jueves, 9 de junio de 2011

Mal de algunos, consuelo de no tan tontos

AGENDA CIUDADANA


Lorenzo Meyer

NO SOMOS LOS ÚNICOS


Tener conciencia de lo generalizado de un mal puede ser, como asegura el refrán, consuelo de tontos. Sin embargo, la conciencia de lo reiterado de un problema puede ser un acicate para imaginar una solución. Esta consideración viene al caso al reflexionar sobre el estado tan deprimente en que se encuentra nuestra vida política. Y es que finalmente no somos los únicos que hemos extraviado el camino que lleva del autoritarismo a la consolidación democrática. Echar un vistazo a situaciones similares puede ayudarnos a reencontrar el camino perdido.


Transformar un régimen político antidemocrático bien arraigado, como era el mexicano de la época del "partido casi único", en uno democrático y sólido, es una tarea complicada y donde el éxito no está asegurado. Sin embargo, en tanto que aspirantes a la calidad de ciudadanos, nuestra obligación es hacer el esfuerzo para lograr que tenga éxito la transformación política que a partir de las elecciones legislativas de 1997 empezó a echar por tierra el viejo presidencialismo antidemocrático heredado de la Revolución Mexicana.


Hace casi tres lustros se abrió en nuestro país la posibilidad de entrar en un proceso de cambio político positivo por la vía electoral, pero hoy ese proceso parece haber perdido el rumbo como resultado de una corrupción omnipresente, la irresponsabilidad de la clase política, la vieja ineficacia institucional, lo poco representativo del sistema de partidos, la creciente y violenta presencia del crimen organizado, la mediocridad del crecimiento económico, la injusta distribución de la riqueza, la desaparición de la política exterior y, en fin, la ausencia de un verdadero proyecto nacional.


Como toda experiencia, la mexicana tiene tanto rasgos irrepetibles como semejantes a otros casos de cambio político difícil, por ejemplo, el español. No el de la España actual, que también tiene problemas serios, sino el de aquella España recién salida de la larga dictadura franquista. Veamos.


23 DE FEBRERO, 1981


En España se conoce como el 23-F al día en que, hace 30 años, el teniente coronel de la guardia civil Antonio Tejero y sus hombres tomaron por la fuerza el control del Congreso de Diputados en Madrid. Se trató del inicio de un intento de golpe de Estado para, en teoría, "reencauzar" el cambio político y acabar con "el clima de anarquía y el desbarajuste sociopolítico existentes". Afortunadamente el golpe fracasó y, como consecuencia, la vulnerable democracia española se fortaleció y terminó por echar raíces.


En vísperas del 23-F -un análisis estupendo del momento y sus circunstancias lo provee Javier Cercas en Anatomía de un instante (2009)-, el ánimo español parecía dominado por la indiferencia o la hostilidad frente al esfuerzo democrático. Un semanario resumía así el "desencanto" prevalente entonces: "La situación económica de España roza la catástrofe, el terrorismo aumenta, el escepticismo respecto a las instituciones y sus representantes hiere profundamente el alma del país, el Estado se desmorona bajo el asalto del feudalismo y de los excesos autonómicos y la política exterior española es un fiasco" (p. 40). En el aire flotaba el olor a golpe de Estado como forma de poner fin al gobierno presidido por Adolfo Suárez -un personaje salido de la clase media franquista y convertido en arquitecto de la primera etapa de la democracia-, a quien las capas altas del franquismo -políticos, empresarios, obispos, su propio partido (UCD) y el Ejército- habían decidido abandonar para buscar algo -un gran golpe de timón- y a alguien que les retornara a las certezas y la estabilidad del pasado. Por otro lado, los socialistas tampoco se mostraron muy dispuestos a sostener a Suárez y a la institucionalidad que representaba. Y encima de todo, la existencia de un rey que aún sigue siendo una incógnita en su relación con un golpe que pretendía recortar o de plano eliminar la democracia en favor de la monarquía.


Para Cercas y otros analistas, el fracaso del golpe de Tejero y de los que le enviaron a secuestrar a los diputados fue el catalizador que despertó a la sociedad y llevó al gran compromiso entre las fuerzas políticas españolas. Es verdad que los franquistas aún están y actúan -dígalo si no el vía crucis por el que han hecho pasar al juez Baltasar Garzón-, pero el franquismo como proyecto de forma de ejercer el poder desapareció en 1981 para dar paso a un democracia imperfecta pero auténtica y "[al] período más largo de libertad de que ha gozado España en su historia" (p. 433). Desde entonces la derecha y una cierta izquierda se han alternado en la dirección del país siguiendo las normas electorales. Y es así que hoy los efectos de la actual crisis económica, y la incapacidad del Partido Socialista (PSOE) para paliarlos, están a punto de provocar un nuevo cambio de partido en el gobierno pero por vía de las urnas. Es verdad que también hoy en algunas calles y plazas grupos de jóvenes -los "indignados"- se manifiestan con ingenio en contra de la clase política, de la cúpula empresarial y del modelo económico neoliberal, pero ese malestar no amenaza la democracia política; al contrario, exige cambios para devolverle vitalidad así como relevancia para el ciudadano común (El país semanal, 5, junio, 2011).


LA LECCIÓN


La experiencia española muestra que la crisis de la democracia incipiente puede ser remontada con una mezcla de buena suerte, determinación y la coyuntura adecuada. Como en la España del 81, en el México de hoy el entorno económico es adverso y el escepticismo respecto a las instituciones y a quienes las encarnan es una herida profunda en el "alma del país". El informe de 2010 de Latinobarómetro muestra que sólo el 45% del público mexicano consideró preferible a la democracia sobre cualquier otra forma de gobierno, una de las preferencias más bajas en América Latina. Aquí también los gobiernos estatales se han transformado en auténticos feudos y a los que es imposible pedir cuentas (un ejemplo es el absurdo gasto del gobernador del Estado de México para promover su imagen de cara a las elecciones presidenciales del año próximo). El Estado mexicano, que se muestra capturado por los monopolios económicos o sindicales, también pareciera estar en proceso de desmoronamiento mientras la violencia del crimen organizado crece -la contabilidad de los asesinatos relacionados con esta actividad aumenta exponencialmente de un año a otro- a la vez que se vuelve más terrorífica y brutal. Las encuestan señalan que los partidos y los congresos federal y locales cargan con un desprestigio notable, pues el grueso de su energía la dedican a buscar y sostener sus escandalosos privilegios materiales y a servir a algunos de los poderes fácticos, en tanto que eso que en principio es su deber principal -la representación ante el gobierno y la formulación de leyes que apoyen los intereses de sus votantes- hace mucho que dejó de tener sentido. Hoy en México, como en la España del 23-F, empresarios e Iglesia Católica podrían adaptarse a la democracia, pero su instinto les hace ver en ella más peligros que oportunidades y actúan en consecuencia.

En España el Ejército era la amenaza mayor a la consolidación democrática. En México esa institución pareciera ser sólo el instrumento de quien ocupa la Presidencia, pero el problema es que esa Presidencia no está comprometida con el espíritu democrático. Y el papel de núcleo fuerte de la democracia en medio de la tormenta, a la Suárez en la España de hace 30 años, tampoco lo están jugando ni la Suprema Corte, ni el IFE ni el TEPJF. Aquí apenas si los sectores más activos de la sociedad civil, los movimientos sociales y políticos, son capaces de dar la batalla en apoyo al cambio democrático.


Hoy las encuestas señalan que en el proceso electoral del Estado de México las preferencias por el PRI llevan la delantera. Y es que, ante la pérdida de rumbo del cambio político, hay muchos que prefieren rendirse y aceptar como mejor salida el retorno a las fórmulas del pasado: devolver el mando a un PRI que nació autoritario y que obviamente no ha cambiado en lo esencial. Se trata de una actitud equivalente a la que propició el 23-F en España.

En México, la tarea democrática es justamente mostrar que el retorno a una variante del pasado no es la mejor o siquiera una respuesta adecuada al extravío del rumbo. Y eso tiene que hacerse sin recurrir a un catalizador tan dramático y peligroso como el 23-F. Las elecciones del 2012 pueden ser el momento decisivo. Ojalá tengamos suerte, como los españoles en 1981. La vamos a necesitar.

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