lunes, 3 de octubre de 2011

El remolino - Roberto Zamarripa


TOLVANERA


Roberto Zamarripa


La revolución digital atraganta a las élites de la política. Los manotazos por restringir la libertad de expresión en las redes sociales son síntomas de la urticaria pero el malestar es más que una comezón.


En realidad hay dos malestares de un mismo afluente: el acceso a internet. Un malestar lo provoca la velocidad y otro la desigualdad.

La empresa sueca Pingdom en su estudio "Internet en números en 2010" estima que en ese año fueron enviados 107 mil billones de e-mails, 30 mil millones de piezas se compartieron por Facebook, y se emitieron 25 mil millones de tweets. Apunta que hay 152 millones de blogs, 175 millones de personas en Twitter , 600 millones de personas en Facebook y que 2 mil millones de videos son vistos diariamente en You Tube, sitio al que se sube cada minuto el equivalente a 35 horas de videos.


Randy Rieland, exvicepresidente de Discovery Channel y consultor en medios digitales, llama a esto "El remolino digital". Basado en los números de Pingdom, Rieland -según consta en una presentación hecha recientemente en The Washington Center- considera que "los medios digitales evolucionaron la comunicación uno-auno (e-mail), de uno-a-muchos (páginas web), y de muchos-a-muchos (redes sociales)". La red pasó de medio transaccional a uno de construcción de relaciones.


"Dada la velocidad en la cual las redes sociales permiten la comunicación, la palabra de boca en boca pasó a ser boca mundial", explica.


Rieland señala las posibilidades de respuesta a esta nueva realidad: transparencia significa credibilidad; en las redes hay que responder, no reaccionar; hay que invitar a la audiencia a conversar; hay que escuchar, no empujar.


Y determina: la velocidad lo es todo.


Justamente la clave de un malestar. Dos velocidades confrontadas que desesperan -por razones diferentes- a quienes las ejercen. A los usuarios de redes, porque se han acostumbrado a resolver asuntos cotidianos y sus propias relaciones sociales de manera rápida, efectiva y transparente, mientras ven que la otra velocidad que ejercen los poderes públicos es lenta en la decisión sobre los asuntos de competencia ciudadana. Los políticos deciden por los ciudadanos de manera confusa y enredada y en completa opacidad. El internauta no visualiza su asunto para cada tres o seis años como los políticos, sino para el minuto siguiente. La clase dirigente no asume el imperativo de sumergirse para decidir en esa nueva vía. Su opacidad choca con la transparencia. Su participación en redes es torpe: en términos de Rieland, reaccionan, no responden; empujan, no escuchan; tiran línea, no conversan.

En el nivel educativo, los jóvenes se desesperan por sus entradas al conocimiento que toman distancia de maestros desactualizados o instituciones educativas premodernas.


El otro malestar que cruza simultáneamente es el de la desigualdad en el acceso. Tres de cada 10 mexicanos tienen acceso a internet en una condición limitada y focalizada. La mitad de mexicanos con Internet está ubicada en seis estados (Estado de México, Distrito Federal, Jalisco, Veracruz, Nuevo León y Puebla, Tolvanera, Reforma, 26/09/11). Inegi señala que en el caso de quienes no acceden a internet o carecen de computadora, la razón principal es la falta de recursos económicos.

La mayoría de los usuarios mexicanos de internet son jóvenes de entre 12 y 24 años. Pero todavía son muchos los que no tienen acceso. Entre adolescentes de 12 a 17 años, 43.2 por ciento no accede, y entre 18 y 24 años de edad la cifra es de 53.2 por ciento.

El mundo de los Ninis también impacta en el desplazamiento de los accesos al frenético campo de las redes.


En octubre de 1968 los malestares juveniles estaban acicateados tanto por la cerrazón política como por los indicios de pérdida de movilidad social de las capas medias dada la crisis del modelo educativo y el empobrecimiento social. La política pública no iba al parejo de las demandas de los jóvenes. Hoy, 43 años después, el malestar está instalado en otros nichos pero con referentes similares. Decepción por los políticos desfasados de la vida ciudadana y comunitaria; desilusión de las entidades educativas rezagadas ante el flujo de conocimiento al alcance de un click, y distancia del mundo de los adultos que no aguanta la velocidad de las relaciones sociales de los jóvenes.


A la vez que choca con la desigualdad en el acceso al conocimiento y a la acelerada y expedita manera de comunicarse y decidir, de millones de jóvenes.


Para el 2012 los políticos no visualizan un escenario de innovación y reformas, sino uno de atrincheramiento; intentan, inútilmente, instrumentalizar las redes o en la desesperación optan por reprimir. Y quieren disponer de las carreteras de la información y el conocimiento con las mismas fórmulas monopólicas con las que han protegido por décadas sus poderes en oposición a los intereses ciudadanos.


No pueden con el remolino.

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