jueves, 24 de mayo de 2012

El agua del molino - Raúl Carrancá y Rivas

El agua del molino
Raúl Carrancá y Rivas
Los universitarios y las elecciones
Organización Editorial Mexicana
24 de mayo de 2012
Las manifestaciones de jóvenes universitarios que se han visto en los últimos días en todo el país son una clara muestra, cualitativa, de lo que pasa en nuestra sociedad. Aclaro que la juventud, como se sabe, tiene dos vertientes, una estrictamente biológica y otra mental y espiritual, de conciencia. En tal virtud no es sólo la edad física la que define la juventud. Por cierto, según las noticias los manifestantes son jóvenes biológicos y personas -sin duda jóvenes- de la llamada tercera edad. Desde luego las universidades no son un espacio de arenga político electoral, pero sí de reflexión y análisis político. De esas manifestaciones yo me quedo con su fondo, con su esencia, es decir, que aparte de candidatos y partidos significan un repudio, una clara y evidente protesta ante el abuso de la palabra envuelta en la turbulencia de la demagogia, ante el predominio de los partidos y la soberbia de algunos candidatos. "El estilo es el hombre", escribió Buffon, porque según somos así es nuestra forma o manera de comportarnos, nuestra manera de ser y de existir, de expresarnos. ¿Qué es eso de que "cuando yo sea presidente o presidenta haré tal o cual"? Deberían decir: "si el pueblo me elige como presidente...". Pero no, pura soberbia, petulancia electorera que no cuadra con la verdadera democracia. Hay una sintomatología social que no es precisamente cuantitativa sino cualitativa, o sea, de substancia que denota cualidad. Y las manifestaciones del caso tienen todo el tinte de un hartazgo, de un "ya basta", de un gran fastidio ciudadano. Y poco ojo tienen, a su vez, quienes las juzgan de ínfima importancia por su número en relación con el número de electores. La verdad es que hay una sensación generalizada de que existe una manipulación informativa, de que los amos de los medios eligen y maquillan candidatos, de que la información se ha vuelto desinformación, de que se miente y engaña.

El descontento ha llegado a las llamadas redes sociales, donde venturosamente no hay manipulación sino espontaneidad. Y es que en el presente proceso electoral se está repitiendo la cantinela de siempre, de hace años y más años que rebasan la edad de miles de participantes que dicen: "ya basta de tanta apariencia, de tanto teatro". Es que en los días que han corrido de campaña política se percibe un claro montaje, un escenario preconcebido. Es una película que se repite, que se vuelve a ver entre las brumas del tiempo. No importa si quince mil, o menos, o más, llenan el Zócalo. Sean los que sean, es un síntoma. No importa si jóvenes estudiantes mexicanos de cuarenta universidades de Nueva York protestan igualmente. Podrían ser tres, dos, uno. La conciencia no es numérica. Y tampoco importa, o importa muy poco, si Peña Nieto, blanco preferido de las protestas, dice que respeta los cuestionamientos de sus adversarios políticos. No se trata de respeto sino de hacerse cargo del fondo de las protestas, del rechazo que no es sólo en contra de un candidato sino de un sistema, de un modelo, de un estilo de hacer política y de ser político. Por otra parte las universidades de estos comienzos del siglo XXI, en especial las de Iberoamérica, las de nuestro continente de habla española y portuguesa, no son cajas cerradas de resonancia social. El campus se extiende al cuerpo entero de la sociedad, lo mismo que la rigurosa labor de investigación y enseñanza. Claro que hay un riesgo, el de que la torre de marfil se convierta en torre de Babel llena de confusión y caos. Pero es el precio que hay o habría que pagar por la revolución pacífica, de inteligencia y no de armas.

En suma, yo estoy convencido de que las protestas de los estudiantes, de los universitarios, son una clara señal de alarma, faltando poco más de un mes para el primero de julio. Lo que pasa en el espacio electoral ni convence ni satisface. Los spots, el anterior debate, las giras de los candidatos presidenciales, son tan pálidas y poco soleadas como un triste atardecer de invierno. ¿Seremos los jóvenes de cualquier edad el motor del cambio verdadero? La juventud, de cuerpo o de espíritu, pero fundamentalmente de espíritu, implica un grado de crítica donde sólo cabe el pensamiento renovador y progresista. El miedo al cambio es de viejos de cuerpo o de espíritu.

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