Vivimos tiempos dignos de reseñarse, de ocupar páginas en los libros de historia que se escribirán con el tiempo.
¿Cómo nos mirarán dentro de cincuenta, cien o doscientos años?
¿Van a sacralizar a Vicente Fox por ser el primer mandatario de la alternancia después de siete décadas del PRI en el poder? ¿Verán a Andrés Manuel López Obrador como el héroe de estos tiempos, o terminará siendo el gran villano? ¿Existirán todavía el PRI y el PAN? ¿Serán en ese futuro un solo partido? ¿La izquierda habrá finalmente desaparecido, o estará en el poder?
No lo sé… Lo que sí sé es que ahora hay muchos periódicos, existe la radio, la televisión, internet; tenemos videos, libros que documentan el acontecer cotidiano.
Cierto que en cuestiones de política ni por el hecho de que nuestros futuros historiadores cuenten con más instrumentos que en el pasado para documentarse, lleguen a ponerse de acuerdo en sus visiones. Será sin duda la visión de los vencedores la que dará su versión. Sin embargo, lo que sí podrán hacer es mirar con mayor detalle nuestro tiempo.
Si hojeasen los periódicos de estos días –algo que sería seguramente algo exótico para los seres del futuro–, encontrarían sus páginas repletas de sangre y noticias de miles de ajusticiados, ahorcados, degollados, asfixiados, entambados, encajuelados; se toparían con que existió un hombre al que llamaron “el pozolero” cuyo trabajo consistía en remover los cuerpos hasta que se deshicieran.
Escucharían los gritos indignados de madres de jóvenes masacrados, desparecidos y levantados, alzando voces y brazos acusadores de una guerra que no pidieron, frente a un Presidente que les mira y se niega a retirar al Ejército de sus calles.
Sabrían también que aquellas voces doloridas se sumarían a tragedia tras tragedia: la de más de 30 niños muertos por el incendio en una guardería llamada ABC y otros tantos mineros sepultados en Pasta de Conchos; a desapariciones continuas y muertes de periodistas.
Mirarían fotografías y videos mostrando restoranes y plazas cerradas, mientras los capitalinos caminan por calles semidesiertas con sus rostros cubiertos con tapabocas ante el temor de contraer un nuevo virus que se descubrió en nuestro país y alarmó al mundo entero, sin que a fin de cuentas resultara tan virulento como se creyó.
Encontrarían que hubo una terrible contingencia en el valle de México por unas lluvias fuera de temporada que reventaron canales y nos cubrieron de aguas negras y malolientes en el año en que festejábamos el centenario de la Revolución y del bicentenario de la Independencia, como si la escena misma simbolizara la podredumbre política, económica, social y ética que se vivía entonces.
Se toparían también con los embates de la iglesia y las fuerzas de derecha contra el estado laico, los matrimonios entre personas del mismo sexo y su derecho de adopción.
Sabrían, como tantas otras veces en nuestra historia, que las elecciones presidenciales habían sido cuestionadas, que se habló de fraude, que nunca se recontaron los votos y que hubo un enorme plantón durante más de un mes que ocupó toda la avenida Reforma hasta el mismísimo zócalo y que ahí se proclamó al derrotado como Presidente legítimo.
Leerían a los analistas y encontrarían que hablaban de un Estado desmantelado, incapaz e impotente frente a rapaces poderes fácticos que crecieron al cobijo de los propios mandatarios; que calificaban de “pequeños y mediocres” a la clase política del momento; y que toda negociación política se convertía en chantaje en aras del poder…, migajas del poder.
Eso, ¡y más, mucho más! encontrarían quienes volteasen a mirar esta etapa del México de la primera década del siglo XXI.
¿Cuál sería su conclusión? Sin duda no muy buena.
Parecería que después del destello que nos encaminó hacia etapa que prometía mayor democracia, acabó por ser todo lo contrario. Nos retrotrajo a las antiguas luchas entre liberales y conservadores; hubo un intento de desafuero malintencionado, se ensuciaron las elecciones; se abrió de nuevo las puertas a la iglesia para inmiscuirse en la política y nuestras legislaciones; se sacó al ejército de sus cuarteles y, por encima de la Constitución, su jefe Máximo declaró una guerra para legitimarse.
A diferencia de hace 200 años, que se conspiró y luchó por un México mejor, hoy lo que vivimos parece ser una conspiración contra México. Una conspiración que inició abiertamente hace seis años, en un día como éste, primero de marzo, con un video que daría paso a la etapa de los llamados “videoescándalos”, que buscaba acabar con la figura del hombre que apuntaba para llegar a Los Pinos en el año 2000.
Entramos desde entonces en una etapa oscura y triste, cada vez más dolorosa, que nos desliza hacia una especie de Edad Media en pleno despuntar del siglo XXI.
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