jueves, 19 de mayo de 2011

¿Más ortodoxos que los norteamericanos?

AGENDA CIUDADANA
Lorenzo Meyer

Más papistas que el Papa

Felipe Calderón aprovechó una reciente visita a Estados Unidos para hacer un reclamo a los líderes y a la sociedad de ese país vecino. A ojos de Calderón, y con relación a la lucha contra las drogas, el país vecino sigue sin hacer un esfuerzo efectivo para controlar su consumo de esas sustancias prohibidas -hay en ese país una actitud muy "permisiva" al respecto- y se está ablandando el marco jurídico, pues en 14 estados de la Unión Americana ya es legal el uso "medicinal" de la cannabis sativa o marihuana -lo que implica la existencia de un comercio legal-, situación inaceptable para el gobierno mexicano que formalmente sigue empeñado en perseguir a los productores.
Habida cuenta de que tanto la prohibición de las drogas como la política para combatirlas y el mayor mercado para su venta son, básicamente, de origen norteamericano, Calderón demandó a Washington "congruencia" en la materia. El mexicano dijo no "creer" en la legalización de las drogas pero, en cualquier caso, esa medida sólo tendría sentido como política global y no de países como el nuestro (Reforma, 12 de mayo).
Lo peculiar del enojo de Calderón es que éste tiene su origen justamente en que Estados Unidos ya ha dado el primer paso en la despenalización de la marihuana. El mandatario mexicano no acepta el cambio y pide que no se deje entrar por la puerta trasera -la "medicinal"- la despenalización del consumo de una planta que se ha usado para alterar la conciencia desde, por lo menos, un par de milenios antes de Cristo, pero que a él le desagrada.

Churchill

Al retornar, Calderón declaró que su esfuerzo en la lucha contra el narcotráfico se ha inspirado en el magnífico ejemplo de un líder británico en una etapa en que Inglaterra se batía casi sola contra los nazis: Winston Churchill. Si ése es el modelo, sería bueno explotarlo a fondo, en particular por la forma en que Churchill manejó su relación con "el país indispensable", Estados Unidos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el líder británico siempre se las ingenió para no ser un mero seguidor de la línea de acción propuesta por Washington y sistemáticamente trató de manipular al poderoso aliado norteamericano para llevarlo por el camino que más convenía a los intereses del imperio británico. Obviamente, el hombre del gran puro y la "V" de la victoria no siempre se salió con la suya, pero nunca dejó de intentarlo. Esa actitud debería ser para México el aspecto más interesante del "modelo Churchill" -además, desde luego, de la solidez de su marco institucional-, pues en la actualidad quienes aquí gobiernan admiran el discurso del político inglés pero no se atreven a seguirlo en su contenido.
Churchill sí tenía una idea clara de cuál era el interés nacional e histórico que defendía -justamente por eso pudo pedir el máximo sacrificio a los suyos- y también de cómo comportarse frente al aliado norteamericano, que ya era más poderoso que el imperio británico. Esta observación viene al caso porque desde hace tiempo el gobierno mexicano debió de haber revisado las bases de su política antidrogas y reformularla en función de una definición propia del interés nacional y tomar en cuenta el enorme costo que ha significado seguir la propuesta norteamericana sin cuestionarla. Llamarse públicamente a sorpresa porque el país del norte poco a poco ha legalizado el consumo de una droga, o persiste en mantener una política muy laxa en materia de venta de armas a particulares, no es sustituto de una política mexicana basada en un buen análisis de los intereses nacional y norteamericano en la materia.

Las peculiares bases de la posición norteamericana

El personaje que en Estados Unidos más influyó para mantener una política prohibicionista dura fue Harry Jacob Anslinger. Durante 32 años, entre 1930 y 1962, estuvo al frente del Federal Bureau of Narcotics y dirigió esa agencia con base en supuestos dogmáticos, sin respaldo científico. Anslinger, según su biógrafo, John McWilliams, era un republicano conservador y moralista, ducho en la política burocrática, a favor de imponer castigos muy severos a quienes incurrieran en conductas ilegales o "desviadas". Este zar de la agencia antidrogas sostenía que quienes consumían marihuana -según él, una adicción muy desarrollada entre los no blancos- se volvían peligrosos, como un joven que en Florida acabó a hachazos con toda su familia debido a la influencia de la cannabis. En las mujeres, según Anslinger, la marihuana despertaba apetitos sexuales y les volvía promiscuas. Con la Guerra Fría, Anslinger sostuvo que había un complot comunista para "ablandar" a Estados Unidos mediante el contrabando de heroína. Finalmente, el personaje involucró a la CIA en el fiasco de un supuesto "suero de la verdad" a base de drogas (The protectors: Harry J. Anslinger and the Federal Bureau of Narcotics, University of Delawere Press, 1990). Fue bajo tan peculiar influencia que se solidificó la política de Washington hacia las drogas.

La alternativa mexicana murió al nacer

Una alternativa más racional al esquema anterior fue la que intentó, al final de los 1930, el médico mexicano Leopoldo Salazar Viniegra (LSV). El mexicano sí hizo experimentos con la marihuana y no observó ninguno de los efectos que Anslinger suponía. En contraste, LSV propuso considerar a los consumidores regulares de las substancias prohibidas como enfermos y no como delincuentes y por tanto abordar el problema más como uno de salud pública y menos como uno de policía. Propuso también que el Departamento de Salubridad e Higiene proporcionase a los adictos dosis mínimas de las drogas para alejarlos del crimen organizado y tratar de erradicar su adicción. Sin embargo, la presión del gobierno norteamericano contra LSV, encabezada por Anslinger, impidió que su proyecto se materializara. Sesenta años más tarde, en mayo del 2006, el presidente Vicente Fox vetó una legislación que simplemente despenalizaba la posesión de pequeñas dosis de drogas para consumo personal. En ambos casos, México se plegó a la política demandada por los norteamericanos.

Una historia muy desafortunada

La etapa en que la política prohibicionista empezó a tener un impacto serio en México arranca con la "Operación Intercepción" de 1969 diseñada por el republicano Richard Nixon, llevada a cabo por sus aduaneros y que paralizó temporalmente la frontera México-Estados Unidos. La "Operación Cóndor" y luego el "Plan Canador" en los 1970 ya incluyeron equipo norteamericano para el proceso de defoliación en México. Por un momento se creyó que herbicidas y aprehensiones tendrían éxito, pero el asesinato en 1985 de un agente norteamericano en México -Enrique Camarena- mostró que ése no fue el caso y que, al contrario, la infiltración del narco en la Dirección Federal de Seguridad obligó a su disolución.
La presión norteamericana aumentó al introducirse el proceso de "certificación" en virtud del cual Washington decidiría año con año si nuestro país cooperaba o no en la lucha contra las drogas. En 1987 el 60.3% del presupuesto de la PGR ya se dedicaba al combate del narcotráfico, lo que no evitó que los cárteles se multiplicaran y fortalecieran. La creciente militarización del esfuerzo antidrogas no impidió que en 1997 se arrestara al general de división Jesús Gutiérrez Rebollo, encargado del Instituto Nacional para el Combate a las Drogas, por estar al servicio del capo Amado Carrillo, ni que algunos elementos de las fuerzas especiales del Ejército -los Gafes- se transformaran en los actuales "Zetas". Con Calderón se dio forma a la "Iniciativa Mérida" y a los mil 400 millones de dólares con que Washington se hace presente en el frente mexicano antidrogas. Pero, aun cuando el número de aprehensiones ha crecido también lo ha hecho la producción de drogas, el número de muertos y de "territorios sin ley". Todo ello hace suponer que se requiere de un nuevo enfoque.

Conclusión

Las limitaciones a la soberanía mexicana han llevado a que por decenios, y en materia de políticas antidrogas, las autoridades mexicanas hayan tenido que seguir los lineamientos de Washington. Sin embargo, ante la magnitud del fracaso de esa política y el surgimiento de signos de cambio en Estados Unidos, México puede y debe reconsiderar su posición. En vez de oponerse al cambio de enfoque en Estados Unidos debemos aprovechar la coyuntura para intentar la búsqueda de un nuevo rumbo. Quizá ya no el original y sensato propuesto hace setenta años por LSV, pero sí una variante. En cualquier caso, el curso actual es inaceptable y quizá insostenible.

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