidad; mintió César Nava a su “aliados” amnésicos y hoy doblemente burlados del PRD. De poco o nada vale ya su palabra y menos su capacidad de liderazgo, en el caso de Nava y de diálogo y concertación —función esencial de un secretario de Gobernación— en el caso de Gómez Mont.
Que la única salida digna para ambos personajes sería la presentación inmediata de su renuncia es algo que, a pesar de la evidencia, se dice poco y se exige menos todavía en los medios. Tal parece que la simulación y el engaño de tan cotidianos se han vuelto aceptables para las buenas conciencias y los líderes de opinión que súbitamente, ante el poder, relativizan, por decir lo menos, sus niveles de tolerancia.
Y si eso pasa frente a los subordinados, si los pactos que a espaldas del Congreso y el país entero hicieron para a cambio de proteger al candidato de la restauración impulsar la reforma fiscal, no es razón suficiente para que se alcen voces airadas en todos lo medios menos hemos de esperar, como de hecho no ha sucedido, que alguien exija cuentas a Felipe Calderón Hinojosa.
Nadie, sin mentirse, puede creer, en su sano juicio, que un enjuague de esta naturaleza puede ser efectuado por dos funcionarios a espaldas del Presidente de la República. Menos todavía estando Calderón, un hombre de perfil autoritario tan claramente definido sentado en la silla y tratándose de un asunto que tiene que ver con “sus reformas” y con la sucesión presidencial.
Así, como nos quieren hacer creer que sucedió, sin que Calderón supiera hasta el más nimio pormenor del asunto, tanto del pacto como de la idea de traicionarlo de inmediato, no suceden las cosas jamás en este país. Nos quieren hacer de nuevo —esa es su especialidad— y a punta de propaganda, comulgar con ruedas de molino. Están a punto de lograrlo.
Si bien es sumamente grave que un secretario de Gobernación se vea envuelto en un escándalo de esta magnitud —lo que en cualquier otro país medianamente democrático hubiera significado su defenestración—, es más grave todavía que quien ocupa la Presidencia de la República sea engañado así por dos de sus más cercanos colaboradores o, peor aún, que, habiendo ordenado la operación, mienta tan cínicamente a la nación.
Me indigna y espanta que Calderón atraviese otro pantano sin manchar su plumaje. La tarea de demolición de las instituciones del Estado que, finalmente con la alternancia podían haberse alzado con cierta dignidad y que Vicente Fox llevó a cabo con tanta consistencia, hoy es continuada y profundizada por el hombre al que, ilegalmente, permitió sentarse en la silla.
Por esto no podía permitirme escribir de otro tema. No he de ceder a la tentación de aceptar que un asunto así se trivialice y se olvide. Exijo la renuncia inmediata de Gómez Mont y emplazo a Felipe Calderón Hinojosa a que dé la cara. Si no sabía, que lo explique; si lo ordenó, que enfrente las consecuencias.
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