Rafael Segovia
12 Mar. 10
Desde que Roma conquistó todo el mundo conocido menos Germania, se habló de legión para designar a las agrupaciones militares. Pero su empleo real se inició con la legión extranjera que, en rigor, no era de origen francés sino belga, puesto así se llamó al regimiento de Salm-Salm, al servicio de Francia y estacionado en Argelia, sin un destino seguro. Después de que los franceses tomaron Argel, se decidió crear una legión extranjera. Fue un cuerpo temiblemente acreditado, que estaba en todas las operaciones peligrosas sobre todo en la primera guerra mundial. Supo acreditarse por la multitud de voluntarios que atrajo, sobre todo quienes estaban convencidos de que Francia luchaba por la libertad y la emancipación de los pueblos. Después de la paz de Versalles, la legión extranjera siguió defendiendo el mundo colonial, allá donde fue necesario.
España se metió por la puerta falsa, después de haber perdido el resto de su imperio en la guerra contra Estados Unidos en 1889 y de que los ingleses, que no querían de ninguna manera ver cómo Francia se establecía en todo el norte de África, pues era necesario para la seguridad de su marina no estar siempre amenazada por otra potencia igual a la suya en el Mediterráneo. Por el tratado de Algeciras logró que España ocupara el Rif (norte de Marruecos).
Ahí empezaron sus desgracias: los marroquíes no lo aceptaron y empezaron una guerra interminable, donde una serie de derrotas a cual más sangrienta, la fue rubricando. No servía esta guerra más que a los militares, después de no tener ya a Cuba, a Puerto Rico y a otras islas americanas o del Pacífico, donde los vencieron los norteamericanos. Ya no tenían una fuente de ascensos para sus oficiales. Entre ellos hubo uno llamado Francisco Franco.
Después de la derrota de Anual, donde España perdió absolutamente todo, unos cuantos soldados, encabezados por un coronel llamado Millán Astray, decidieron crear una especie de unidad a imitación de la legión extranjera francesa, llena de nombres rimbombantes. Las primeras banderas se llamaron "los jabalíes", "el tigre", etc. Después se buscaron los de soldados del siglo XVI y algunos del siglo XVII, como duque de Alba, y a esta unidad se la bautizó como Tercio extranjero de Marruecos, donde todos los desertores de la legión extranjera francesa fueron acogidos con los brazos abiertos, sobre todo los alemanes. Entre otras ventajas el tercio a las órdenes de España pagaba mucho mejor que la legión extranjera francesa, pero no tenía su prestigio.
Ya no volvió a haber nada hasta que se le ocurrió hacer una nueva, legión inspirada en la del Opus dei, al señor Marcial Maciel. No se había encontrado algo de la misma importancia desde que a San Ignacio le vino la idea de la compañía de Jesús. Todas estas organizaciones tienen algo de militar; legión, compañía, bandera, y en el fondo, un propósito: disciplina y dinero. Ahora el dinero se encuentra en dos mundos: el Estado y los empresarios. La disciplina encuentra cada vez mayores inconvenientes, al menos en algunas de estas organizaciones. Sus colegios fueron modelos de disciplina hasta que los empresarios empezaron a meter la mano: en los fundados y regidos por los legionarios de Cristo a los profesores los tratan punto menos que a patadas y la disciplina en el trabajo y en el estudio brillaban por su ausencia. Los hijos de los empresarios no admiten que un triste profesor les va a calificar en nada.
La legión de Cristo está completamente desacreditada. Han dado un ejemplo funesto en el universo. Es cierto que la moral sexual ha cambiado en todo el mundo. Si su jefe se ha portado como un auténtico degenerado, no por eso han desaparecido todas las reglas. Se pueden examinar dos casos: por un lado, un deportista, jugador de golf, engaña a su esposa con cuanta mujer encuentra. Ésta arma un escándalo. Las compañías subvencionadoras con miles y miles de dólares retiran sus anuncios. La moral hipócrita de Estados Unidos queda satisfecha. Por otro lado, un cura de la legión de Cristo, que ha hecho votos de castidad, no sólo los rompe, sino que tiene hijos, y colmo de colmos, pretende violar niños. Creo que, de haberse enterado a tiempo, el padre de la criatura debió haberle dado al cura de marras la paliza de su vida. El castigo se reservó al golfista, mientras que la iglesia envió a las calendas griegas el castigo a que se hizo merecedor su miembro. Démonos por satisfechos con que no lo haya canonizado el bueno de Benedicto XVI, que le bastó con que Marcial Maciel no haya obligado a abortar a su mujer.
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