El primer amigo que tuve en mi vida era haitiano, hijo del embajador de ese país en México. No me acuerdo de su apellido, puesto que nuestra amistad de remonta a muchísimos años, pero si tengo fresca en la memoria la espectacularidad de sus fiestas de cumpleaños.
Yo entonces no entendía que el papá de Paul era el embajador de la dictadura y que, si bien ellos vivían como reyes, la enorme mayoría de sus paisanos se hundía en la miseria y la injusticia.
Tuve otra amiga haitiana, Nadine. Ella y toda su familia viven en Nueva York, alimentando la cifra de casi dos millones de haitianos, de un país de diez millones de habitantes, que optaron por el exilio. Las remesas representan casi un tercio del PIB del país caribeño.
No es de extrañar que la gente se vaya, puesto que Haití es uno de los países más pobres del mundo, y el más pobre del hemisferio occidental. . De acuerdo con el Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD (2002), ocupa el lugar 146 de 173 países; dos tercios de los haitianos viven en el umbral de la pobreza y la mitad en la extrema pobreza.
Como si esto no fuera suficiente, Haití es azotada por ciclones e inundaciones periódicamente, y presenta grandes problemas de erosión, deforestación y escasez de agua potable.
Hoy todo esto sale a la luz, pero ya existía antes del sismo. Haití, un país creado como depósito de esclavos negros, no ha podido, desde su independencia, darse instituciones democráticas capaces de impulsar el desarrollo. Ya en 1806, y después del asesinato de Jean Jacques Dessalines, héroe independentista, el país se dividió en dos: al norte, un reino dirigido por Henri Christophe, al sur, una república gobernada por Alexandre Sabès, llamado Pétion.
Los primeros tiempos de la historia de Haití fueron difíciles, marcados por indisolubles luchas de poder entre los negros y los mulatos. Aún dependiente financieramente de Francia, Haití no lograba consolidarse políticamente.
En 1957, después de innumerables revueltas, invasiones extranjeras y un gobierno militar, llegó al poder, electo con el apoyo de los negros que veían en él la forma de luchar contra las élites mulatas, François Duvalier, el infame “Papa Doc”. Duvalier impuso una política extremadamente represiva y recibió del Parlamento la autorización de gobernar por decretos.
El régimen Duvalier se apoyaba en una milicia paramilitar, los Voluntarios de la Seguridad Nacional (VSN), apodados los “tontons macoutes”, que sembraron el terror en las filas de la oposición y lograron sofocar toda resistencia. Duvalier pronunció la disolución del Parlamento el 8 de abril de 1961. Solamente en 1967 fueron ejecutados 2000 opositores.
Papa Doc se aseguró que, a su muerte, su hijo heredaría el poder: en enero de 1971, la Asamblea Nacional enmendó la Constitución en este sentido. A la muerte del dictador, el 21 de abril de 1971, Jean-Claude Duvalier, Baby Doc, de solamente 19 años, accedió a la presidencia de Haití. En 1986, un levantamiento popular derrocó a Jean-Claude Duvalier, que partió a refugiarse en el sur de Francia.
Pero el fin de la era Duvalier no marcó el inicio del desarrollo democrático: Jean Bertrand Aristide, primer presidente electo democráticamente, fue derrocado y partió a Estados Unidos, y el país fue sometido a bloqueo económico en 1993, precipitando la degradación sanitaria y alimentaria.
En 1994 tropas estadounidenses desembarcaron en Haití y en 1996 fue electo René Preval, quien sería reelecto en 2006.
Todo esto, la pobreza, la falta de instituciones democráticas, el descontento generalizado, ya existían antes del temblor ¿Y dónde estaba entonces la comunidad internacional? ¿A quién le importaba Haití?
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