A la memoria de Carlos Montemayor y Mabela Díaz.
Firmar desplegados políticos exige pronunciarse públicamente sobre asuntos generalmente polémicos y asumir las consecuencias que se deriven de ello.
Nada pasa cuando el nombre se funde con los colegas de la corriente con la que uno se identifica. Unirse a los que piensan diferente es aceptable en situaciones realmente excepcionales. El hecho es que me "tupieron" porque firmé el desplegado "No a la Generación del No" (Reforma, 23 de febrero de 2010), en donde predominan empresarios, ex funcionarios de gobiernos priistas y panistas e intelectuales de centro-derecha. La presencia de la izquierda es tenue. "¿Qué te dio para firmar con 'ésos'?" fue la pregunta más frecuente. Explico mis motivos porque se relaciona con un asunto de interés general.
El 28 de julio de 1986 Proceso publicó un desplegado titulado "El Caso Chihuahua". Los abajo firmantes se pronunciaron sobre las elecciones para gobernador de Chihuahua de ese año: "Los testimonios ciudadanos y de la prensa nacional e internacional registran suficientes irregularidades como para arrojar una duda razonable sobre la legalidad de todo el proceso. Para despejar plenamente esta duda, que toca una fibra central de la credibilidad política en
México, pensamos que las autoridades, procediendo de buena fe, deben restablecer la concordia y anular los comicios en Chihuahua". Lo notable del texto era la diversidad de los 21 personajes (dieciocho hombres y tres mujeres) que lo suscribían. Chihuahua confirmaba todo lo que el régimen estaba dispuesto a hacer para preservar el poder. Aquel desplegado fue el banderazo simbólico de salida que abrió las puertas a una avalancha de desplegados plurales. Salieron miles de ellos porque la idea de unas elecciones confiables nos unificó durante aquellos años de ingenuidad e inocencia; imagínense, ¡creíamos que bastaría con la alternancia y el federalismo para que se resolvieran, como por arte de magia, los grandes problemas nacionales y se esfumarían la impunidad y la corrupción! La alternancia llegó pero los grandes cambios no han beneficiado a las mayorías y seguimos sin Estado de derecho.
Firmar desplegados con la derecha nunca modificó mis posturas: protesté por el fraude electoral de 1988, combatí las corruptelas del salinismo, el Fobaproa de Ernesto Zedillo y he criticado la forma como el panismo traicionó la democracia en 2006. También me he indignado cuando los diputados del PRD, conducidos por Pablo Gómez, aprobaron en diciembre de 2005 la Ley Televisa o su doble discurso cuando proclaman su amor por el planeta pero al gobernar municipios como Jiutepec, Morelos, se dan gusto entregando licencias a "desarrolladores" que depredan el ecosistema.
Por supuesto hay excepciones a estas generalizaciones, pero por ahora milito en las filas de los profundamente insatisfechos con lo que se ha hecho con la democracia que nos costó a todos. Me ofende, sobre todo, la epidemia de mediocridad, mezquindad y cinismo. Como no soy el único, estamos ante una crisis de representatividad monumental. Sumamos millones los que no estamos conformes con los partidos que tenemos. Por eso me uní con tanto entusiasmo a la campaña por anular el voto en 2009 y por eso sigo apoyando, en lo que puedo, a los jóvenes que impulsan a la Asamblea Nacional Ciudadana (ANCA), la herencia más clara de los anulistas.
Después de este desahogo personal, lo real y cierto es que a quienes critico siguen gobernando. A menos que entre a un convento de clausura, con ellos hay que dialogar, a ellos hay que convencer y, por supuesto, evaluar. Así pensaba y sentía cuando recibí el lunes 15 de febrero el texto de "No a la Generación del No" (ese día no se conocían los proyectos del PRI y el PRD). No me gustó ni el título ni el respaldo acrítico a la propuesta de reforma de Calderón, y sabía que la presencia de la izquierda sería más bien nula. Sin embargo, estoy de acuerdo con la tesis central del documento: es necesario, indispensable, urgente que el país empiece a moverse y logre una reforma política.
Firmé porque pienso que el país peligra y que debemos recuperar el espíritu del desplegado de 1986. Una lección de la historia es que cuando se unen grupos diversos hay mayor posibilidad de ser atendidos por los poderosos. Si se mantiene el esfuerzo, los pronunciamientos futuros deben recuperar lo bueno de las propuestas del PRI y del PRD y explorar la posibilidad de unirnos para exigir soluciones en otros dos temas en los cuales es urgente la unidad: corrupción e inseguridad.
Firmar con los grupos diversos no cambia mi posición, ni mi relación con amigos y colegas que cubren todo el abanico ideológico y sexual porque contrastar ideas enriquece y porque un desplegado es la instantánea de una convergencia; no el documento que firman las parejas después de escuchar la Epístola de Melchor Ocampo.
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