lunes, 7 de diciembre de 2009

Sobre rieles

Jacobo Zabludovsky
El UNIVERSAL
07 de diciembre de 2009

n negocio llamado tranvía.

Un tranvía llamado negocio.

En la letra chiquita del Proyecto de Presupuesto de Egresos del Distrito Federal presentado el martes a la Asamblea Legislativa, revive el muerto y enterrado proyecto del tranvía en el Centro Histórico.

Nadie con un mínimo de caletre puede oponerse al tranvía. Sería tan estúpido como oponerse al avión, al automóvil o a la bicicleta. Es un medio de transporte que demostró su eficacia desde que en 1900 se inauguró el primero a la Villa. La Mexico Electric Transways era tan servicial que alquilaba tranvías fúnebres capaces de depositar a su principal pasajero, sin queja alguna, a las puertas del panteón. Desaparecieron en 1970.

Ahora insisten desesperadamente en resucitarlo y de toda esta ciudad que llega hasta donde el cepillo no toca les gustó el Centro Histórico. Eso es lo aberrante: no el tranvía, sino el tranvía en el Centro Histórico. Porque el negocio no está en el cobro de la transportación, o no solo en eso, sino en todo lo que el Centro Histórico agrega al proyecto y lo convierte en el más cuantioso y suculento pastel a repartir en lo que resta del sexenio.

Con la concesión se entrega a la empresa ganadora el derecho de destruir 11 kilómetros de calles recién adoquinadas, el doble de extensión de banquetas que deberán ajustarse milimétricamente a la altura y distancia de las puertas de cada vagón, el derecho a poner postes y cables eléctricos aéreos frente a las fachadas antiguas. Durante 25 años nadie, ni el Gobierno del Distrito Federal, podrá tocar el espacio concesionado que pasa a ser, la vía pública, posesión privada.

El negocio tiene ramificaciones infinitas y los mercaderes más poderosos del país quieren su tajada, impulsan por eso el proyecto y ponen en práctica una campaña de lavado de cerebro basada en dos procedimientos: callar las críticas y convencer a todos de las milagrosas ventajas del tranvía en el CH.

Los terrenos. El Gobierno del Distrito Federal entregará al concesionario dos enormes predios, de miles de metros cada uno, para terminales de los vehículos eléctricos. Uno adjunto a la estación de Buenavista y otro en la esquina de Pino Suárez y Fray Servando, donde el terreno alcanza los mayores precios y no tendrán restricciones de uso de suelo. Ahí, de acuerdo con la experiencia de sus cadenas prósperas, construirán hoteles, centros comerciales, cines, estacionamientos, edificios para oficinas y habitaciones, cafeterías, restaurantes de todo nivel, boutiques y tiendas de autoservicio. Todo en terrenos cedidos gratuitamente. O que van en el paquete, para ser más discretos.

La publicidad. En cada estación, en las terminales, en postes y paradas, en el interior de los vagones, en las bocinas de todo el sistema que escucharán millones de oyentes cautivos, en las pantallas de televisión de circuito cerrado dentro y fuera de los vehículos, en las publicaciones que la empresa autorice. You name it.

Las ventas. En todas las paradas, terminales y carros solo se venderán las golosinas, cigarros y condones permitidos previo contrato.

La tecnología. Los sistemas de venta de los boletos o abonos, la máquina electrónica para admitir a los pasajeros, las tarjetas y detectores inteligentes, los sistemas de punta serán alquilados a compañías que operan ya en el metrobús y otros transportes y son las más interesadas por la especialización de su servicio que limita su clientela.

Todo lo anterior no valdría lo mismo si el tranvía circulara en zonas donde es más necesario pero carecen del millón diario de visitantes, promedio que, junto a la fama mundial del sitio, hacen del Centro Histórico el lugar donde los generosos inversionistas desean salvar a sus habitantes del problema de incomunicación que solo el tranvía resuelve.

La construcción del tranvía va a terminar de hundir en la miseria a vecinos, comerciantes y profesionistas modestos que durante tres años sufrirán las consecuencias de esta repugnante maniobra que, simultáneamente, hará más ricos a los conocidos benefactores públicos que no tienen llenadera.

Alston y Bolsoh Cogifer, de Francia; Siemens, de Alemania; CAF, de España o Bombardier, de Canadá, son las que fabrican tranvías. Sus vendedores andan por el mundo con portafolios llenos de papeles, la mitad para que alguien firme en blanco y la otra para que alguien gaste en verde. Nadie se resiste a perder su virginidad, si aún la tiene, ante la seducción inicial de un viaje de lujo por ciudades europeas para descubrir eso llamado tranvía.

Una de ellas ganará la licitación. No abrigo esperanza de que pueda evitarse esta puñalada trapera al Centro Histórico.

Sabemos bien quien manda aquí.

O quienes.

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