por Mónica Lavín (escritora, ha publicado crónica, cuento y novela)*
El viento sosegado, el can dormido,
éste yace, aquél quedo
los átomos no mueve,
con el susurro hacer temiendo leve,
aunque poco, sacrílego ruido
violador del silencio sosegado.
PRIMERO SUEÑO, JUANA INES DE LA CRUZ
Se quedará a solas en la celda, con el sonido del eco de las paredes desvestidas de libros. Aquí se escuchará el sonido de la piedra, cuando sor Juana coloque en el hueco de la arquería de la enfermería del convento, el cofre con su profesión de fe firmada con sangre “Yo; la peor del mundo”.
Sor Juana Inés de la Cruz, Óleo sobre tela, Antonio Tenorio 1878,
Museo Nacional del Virreinato, INAH
¿Qué sonidos la acompañaron?
Es verdad que Juana Inés es una voz. Hablamos en sentido literario. Una postura, un estilo, una propuesta estética que da cuenta del tiempo que vivió y de las luces que la asistieron. De su talento y de su talante. Con naturales dones para la versificación como ella misma lo señala en la Respuesta a Sor Filotea, vivió un tiempo, la segunda mitad del siglo XVII y en determinados espacios físicos y de la vida novohispana. Lo mismo el campo en su primera infancia que transcurrió en Nepantla y Panoayan, la Ciudad de México donde vivió de los ocho a los quince años en casa de sus tíos María y Juan Mata, el Palacio donde pasó su juventud hasta los veintiún años (con un intermedio de seis meses en que estuvo con las Carmelitas Descalzas), que el convento de San Jerónimo donde pasó el resto de la vida. ¿Qué sonidos la acompañaron? ¿Cómo cincelaron su sensibilidad, las imágenes poéticas, las voces y giros en su propia obra? Propongo un viaje por ellos, de la mano de la Juana Inés que se volvería la Sor Juana mítica de fines del diecisiete.
Sor Juana Inés de la Cruz a los 15 años, al entrar a la corte del virrey Marqués de Mancera.
Óleo sobre tela, J. Sánchez.
Cantos negros y el furor del Popocatépetl
Juana Inés nace en Nepantla en 1648, como lo indica el acta de nacimiento encontrada en la parroquia de San Vicente Ferrer de Chimalhuacán, actualmente municipio de Ozumba, Estado de México, donde fue bautizada, y pasa de los tres a los ocho años en la hacienda de Panoayan, muy cerca de Amecameca, donde vive con sus abuelos, ya que el padre, Pedro de Asbaje, había desaparecido sin dejar huella (muy probable mente, dicen los estudiosos, habría regresado a Vizcaya). Es en esos años que asiste a la escuela Amiga, donde la instrucción correspondía a las viudas letradas. Sus abuelos Pedro y Beatriz Ramírez eran andaluces de Sanlúcar de Barrameda que habían arrendado ambas fincas por tres vidas. La segunda le tocaría a la madre de Juana Inés, Isabel Ramírez, la tercera a la hermana, María de Asbaje Ramírez. Seguramente la Juana Inés niña escuchó en ese entorno familiar el acento andaluz en el habla de los abuelos, una "s" aspirada, una zeta que no se marcaba, unas palabras que no se terminaban, una entonación suave y dulce. Pero en aquella finca el abuelo tenía doce esclavos, como lo declara en su testamento, familias enteras que trabajaban la tierra: el ganado y el trigo que se cultivaba. Su habla estaba en la esfera cotidiana de la Juana Inés niña. Ya sea que hablara Catalina o Francisco o Jacinto. Voces que se meten en los villancicos que después escribirá en el convento. Tal es el caso de la ensalada del villancico VIII, entre los que se cantaron en los maitines de San Pedro en la catedral de México en el año de 1683.
Bueno esté el Latín: más yo
de la Ensalada, os prometo
que lo que es deste bocado,
lo que soy yo, ayuno quedo.
Y para darme un hartazgo
como un Negro camotero
quiero cantar, que al fin es
cosa que gusto y entiendo;
pero que han de ayudar todos.
Negro:
-¡Oh Santa María,
que a Diosa parió,
sin haber comadre
ni tené doló!
-¡Rorro, rorro, rorro,
rorro, rorro, ro!
¡Que cuajá, que cuajá, que cuajá,
te doy.
-Espela, aún no suba,
que tu negro Antón
te guarra cuajala
branca como Sol.
-Rorro ...
-Garvanza salara
tostada ri doy,
que compló Cristina
masé de un tostón.
-Rorro ...
-Camotita linda,
fresca requesón,
que a tus manos beya
parece el coló.
-Más que ya te va,
ruégale a mi Dios
que nos saque lible
de aquesta prisión.
-Rorro ...
- Y que aquí vivamo
con tu bendició
hasta que Dios quiera
que vamos con Dios.
-Rorro ..
Y en esta misma Ensalada aparece un personaje vascuence, que con sus palabras da cuenta de la mezcla de procedencias peninsulares, giros africanos, sin contar aún las voces indígenas (náhuatl en particular) que se sumaran a esta mezcla de lenguas y matices que fueron sustrato primario del que abrevó la niña Juana Inés.
Prosigue la introducción de la Ensalada del Villancico VIII:
-Pues que todos han cantado,
yo de campiña me cierro:
que es decir, que de Vizcaya me revisto.
¡Dicho y hecho!
Nadie el Vascuence murmure,
que juras a Dios eterno
que aquésta es la misma lengua
cortada de mis Abuelos.
Y precisamente con aquella lengua cortada de sus abuelos, que podrían ser los abuelos de Juana Inés por el lado paterno, habla el Vizcaíno:
Señora, André María,
¿Por qué a los Cielos te vas
y en tu casa Aranzazú
no quieres estar?
¡Ay que se va Galdunái,
nere Bizi, guzico Galdunái!
Para terminar con esta estrofa:
Guatzen, Galanta, contigo:
Guatzen, nere Lastaná:
que al cielo toda Vizcaya
has de entrar.
Texto de Sor Juana Inés de la Cruz que versa sobre el Arco triunfal erigido en la Santa Iglesia Metropolitana con motivo de la entrada del Conde de Paredes. Marqués de la Laguna, Virrey, Gobernador y Capitán General de la Nueva España, publicado en el Tomo II de las Obras de la misma autora.
Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional, UNAM
Voces indígenas
Así, entre gemidos de bueyes y vacas, la ordeña, la trilla, el fogón de la casa, Juana Inés escuchó las voces de los indígenas que trabajaban el campo como peones o atendían la cocina para maridar sabores e ingredientes. Tan pronto el conejo cazado para celebrar a don Pedro Ramírez como el cacahuate para la salsa. La Nueva España era un caldo de mezclas, la olla de las culturas y la infancia de Juana Inés Ramírez de Asbaje (o Azuaje) nieta de andaluces, hija de criolla y vasco, criolla ella misma, abrevó de estos orígenes peninsulares y de las voces negras y náhuatl que convergieron en la hacienda de Panoayan.
Amecameca era un pueblo de indios predominantemente, en tiempos de Juana Inés tenía un gobernador que se elegía entre los caciques de la región.
En sus primeros villancicos (1676) recogerá la tradición del tocotín, un baile indio:
... y con las cláusulas tiernas
del Mejicano lenguaje,
en un Tocotín sonoro
dicen con voces suaves:
Tocotín Tla ya timohuica,
totlazo Zuapilli,
maca ammo, Tonantzin,
titechmoilcahuíliz ...
Este oído atento de la poeta precoz, estas voces nutricias aparecen en la Loa al Santísimo Sacramento con la que ganó el concurso, a la edad de 7 años, al que convocara la parroquia de San Miguel en Amecameca. Dicha loa, de la que tenemos razones no sólo por la biografía que el padre Calleja hizo de sor Juana, sino por el hallazgo reciente de Augusto Valleja Villa (Letras Libres, octubre de 2001), fue recopilada por el cacique del pueblo de Tlayacapan, Juan Hipólito Cortés Quetzalquauhtli y Tequantepehua, bajo el tíitulo de Loa satírica de una comedia en la festividad de Corpus hecha y recitada en Tlayacapa, año de 1682. Escrita mayormente en náhuatl, Vallejo Villa la manda traducir y allí encuentra menciones de Amecameca, una abuela, negros y novillos, palabras en español entresacadas del náhuatl que llevan al historiador a suponer que es la loa premiada de Juana Inés. Lo importante es que en ella las voces náhuatl dan fiero testimonio de las lenguas que oía y empleaba la Juana Inés tan lejos aun de la que sería.
Toma de hábito de sor Juana Inés de la Cruz,
Óleo sobre tela. Juan Urrichi, 1876, MUNAL, INBA
Pregones y campanas
La llegada por agua a la Ciudad de México a los ocho años, desde Chalco hasta la acequia junto a la Plaza Mayor, proveerá a Juana Inés de los sonidos de aves, garzas, chichicuilotes, patos, gavilanes y de más fauna lagunera y del chapaleteo de los remos en el agua límpida del amanecer. El silencio se trastocará con el bullicio capitalino. El ir y venir de caballos herrados sobre las calles de piedra, los carruajes, los pregones en la plaza, las campanas de catedral y de parroquias cercanas como la de San Francisco. La ciudad será un enjambre de comercio en sus cajones de la plaza mayar y ya la vida no será tan sencilla mientras habita en la casa de sus tíos Mata, en la calle de Monte Alegre, muy cerca de palacio.
Los ecos de palacio
Entrar a palacio invitada por la virreina Leonor Carreto que la llamará "mi muy querida" será estar cerca de la música entre bailes y tertulias, y del latín que aprenderá durante las veinte lecciones del bachiller Oliva. En palacio entrará a su ánimo la voz del confesor de la virreina, el jesuita Antonio Núñez de Miranda, famoso por sus cualidades de oratoria, quien seguramente será quien anime a la joven Juana Inés a los diecinueve años a optar por las Carmelitas Descalzas.
Desde el balcón de la virreina, Juana Inés contemplará el bullicio de la plaza protegida por la celosía que será preámbulo de la que la separa¬rá del mundo en el Convento de San Jerónimo. Aquí habrá de ensalzar sus oídos con conversaciones privilegiadas como las de los bachilleres, funcionarios civiles y eclesiásticos, los virreyes mismos y la bandada de acentos peninsulares, criollos y tal vez mestizos que se dan cita en palacio. También escuchará las voces criollas de las jovencitas que los padres mandan a palacio a entrenarse en las costumbres de la realeza para así conseguir el mejor marido. Escuchará las misas en latín de la catedral, el órgano monumental, los coros y sin duda los parlamentos en el teatro Coliseo que estará tan vivo entonces.
Libros y rezos
Y luego será el convento, ahora sí, porque la orden de las Descalzas fue tan dura a su inclinación por el es¬tudio, donde llegue el sosiego de los libros entre el trajín de la prima, la tercia, la sexta, la nona, las vísperas, las completas y las obligaciones de religiosa. Allí será el sonido de los rezos, el deslizar de los pies de las hermanas, los coros y el jicareo del agua en la fuente del convento lo que acompañe sus veinticinco años de profesión. Escuchará las composiciones de Juan Hidalgo, de Joseph de Torres, de Juan Gutiérrez de Padilla. Será en el locutorio donde las conversaciones con su querida y cómplice María Luisa Manrique, condesa de Paredes, marquesa de la Laguna, virreina de la edad de Juana Inés ocurran. Donde se sellen complicidades hasta el final. Allí Juana Inés habrá de escuchar a su amigo Sigüenza y Góngora y al propio Kino discurrir y disentir sobre el cometa y su influencia en los destinos. Entre el sonido del chocolate vertido desde una jarra a la taza, asistirá a discusiones, leerá sus poemas, imaginará, por el recuento que haga la virreina, cómo fue la representación de Los empeños de una casa en palacio.
Aquí escuchará el ruido de la fama que tocará a sus puertas de la mano del primer volumen de sus obras pu¬blicado en Sevilla, Inundación castálida, y del segundo, publicado en Madrid, ambos por empeños de la ex virreina y amiga de Sor Juana. Aquí convocará a todas las lenguas escuchadas, todos los libros leídos para atender ocasiones con versos, liturgias con villancicos, intelecto con Primero sueño.
O Domina Speciosa; o Virgo praedicanda; o Mater veneranda; o Genitrix Gloriosa; o Dominatrix Orbis generosa!
Yo, la peor del mundo
A sus oídos llegará la solicitud de que escriba la crítica al sermón de Vieyra, el portugués, y después de hacerlo y de atreverse con su propia versión sobre la mayor fineza de Cristo (los beneficios negativos), recibirá la reprimenda pública en la voz de Sor Filotea, alias del obispo poblano Manuel Fernández de Santa Cruz.
Cerca del final de su vida, escuchará el cepillar de los libros que abandonan repisas y caen en cajas, las balanzas e instrumentos de medidas y ópticos de su biblioteca, laúdes y flautines que se irán depositando en los bargueños que los sacarán del convento para asistir a los menesterosos, como el arzobispo Aguiar y Seijas desea, como conviene a quien el Santo Oficio tiene en la mira. Se quedará a solas en la celda, con el sonido del eco de las paredes desvestidas de libros. Aquí se escuchará el sonido de la piedra, cuando sor Juana coloque en el hueco de la arquería de la enfermería del convento, el cofre con su profesión de fe firmada con sangre "Yo, la peor del mundo".
En el convento de San Jerónimo, a la vera del santo traductor y su seguidora Santa Paula, exhalará su último aliento en abril17 de 1695, después de un falso silencio donde queda el ruido de su vehemencia y la contundencia de sus escritos, y la alta música de sus versos y su inteligencia.
Escultura de Sor Juana, Alexander Philips, 1995. Arriba se aprecia el puente edificado alrededor de 1883, ubicado en el km 93 sobre la antigua ruta de México a Ozumba, Cuautla y Puebla del Ferrocarril Interoceánico también conocida como la ruta de los volcanes, hoy día, en desuso. Centro regional de cultura Sor Juana Inés de la Cruz. Dirección del Patrimonio Cultural, Instituto Mexiquense de Cultura, Nepantla, Estado de México.
* Revista Relatos e Historias en México; número 14, octubre 2009.
No hay comentarios:
Publicar un comentario