Cuando el general de ala Gonzalo Curiel García perdió la vida en aquel accidente aéreo durante el desfile militar del 16 de septiembre de 1995, la movilización que se generó ante la emergencia en la base aérea de Santa Lucía de donde partió, pasó por alto el equipaje que traía en la camioneta van color azul marino que quedó abandonada en el estacionamiento del lugar. La repentina muerte del entonces comandante de la base aérea en Ixtepec, Oaxaca, cuando colisionó el avión T-33 de la Fuerza Aérea que tripulaba con un F-5, puso al descubierto sus relaciones con el narcotráfico cuando facilitó el acceso a un menor de edad, al que presentó como su “sobrino” y que resultó ser hijo del capo Amado Carrillo Fuentes, para que “paseara” a bordo de uno de los helicópteros que participaron en la parada.
La “sorpresa” no terminó ahí, un día después del accidente personal castrense entregó al general Juan Manuel Wonche Montaño, entonces comandante de la región aérea del sureste, las pertenencias del finado militar –quien era su compadre –las cuales fueron halladas en la cajuela del vehículo en el que llegó a Santa Lucía en el Estado de México. El divisionario declaró ante la fiscalía militar que recibió “una maleta con ropa, un portafolio pequeño con aproximadamente 11 mil pesos en efectivo, dos mil dólares, una pistola, un reloj y un portafolio cerrado con candado”. Las autoridades castrenses responsables de la investigación, no cuestionaron al militar sobre el contenido del maletín que iba sellado, pero de acuerdo a testigos que conocieron el caso, en esa valija también había una “importante cantidad de dólares” que presuntamente Curiel recibió como pago por sus servicios al cártel de Juárez.
Wonche contó que era compañero de “antigüedad en la escuela militar de aviación” del finado general Curiel, su amistad se afianzó cuando bautizó a mediados de los años 70 al segundo hijo de su colega. Recordó que a principios de aquel mes de septiembre, dos semanas previas al desfile, Curiel llegó a la ciudad de México con 16 aviones T-33 “pertenecientes a la primera ala de pelea” bajo su mando los cuales tenían su base en las instalaciones de la Fuerza Aérea en Ixtepec. Por esos días el general Arturo Torres Alarcón fue nombrado comandante del agrupamiento aéreo que participaría en el desfile y como jefe de Estado Mayor quedó el general Curiel. Interrogado por el ministerio público militar sobre si conocía ó le constaba que el fallecido oficial tuviera nexos con el narcotráfico, contestó que no, “sino hasta después de su muerte que se comentó que posiblemente estuviese involucrado con el narcotráfico, en especial con Amado Carrillo”. Dicho que subrayó, no le constaba.
En el testimonio que rindió ante las autoridades judiciales militares el general de división Torres Alarcón, dejó asentado que el único vínculo que existió entre él y el general Curiel fueron las relativas a sus respectivas jerarquías y a los servicios que prestaron juntos. “Y esto debido a que mi persona le molestaba la forma de comportarse del hoy extinto general, el cual siempre se distinguió por su forma alegre y pachanguera, cosa que no va con mi forma de pensar ya que incluso yo no tomo y por lo mismo evito convivir con personas que tienen este hábito como era el general Curiel”. Más adelante reconoció que no supo que su subordinado había llevado a un menor a la base aérea para que lo subieran a uno de los helicópteros y darle un paseo. Añadió que fue por “propia voz de mi general secretario”, Enrique Cervantes Aguirre, que se enteró que aquel niño era hijo de Amado Carrillo.
El propio general Cervantes contaría a un grupo importante de generales, a quienes mandó llamar meses después del accidente, que un día antes del desfile el general Curiel había estado en una “noche mexicana” en casa de Amado Carrillo. Sus vínculos con el narcotráfico fueron documentados por inteligencia militar a partir de 1994, cuando ocupó el mando de la base aérea de Cozumel, Quintana Roo, donde facilitó aeronaves para que se transportaran familiares del capo, además de brindar protección y cobertura a las operaciones de trasiego de droga que realizaban por esa zona del Caribe mexicano los operadores del cártel de Juárez.
Oriundo de Jalisco, Curiel García fue piloto de escuadrón e instructor del Colegio del Aire, tiempo después pidió licencia en la Fuerza Aérea y estuvo fuera de servicio un par de años a principios de los años 90, cuando ocupó la dirección de seguridad pública de Guadalajara y entró en contacto con allegados de Carrillo Fuentes. Regresó a la milicia y fue comisionado a Cozumel, de donde tiempo después fue enviado a Ixtepec, base que era su sede cuando perdió la vida.
En enero pasado el reportero Ricardo Ravelo publicó en la revista Proceso parte de la declaración ministerial de Vicente Carrillo Leyva, primogénito del fallecido capo Amado Carrillo, detenido en febrero del 2009, donde dio algunos detalles de la relación de su padre con el general Curiel. “En una ocasión, siendo el año de 1996 llegado a Cozumel, Quintan Roo, por la época de semana santa, mi papá nos dijo que nos adelantáramos al lugar y que ahí nos iban a recibir unos amigos de él y a tono de broma nos dijo que no nos fuéramos a asustar con las personas que nos iban a recoger en el aeropuerto, preguntando que quiénes eran y no nos quiso decir, solo que nos iban a encontrar a nosotros”. Al aterrizar en un avión privado se llevaron una sorpresa. “Los militares rodearon el avión y al abrir las puertas nos saludaron y muy amablemente diciéndonos que venían de parte del general Curiel”. Ese día por la tarde conoció al militar, entonces comandante de la base aérea militar en la isla, quien se reunió días después en un hotel con su padre y Eduardo González Quirarte.
La sospecha sobre González Quirarte como el enlace entre narcotraficantes con militares, tomó veracidad cuando las declaraciones ministeriales de varios pilotos refirieron que el padre del operador financiero y publirrelacionista del cártel de Juárez, arrendaba unos terrenos para la siembra de maíz a la base aérea militar número cinco, localizada en Zapopan, Jalisco. El dicho fue confirmado por otros jefes de la fuerza aérea, uno de los cuales declaró ante la autoridad judicial militar que en una ocasión el señor González se presentó en la comandancia “reclamando que los cadetes del Colegio del Aire se robaban los elotes durante la noche, solicitando que el personal militar cuidara sus siembras argumentando que pagaba mucho dinero a la secretaría de la Defensa Nacional por este concepto”.
Al paso del tiempo se conocería que su hijo Eduardo era uno de los principales informantes del general Jesús Gutiérrez Rebollo, quien en esos años encabezaba la quinta región militar con sede en Guadalajara. Había quedado en evidencia que el eslabón entre generales de alto rango, como Curiel y Gutiérrez Rebollo con Amado Carrillo había sido “Lalo”, un personaje que se convertiría en referencia obligada en esa historia inconclusa en tribunales llamada “Maxiproceso”.
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