Fuente: Milenio
Ni neoliberalismo ni populismo: democracia republicana
Por varios años se promovió el estereotipo de que la crisis de 1995 tuvo su origen en circunstancias provenientes del año anterior y de políticas equivocadas, entre ellas una privatización de la banca inadecuada que dejó a los bancos expuestos, lo que los llevó a la quiebra con un enorme costo para el erario nacional.
La crisis de solvencia ocurrió durante diciembre de 1994 cuando el nuevo gobierno, después de dar de baja a la mayor parte del equipo financiero, duplicó la emisión de Tesobonos, sólo en diciembre. Al mismo tiempo, a mediados de ese mes se dio información confidencial a unos cuantos empresarios mexicanos sobre la inminente devaluación, quienes alertados, fugaron sus capitales y vaciaron las reservas internacionales en unas cuantas horas (el llamado “error de diciembre”). Por eso, para enero de 1995, el país carecía de reservas y enfrentaba obligaciones impagables de Tesobonos: México entró en una crisis de insolvencia financiera.
Durante el primer trimestre de 1995 se dio un remedio equivocado para esa crisis, las autoridades mexicanas solicitaron la ayuda del gobierno norteamericano, un hecho sin precedente en el siglo XX. Esto significó aceptar las decisiones propuestas por un gobierno extranjero. Por eso, se aceptaron alzas extraordinarias de tasas de interés, las cuales pasaron en unas semanas de 7 por ciento a más de 110 por ciento.
La pregunta obligada es: ¿por qué las autoridades mexicanas decidieron aumentar de manera excesiva las tasas de interés, a pesar de que sabían que los deudores eran las familias y las empresas y no el gobierno?
La respuesta está en un libro autobiográfico publicado recientemente. Se trata de la obra del ex secretario del Tesoro norteamericano, Bob Rubin. Rubin afirma en su autobiografía que para que los norteamericanos pudieran otorgar el “apoyo” financiero solicitado por el gobierno de México al principio de 1995, era necesario que “los mexicanos accedieran a realizar importantes cambios de política.” En ningún momento detalla Rubin cuáles eran esos ‘importantes cambios’. Pero el autor es preciso en la descripción de cómo hicieron que los mexicanos los llevaran a cabo. Rubin escribe:
“Una fuente de incertidumbre que quedaba era el nuevo presidente de México…. No teníamos suficiente sensibilidad de que tan comprometido estaba el Presidente a llevar a cabo los cambios que eran necesarios para que funcionara el programa… Así que le llamé por teléfono y le propuse enviar a Larry [Summers] para que se entrevistara con él. Al Presidente le pareció una buena idea.”
De acuerdo con el texto de Rubin, el presidente de México recibió a un subsecretario norteamericano para revisar con él los detalles de los “importantes cambios” que solicitaban. En la autobiografía se insiste:
“Al nivel sustantivo, nuestros economistas tenían una serie de propuestas para reformar aspectos de la política económica de México y restablecer la confianza. Pero el programa no funcionaría si les imponíamos estas medidas. Teníamos que llegar con los mexicanos a un acuerdo de nuestras opiniones, y ellos [los mexicanos] tenían que hacer suyo el programa… no queríamos que el público mexicano sintiera que estábamos invadiendo su soberanía.”
Una vez resuelta la preocupación de Rubin de no dar la imagen a los mexicanos de que en realidad estaban interviniendo en decisiones soberanas, el ex secretario del Tesoro informa algo que se conoce por primera vez:
“En medio de una gran secrecía… hicimos todo lo que fue necesario para que nadie viera a Larry y a David Lipton [su asistente] entrar y salir de Los Pinos, la residencia presidencial en la Ciudad de México.”
¿Por qué entraban y salían secretamente de Los Pinos esos dos funcionarios norteamericanos, según Rubin? ¿para qué se reunieron? El propio Rubin lo responde al describir una reunión entre el presidente de México y el subsecretario del Tesoro norteamericano. La reunión resultó muy reveladora:
“El presidente estaba comprometido con la reforma económica. El aspecto más importante de esta reforma eran las tasas de interés… el equipo mexicano negociando en Washington con el FMI había rechazado tasas de interés más altas. En su reunión con Zedillo, Larry trató ese problema después de 45 minutos de conversación cordial sobre todos los temas relacionados con el rescate. El Presidente lo pensó sólo un instante, y respondió: “Durante toda mi carrera en el Banco de México escribí artículos afirmando que México debería tener tasas de interés positivas. Ahora no es el momento de abandonar esa idea.”
Poco después de la reunión que relata Rubin, las tasas de interés en México subieron hasta 100 por ciento, después de haber estado unas semanas antes en sólo 7 por ciento. Los créditos se volvieron impagables; quebraron familias, empresas y los bancos. En el libro, el equipo norteamericano, según Rubin, consideró que su viaje había sido “todo un éxito.”
Recientemente, en septiembre de 2007, el ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos Alan Greenspan también publicó sus memorias. Ahí se hacen revelaciones adicionales sobre el origen de la política del aumento desproporcionado de las tasas de interés, tan perjudicial para México. Greenspan señala en esas memorias:
“La experiencia de esos años construyó un lazo muy fuerte entre Rubin, Summers y yo… Larry (Summers) podía ser también muy habilidoso: fue idea suya la de poner una tasa de interés tan alta en el préstamo a México, para que los mexicanos se vieran obligados a pagarnos rápidamente.”
Es decir, el gobierno mexicano aceptó un trato inaceptable del subsecretario Summers, similar al que las metrópolis daban a sus colonias, como si México fuera un país sin historia, ni prestigio o instituciones.
Si bien para México esta decisión tuvo un costo enorme, los norteamericanos obtuvieron una utilidad extraordinaria de la operación financiera solicitada por el gobierno mexicano: esa utilidad fue superior a 500 millones de dólares, y se derivó de la tasa de interés excesivamente alta impuesta por Rubin y sus asociados, y fue pagada por los contribuyentes mexicanos.
Hoy la crisis financiera y económica mundial ha sido provocada por un modelo económico fundado en la circulación de capital especulativo, donde el monto de capital destinado a la especulación resultó 25 veces mayor que el dirigido a la inversión directa: la prensa financiera internacional lo llamó “el triunfo del especulador sobre el productor”. Los bancos dejaron atrás su regla fundamental y pasaron a prestar hasta 60 veces su capital, mediante nuevos y sofisticados instrumentos financieros: los llamados “derivados”, los cuales se suponía repartían y reducían el riesgo.
Esta crisis ha vuelto a levantar el debate entre mercado y Estado. Se ha pasado de proponer al mercado como solución de todos los problemas, para ahora exigir la vuelta del Estado como propietario y así poder resolver la crisis. Esto podría leerse como un regreso al modelo del capitalismo de Estado. No es así. Se trata, en realidad, del capitalismo subsidiado por el Estado. El Estado convertido en el sujeto capitalista de última instancia.
Hoy, cuando el país padece retos, es necesario regresar a los fundamentos que determinan las condiciones de nuestra soberanía y la justicia social en libertad: no es mediante un Estado grande y lleno de propiedades como promueve el populismo; ni un mercado sin controles sociales como propone el neoliberalismo. El desarrollo soberano de México exige recuperar el control del sistema de pagos del país. Regresemos al futuro a partir de la legitimidad del Estado que exige la participación organizada de los ciudadanos: la democracia republicana.
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