martes, 9 de marzo de 2010

Maciel, violador de estado

Caja de espejos

Alejandra Cullen Benítez

March 9, 2010

Resurge Marcial Maciel con sus nocivas prácticas. Tenía esposas e hijos, de los que también abusaba. La historia ya no sorprende por el personaje sino por su impunidad. Vivió protegido por las autoridades, principalmente las mexicanas. Su caso ejemplifica las posibilidades para usar y abusar del estado y su sumisión ante los grupos de interés, legales e ilegales. Exhibe la protección a los poderosos, la debilidad institucional y la desatención social.

El caso Maciel refleja los vicios que moldean a la sociedad y al gobierno. La primera se hace de la vista gorda. El segundo ignora los focos rojos. La simulación permea la vida nacional. Se desconocen los problemas estructurales. Se protege a los poderosos. Se desprecia a las víctimas y el impacto social del daño cometido. No hay límites en lo permitido.

Oficialmente, Maciel era una excepción: un hombre enfermo pero con una “inmensa generosidad”. Gozaba de múltiples identidades, hizo negocios, fomentaba instituciones, abusaba de menores. Era muy competente en el manejo de los tiempos, las influencias y las víctimas.

Muchos son los que aprovechan su posición de confidentes y/o su “cercanía con Dios” para usar sexual o psicológicamente a sus fieles. Parte de la jerarquía católica se corrompe, chantajea, apoya al crimen organizado, extorsiona. Pero, fuera de la iglesia, también hay poderosos que hacen lo mismo. No por nada México pelea los primeros lugares en pedofilia y prostitución infantil.

Todos los abusos son reprobables pero el de los niños es inaceptable. Allende el daño físico, el abuso sexual a menores conlleva un daño emocional y psicológico que se repite generación tras generación, y afectan la vida entera del individuo y su entorno. Lo corrompen desde lo más fundamental.

La iglesia es responsable de revisar o no su voto de castidad y las desviaciones que éste genera. Están en su derecho de definir sus preceptos morales y decidir si su Dios castigará los abusos en la tierra o en el cielo. Pueden definir si con el perdón es suficiente y si la víctima debe aceptar su destino. Igual, los seguidores están en su derecho de aceptar las condiciones bajo las cuales se vinculan con Dios y el tipo de relación que ellos y sus hijos establecen con los representantes divinos en la tierra. La libertad de culto no está a discusión.

Lo inaceptable es la inacción del “Estado laico”. No protege menores, no rehabilita víctimas, no encarcela pederastas. Nuestros políticos sucumben ante las sucias peticiones de la iglesia a costa de los mexicanos por su influencia entre las masas. Que cara sale la fe. En otros países, la pederastia se castiga. En México, si viene del poder, se protege.

Maciel es sólo un ejemplo del encubrimiento a los grupos de interés. No hay eje rector ni conciencia del tipo de sociedad que se construye. Violar niños, usar a menores pobres para satisfacer las necesidades de un martes en la tarde, ¿Qué importa? ¿Quién lo va a impedir?

Arduas son las quejas de todos sobre la violencia, la corrupción y el deterioro social. Pero ¿Quién piensa en el tipo de sociedad que se construye al avalar estas prácticas? ¿Quién va a confrontar a Norberto Rivera?

Somos expertos en negar lo que nos incomoda, inventar excusas para justificarlo y sobretodo, evadir la confrontación con el responsable si éste es poderoso. Nos acomodamos, nos doblegamos ante el poder. Pero el cáncer crece, los abusos se extienden a las escuelas, a empresarios y políticos con gustos por la carne fresca.

Los resultados del estado débil brincan a borbotones por las coladeras. Por doquier aparece la simulación: en la protección a las mujeres, en la lucha contra el narcotráfico y hasta en la definición de la política económica, en la que se condiciona el desarrollo nacional a arreglos electorales entre partidos.

Maciel ejemplifica las violaciones más burdas al estado de derecho. Es el resultado del compromiso con los grupos y no con los individuos. Es el ejemplo de la podredumbre al que se llega cuando se prioriza al poder por miedo o por sometimiento.

La sociedad mexicana ha crecido con esos preceptos de sometimiento al poder que puede abusar, vejar y transgredir todos los limites. El Estado ha sido incapaz de poner un alto hasta el punto en que, hoy, casi nada funciona. Tenemos que empezar por quitarnos la vergüenza y aceptar los abusos para frenarlos y denunciarlos. Hay que reconocer el desastre social e institucional y denunciarlo, para, a partir de ahí, empezar a resolverlo.

UN EXTRA

¿Cuál fue la postura de Carstens ante las alianzas? ¿Tendría el entonces secretario de hacienda interés personal o partidista alguno? Hasta ahora, parece ser de los ganadores de la historia: reivindicado por el PRI, autónomo y nadie le pregunta nada.

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