sábado, 23 de enero de 2010

EN DEFENSA DE OBAMA

Dolia Estévez


Con su popularidad disminuida, el futuro de su agenda legislativa en entredicho y su partido a la deriva, Barack Obama dista de proyectar la imagen del político invencible que juró cambiar Washington y


restaurar la credibilidad en el gobierno hace un año. ¿Qué pasó desde aquel 20 de enero, cuando cientos de miles de ilusionados seguidores sortearon el frío para ser testigos de la realización del sueño de Martin Luther King? Obama no ha cumplido con sus promesas, está tratando de abarcar demasiado, no sabe cómo gobernar, confunde prioridades, es cautivo de sus asesores, está obsesionado con su imagen mediática y rehúsa consensuar. De todo lo culpan.

Históricamente, el primer año de las gestiones presidenciales no se caracteriza por sus resultados. Lincoln no pudo poner fin a la Guerra Civil, Roosevelt confrontó la Gran Depresión y J. F. Kennedy presidió el fiasco de Bahía de Cochinos y el inicio de la construcción del Muro de Berlín. No fue hasta el segundo y el tercer año de sus respectivos gobiernos que aterrizaron leyes que definieron sus legados y cambiaron el cauce de la historia.

En este primer año, Obama sale mejor librado que sus antecesores con los que mayormente se identifica. Su paquete de estímulos evitó otra Gran Depresión y gracias a su liderazgo está a punto de promulgar una reforma de salud que ningún predecesor suyo pudo concretar en 100 años. Si hay algo que reprocharle es no haber enfatizado hasta el cansancio que el descalabro económico y el desastre de las guerras son obra de su antecesor. Él sólo las heredó.

El desencanto del que hablan las encuestas tiene menos que ver con Obama, el político pragmático, que con sus idealistas partidarios, sobre todo la izquierda que construyó castillos de arena en torno al primer presidente negro de la historia y quiso creer que iba abandonar Iraq y Afganistán, estatizar el sistema de salud, salvar la Tierra del calentamiento y decretar los matrimonios gays. Ni durante la campaña, cuando electrificó multitudes con su poética retórica de cambio y esperanza, prometió que produciría resultados de la noche a la mañana. Obama es un dirigente metódico, gradualista y no ideológico. Y por más inteligente y osado que sea, no deja de ser un político, tan calculador y vanidoso como el resto de su clase. Obama es un líder terrenal, no un mesías celestial.

¿HABLAR BIEN DE MÉXICO?

En México, 2010 empezó con un cuadro de dualidad siniestra. Por un lado, un Presidente beligerante demandando al cuerpo diplomático “hablar bien de México”. Y, por el otro, el recrudecimiento sin precedente de la violencia que desgarra al país desde que Felipe Calderón tomó posesión. Y no es cierto, como alegan los diplomáticos obligados a “hablar bien de México”, que “90 %” de las víctimas son “narcos”. Valentín Valdés Espinosa y José Luis Romero, dos periodistas no narcotraficantes, acaban de engrosar la alarmante estadística de asesinatos sin justicia que dificulta “hablar bien de México”. Los reporteros de El Zócalo de Saltillo y de Línea Directa de Culiacán, respectivamente, fueron torturados, ejecutados y embolsados por asesinos con cheque en blanco para matar. ¿Hasta cuándo las empresas mediáticas exigirán justicia y protección? ¿Hasta cuándo los periodistas dejarán de lado rivalidades, pifias y odios para demandar el fin de la impunidad?

“El tema de la impunidad en México es inmenso –me respondió Carmen Aristegui en un viaje reciente a México–, es el factor de explicación más claro de por qué no nos organizamos, de por qué no tenemos respuesta, de por qué la sociedad mexicana le puede pasar por encima un cadáver y como si no pasara nada. Hay una ausencia de reacción organizada de la sociedad frente a estos hechos porque estamos ante el país del no pasa nada, que es el sinónimo de la impunidad. Éste es el eje por el que estamos caminando; pasan todas las cosas posibles, pero a la vez no pasa nada”.

Hablar bien del México de Calderón, del país donde asesinar periodistas no cuesta nada, sería faltar a la verdad.

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