25 de octubre de 2009
Opinión | Análisis
MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA
Personaje casual de un texto de Vicente Leñero, el poderoso dirigente obrero del callismo, Luis N. Morones, líder de la CROM y exsecretario de Industria, Comercio y Trabajo, perora desde la tribuna de la Cámara de Diputados. En las atestadas galerías hay barullo, gritería a la que tiene que imponerse el orador. Los insultos van y vienen, pues Morones se enfrasca en un ruidoso diálogo con el público. De pronto, por encima de todas las voces una resuena con la orden que nadie quiere escuchar o mucho menos acatar:
-¡Morones, chinga a tu madre!
Se sacude el poderoso callista con esa invocación. Pero pretende obtener provecho de ella:
-Yo tengo dos madres -explica a su auditorio-: una que está disponible para que sobre ella se cebe el odio mercenario de los enemigos de la Revolución, como el que ha querido ofenderme. A ella pueden zarandearla cuanto quieran. Hay otra, sin embargo, que está a salvo de la grosera insolencia de los reaccionarios. A ella la mantengo lejos del debate público, dentro de mi corazón, en un nicho.
Se impone de nuevo entre el bullicio la misma voz que antes se hizo escuchar. Como en las artes marciales, aprovecha el vuelo de las frases del jefe cromista para espetarle contundente:
-¡Morones, chinga a tu madre... la del nicho!
Aunque se trata de una recreación literaria, el momento refleja la relación entre legisladores y gente común que, acarreada o por voluntad propia, acudía a las galerías del Palacio del Factor, donde antes funcionó la Cámara de Diputados y es hoy la sede de la Asamblea Legislativa. Es impensable que no haya un espacio en todo el edificio destinado a la discusión de asuntos que conciernen a los ciudadanos, a la sociedad, al pueblo.
Y sin embargo, en el Palacio Legislativo de San Lázaro la presencia del público no es bienvenida. O lo es bajo ciertas y rigurosas condiciones. Cuando éstas no se cumplen, como el jueves 22, el ruido en las galerías puede ser aprovechado para una chicana parlamentaria, como la de dar por concluida una comparecencia que iba a desnudar algunas de las maniobras gubernamentales más recientes, las que buscan la disolución del Sindicato Mexicano de Electricistas y para lograrlo ordenaron la extinción del organismo público Luz y Fuerza del Centro.
Como otros miembros del gabinete, el secretario del Trabajo Javier Lozano Alarcón había sido convocado para exponer, ante comisiones, el contenido del tercer informe de gobierno del presidente Calderón, en materia laboral, la que le concierne. Dado que estaba en curso el conflicto interno en el SME, y la injerencia que a favor de una de las corrientes en contienda desempeñaba Lozano, era previsible que ese tema iba a imponerse en la comparecencia programada para las cinco de la tarde del martes 13 de octubre. Pero como el sábado 10 el gobierno tomó por asalto las instalaciones de esa empresa pública y al día siguiente emitió un decreto para extinguirla y liquidarla, Lozano rehusó enfrentar a los legisladores en el tórrido ambiente que esa decisión produjo y simplemente, con la arrogancia de quien tiene poder nuevo y prestado, anunció que no concurriría.
En la Comisión de Trabajo, ni siquiera en la mesa directiva de la Cámara, se recibió la notificación correspondiente, apenas unas horas antes de la cita abruptamente cancelada, y cundió la irritación por el desplante del secretario del Trabajo. Por unanimidad, los coordinadores de los grupos parlamentarios, incluido el del PAN, partido del que es catecúmeno el secretario después de su militancia priista, manifestaron su extrañeza por la conducta de Lozano y lo convocaron a cumplir el compromiso que pretendió eludir. Pero se presentaría ante el pleno, ya no en comisiones, el miércoles 21, en sesión especial. De cualquier modo, el habilidoso poblano había conseguido aplazar su cita una semana. Los avatares fiscales envolvieron a la Cámara desde la noche del lunes 19 hasta el alba del día en que Lozano debía comparecer y fue candelada la sesión especial y fijada una nueva cita para el jueves 22.
Ésta sería asimismo cancelada, después de dos recesos. Tardó en comenzar y luego se produjo un largo preámbulo que denotaba la hostilidad con que un grupo de diputados recibiría al secretario. Dos diputados panistas pidieron desde ese momento suspender la reunión porque no había condiciones para realizarla. El presidente de la mesa directiva, Francisco Ramírez Acuña, estaba en el Senado, en la ceremonia de entrega de la medalla Belisario Domínguez, y por lo tanto dirigía los debates el vicepresidente panista Francisco Javier Salazar, antecesor de Lozano en la secretaría del Trabajo y autor de la autoritaria línea antisindical que practica el actual titular. Por esos datos en común era claro que Salazar procuraba proteger a Lozano. Por la tensión que embargaba al recinto, decretó dos recesos, el segundo de los cuales duró más de una hora. Finalmente pudo empezar la comparecencia y el invitado expuso su tema en diez minutos, ni uno de los cuales se refirió a Luz y Fuerza ni al SME, como si no invocándolos esos temas desaparecerían del escenario. Varios oradores fueron rudos y ásperos pero ninguno llegó al extremo dramático de Adán Augusto López, que montó una breve parodia de la conducta de Lozano que le merece reproches: tiró un puñado de billetes delante del secretario, que cabizbajo, a ratos tomando notas o con la mirada puesta en su laptop o la mesa, soportaba la andanada. Le explicó que era su indemnización y lo conminó: "y ahora váyase".
Poco después, ya con Ramírez Acuña al frente de los debates, ingresaron a la galería decenas de trabajadores electricistas. Como todo ciudadano, tenían derecho a entrar. Para eso se construye esa parte del edificio legislativo. Pero como se teme al público, sin atribución legal ninguna se restringe el acceso a la gente. Suele ubicarse en esas galerías, sin embargo, a grupos invitados por algún legislador, a quienes el presidente de la mesa de debates suele saludar. El martes mismo, mientras se esperaba el fin de las discusiones de la Ley de Ingresos en la Comisión de Hacienda, Ramírez Acuña mencionó a muchos grupos de visitantes, probablemente más que ningún otro día.
Los electricistas no entraron silenciosos ni se mantuvieron callados. Gritaron a todo pulmón ¡fascista! a Lozano. Y su vocinglería fue aprovechada por el exsecretario de Gobernación para suspender la sesión y dar por concluida la comparecencia del secretario. Apenas tres partidos habían tomado posición sobre los temas a tratar, y estaba lejos aún el momento en que comenzara la ronda de preguntas y respuestas, la mera sustancia de la presencia del secretario. Paradójicamente, los hostigantes de Lozano fueron sus salvadores, para perjuicio del debate que debe haber sobre la liquidación de Luz y Fuerza y la suerte del SME.
Ramírez Acuña abusó de la ignorancia sobre las normas internas de la Cámara que priva en la generalidad de los diputados. El Reglamento para el Gobierno Interior del Congreso contiene un capítulo titulado "De las galerías", de ninguno de cuyos artículos se desprende la posibilidad de que el desorden del público en ellas sea causa para suspender una sesión. Al revés, se prevé que una sesión continúe después de que se pida al público retirarse, o se ordene forzarlo a salir. Si ello ocurre, "el presidente levantará la sesión pública y podrá continuar en secreto", según el artículo 210 del vetusto ordenamiento, el cual dispone en el 207 que "Los concurrentes a las galerías se presentarán sin armas, guardarán respeto, silencio y compostura, y no tomarán parte en los debates con ninguna clase de demostración".
Pero ni siquiera se les instó a guardar silencio, lo cual se hubiera explicado si de las galerías hubiera brotado, como en el imaginario caso de Morones, alguna invocación a la madre, sea la expuesta al escarnio público o la del nicho.
-¡Morones, chinga a tu madre!
Se sacude el poderoso callista con esa invocación. Pero pretende obtener provecho de ella:
-Yo tengo dos madres -explica a su auditorio-: una que está disponible para que sobre ella se cebe el odio mercenario de los enemigos de la Revolución, como el que ha querido ofenderme. A ella pueden zarandearla cuanto quieran. Hay otra, sin embargo, que está a salvo de la grosera insolencia de los reaccionarios. A ella la mantengo lejos del debate público, dentro de mi corazón, en un nicho.
Se impone de nuevo entre el bullicio la misma voz que antes se hizo escuchar. Como en las artes marciales, aprovecha el vuelo de las frases del jefe cromista para espetarle contundente:
-¡Morones, chinga a tu madre... la del nicho!
Aunque se trata de una recreación literaria, el momento refleja la relación entre legisladores y gente común que, acarreada o por voluntad propia, acudía a las galerías del Palacio del Factor, donde antes funcionó la Cámara de Diputados y es hoy la sede de la Asamblea Legislativa. Es impensable que no haya un espacio en todo el edificio destinado a la discusión de asuntos que conciernen a los ciudadanos, a la sociedad, al pueblo.
Y sin embargo, en el Palacio Legislativo de San Lázaro la presencia del público no es bienvenida. O lo es bajo ciertas y rigurosas condiciones. Cuando éstas no se cumplen, como el jueves 22, el ruido en las galerías puede ser aprovechado para una chicana parlamentaria, como la de dar por concluida una comparecencia que iba a desnudar algunas de las maniobras gubernamentales más recientes, las que buscan la disolución del Sindicato Mexicano de Electricistas y para lograrlo ordenaron la extinción del organismo público Luz y Fuerza del Centro.
Como otros miembros del gabinete, el secretario del Trabajo Javier Lozano Alarcón había sido convocado para exponer, ante comisiones, el contenido del tercer informe de gobierno del presidente Calderón, en materia laboral, la que le concierne. Dado que estaba en curso el conflicto interno en el SME, y la injerencia que a favor de una de las corrientes en contienda desempeñaba Lozano, era previsible que ese tema iba a imponerse en la comparecencia programada para las cinco de la tarde del martes 13 de octubre. Pero como el sábado 10 el gobierno tomó por asalto las instalaciones de esa empresa pública y al día siguiente emitió un decreto para extinguirla y liquidarla, Lozano rehusó enfrentar a los legisladores en el tórrido ambiente que esa decisión produjo y simplemente, con la arrogancia de quien tiene poder nuevo y prestado, anunció que no concurriría.
En la Comisión de Trabajo, ni siquiera en la mesa directiva de la Cámara, se recibió la notificación correspondiente, apenas unas horas antes de la cita abruptamente cancelada, y cundió la irritación por el desplante del secretario del Trabajo. Por unanimidad, los coordinadores de los grupos parlamentarios, incluido el del PAN, partido del que es catecúmeno el secretario después de su militancia priista, manifestaron su extrañeza por la conducta de Lozano y lo convocaron a cumplir el compromiso que pretendió eludir. Pero se presentaría ante el pleno, ya no en comisiones, el miércoles 21, en sesión especial. De cualquier modo, el habilidoso poblano había conseguido aplazar su cita una semana. Los avatares fiscales envolvieron a la Cámara desde la noche del lunes 19 hasta el alba del día en que Lozano debía comparecer y fue candelada la sesión especial y fijada una nueva cita para el jueves 22.
Ésta sería asimismo cancelada, después de dos recesos. Tardó en comenzar y luego se produjo un largo preámbulo que denotaba la hostilidad con que un grupo de diputados recibiría al secretario. Dos diputados panistas pidieron desde ese momento suspender la reunión porque no había condiciones para realizarla. El presidente de la mesa directiva, Francisco Ramírez Acuña, estaba en el Senado, en la ceremonia de entrega de la medalla Belisario Domínguez, y por lo tanto dirigía los debates el vicepresidente panista Francisco Javier Salazar, antecesor de Lozano en la secretaría del Trabajo y autor de la autoritaria línea antisindical que practica el actual titular. Por esos datos en común era claro que Salazar procuraba proteger a Lozano. Por la tensión que embargaba al recinto, decretó dos recesos, el segundo de los cuales duró más de una hora. Finalmente pudo empezar la comparecencia y el invitado expuso su tema en diez minutos, ni uno de los cuales se refirió a Luz y Fuerza ni al SME, como si no invocándolos esos temas desaparecerían del escenario. Varios oradores fueron rudos y ásperos pero ninguno llegó al extremo dramático de Adán Augusto López, que montó una breve parodia de la conducta de Lozano que le merece reproches: tiró un puñado de billetes delante del secretario, que cabizbajo, a ratos tomando notas o con la mirada puesta en su laptop o la mesa, soportaba la andanada. Le explicó que era su indemnización y lo conminó: "y ahora váyase".
Poco después, ya con Ramírez Acuña al frente de los debates, ingresaron a la galería decenas de trabajadores electricistas. Como todo ciudadano, tenían derecho a entrar. Para eso se construye esa parte del edificio legislativo. Pero como se teme al público, sin atribución legal ninguna se restringe el acceso a la gente. Suele ubicarse en esas galerías, sin embargo, a grupos invitados por algún legislador, a quienes el presidente de la mesa de debates suele saludar. El martes mismo, mientras se esperaba el fin de las discusiones de la Ley de Ingresos en la Comisión de Hacienda, Ramírez Acuña mencionó a muchos grupos de visitantes, probablemente más que ningún otro día.
Los electricistas no entraron silenciosos ni se mantuvieron callados. Gritaron a todo pulmón ¡fascista! a Lozano. Y su vocinglería fue aprovechada por el exsecretario de Gobernación para suspender la sesión y dar por concluida la comparecencia del secretario. Apenas tres partidos habían tomado posición sobre los temas a tratar, y estaba lejos aún el momento en que comenzara la ronda de preguntas y respuestas, la mera sustancia de la presencia del secretario. Paradójicamente, los hostigantes de Lozano fueron sus salvadores, para perjuicio del debate que debe haber sobre la liquidación de Luz y Fuerza y la suerte del SME.
Ramírez Acuña abusó de la ignorancia sobre las normas internas de la Cámara que priva en la generalidad de los diputados. El Reglamento para el Gobierno Interior del Congreso contiene un capítulo titulado "De las galerías", de ninguno de cuyos artículos se desprende la posibilidad de que el desorden del público en ellas sea causa para suspender una sesión. Al revés, se prevé que una sesión continúe después de que se pida al público retirarse, o se ordene forzarlo a salir. Si ello ocurre, "el presidente levantará la sesión pública y podrá continuar en secreto", según el artículo 210 del vetusto ordenamiento, el cual dispone en el 207 que "Los concurrentes a las galerías se presentarán sin armas, guardarán respeto, silencio y compostura, y no tomarán parte en los debates con ninguna clase de demostración".
Pero ni siquiera se les instó a guardar silencio, lo cual se hubiera explicado si de las galerías hubiera brotado, como en el imaginario caso de Morones, alguna invocación a la madre, sea la expuesta al escarnio público o la del nicho.
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