jueves, 7 de abril de 2011

El proyecto nacional




LORENZO MEYER

Si la meta es recrear el siglo XIX, vamos bien

Los gobiernos mexicanos del último cuarto de siglo parecieran compartir algunas ideas básicas sobre el proyecto nacional en materia de política económica y social. Se trata de una coincidencia no en sus plataformas partidistas sino en los hechos, y pareciera inspirada más en el siglo XIX que en el XXI.

La afirmación anterior no significa que hoy la clase dirigente trate conscientemente de devolver al país al pasado, sino que en la práctica los gobiernos de los últimos tiempos parecieran haberse propuesto hacer compatible la modernidad del entorno con estructuras y visiones sociales que caracterizaron al México que va del efímero imperio de Iturbide a la caída del Porfiriato. Esta tesis encuentra sustento en hechos, indicadores sociales e incluso en declaraciones como la hecha por el diputado priista Benjamín Clariond, que urgió a las autoridades a buscar la solución del problema de la inseguridad creciente en ¡Un mayor ritmo en la eliminación física de criminales! (Reforma, 25 de marzo). Se trata, ésta, de una fórmula típica del siglo XIX para hacer frente a la proliferación de los salteadores de caminos: ejecutarlos si se les encontraba con las armas en la mano. Otra propuesta de la misma raíz es la del gobernador de Chihuahua para enfrentar el desempleo de los jóvenes llamados "ninis", los que ni estudian ni trabajan: meterlos al Ejército. También son decimonónicos la estructura de clases que revela el último censo de población o el derrumbe de la autoridad formal frente al asalto del crimen organizado en varias regiones del país.

La propuesta del gobernador

Ante la manifiesta imposibilidad de los aparatos productivo y educativo para emplear o preparar a millares de jóvenes, al gobernador priista de Chihuahua, César Duarte, no se le ha ocurrido mejor solución que revivir una política del siglo antepasado: meter por tres años a los "ninis" de 18 años o más a filas, y que el Ejército se encargue de lo que no hacen ni el mercado ni las estructuras educativas.

El país está viviendo hoy un fenómeno demográfico único: el llamado "bono demográfico", que se agotará en 20 años. Hoy la edad media en México es de 26 años, aunque desde fines del siglo pasado la población mexicana entró en un periodo irreversible de envejecimiento. Sin embargo, en la etapa actual de ese proceso hay un aumento de la proporción de mexicanos en edad productiva, es decir, de entre 15 y 64 años, y que representan el 64.4% de la población. Estupendo dato si los jóvenes de hoy estuvieran trabajando o estudiando para acumular ahorros y conocimientos a todo vapor, de tal forma que cuando lleguen a su edad de retiro -cuando la relación entre trabajadores en activo y pensionados sea ya desfavorable para los que ingresen a la fuerza de trabajo- no se conviertan en una carga económicamente insostenible. Sin embargo, para que el actual "bono demográfico" no se desperdiciara, la economía debería estar creciendo como a mediados del siglo pasado -al 6% anual del PIB- o más, pues sólo así podría estar en condiciones de absorber productivamente a todos los que hoy están en condiciones de trabajar y acumular ahorros, pero no es el caso. Es por eso que el gobernador Duarte ha propuesto su peculiar idea de dar de alta en el Ejército a los "ninis", para supuestamente ahí darles un oficio y hacerlos productivos.

En el siglo XIX no había "bono demográfico" ni mucha idea de los fenómenos que explicaban la presencia de tantas personas "sin oficio ni beneficio", pero a los gobernantes y a la "gente de bien" de la época, como hoy a Duarte, les preocupaba y molestaba la presencia de muchos pobres y desocupados en pueblos y ciudades, pues se les veía como a una "clase peligrosa" que podía tener "conductas antisociales". Liberales y conservadores, republicanos y monárquicos aceptaron que se usara al Ejército como la institución a donde la policía debería enviar a los "vagos" y a todos los individuos pertenecientes a las "clases ínfimas" que no aportaban nada a la sociedad y sí eran una amenaza potencial al orden al sobrevivir como "malvivientes", "mendigos", "viciosos", "vagos" y "amancebados". La ley del 5 de enero de 1857, que bien pudo haber servido de inspiración al gobernador Duarte, propuso turnar a los sospechosos de ser buenos para nada a "tribunales especiales" que se encargarían de remitirlos al Ejército si eran mayores de 16 años o a establecimientos de corrección, casas de misericordia, fábricas, obrajes o haciendas de labor, en caso de que fueran menores. El código civil de 1870 definió como vago no al que no trabajara, sino a todo el que "careciendo de bienes raíces y rentas, no ejerce alguna industria, arte u oficio honestos para subsistir". Para las clases dirigentes de la época, hacer de los desocupados soldados no era la solución ideal del problema, pero querían suponer que cuando finalmente el soldado forzado volviera a su condición de civil, se habría transformado en "otro hombre superior" y habría dejado de ser un peligro para la colectividad (Romana Falcón, "Indígenas y justicia durante la era juarista", en Antonio Escobar, Los pueblos indios en los tiempos de Benito Juárez [2007], pp. 123-150). Obviamente esta tesis no resistió la prueba de la realidad: cuando tuvo lugar la desmovilización de los ejércitos juaristas, una parte de los ex soldados se convirtieron en bandidos y el remedio salió peor que la enfermedad. Hoy, y según lo declarado por el jefe del Comando Norte de Estados Unidos, son los cárteles mexicanos de la droga y no el Ejército federal los que cuentan con más recursos -posiblemente 40 mil millones de dólares anuales- para reclutar a los jóvenes desocupados en las filas de sus ejércitos privados (La Jornada, 31 de marzo).

La estructura social o la debilidad de la clase media

Al final del Porfiriato, ese pionero de la sociología mexicana que fue Andrés Molina Enríquez señaló que el gran mal del país era lo contrahecho de su estructura social; una donde en un extremo se concentraba una enorme masa de pobres y en el otro prosperaba una minoría oligárquica compuesta por nacionales y extranjeros que acaparaban la riqueza del país. Lo que urgía, decía Molina, era crear una verdadera clase media que sirviera de amortiguador, de zona de mediación entre los extremos (Los grandes problemas nacionales [1909]). Se supone que la Revolución Mexicana se propuso hacer lo aconsejado por el sociólogo pero no lo logró.

Algunos autores argumentan que México ya es una sociedad de clase media, que el mal detectado por Molina ya ha sido superado. Felipe Calderón incluso afirmó que el último censo documenta "avances muy importantes en todos o en la mayoría de los indicadores de bienestar social". Sin embargo, los datos censales no avalan conclusión tan optimista. De acuerdo con lo revelado por el censo de 2010, el 16% de la población ocupada no recibe ningún ingreso o simplemente no lo especificó. El siguiente 70% recibe ingresos que van de menos de un salario mínimo hasta 9 mil pesos mensuales, lo que difícilmente les coloca como miembros de la clase media. El 10% que sigue en la escala, dispone de más de 9 mil y hasta 18 mil pesos al mes; es aquí donde se encuentra lo que se puede definir como una clase media precaria. Finalmente están los un millón 872 mil 399 mexicanos con ingresos mensuales superiores a los 18 mil pesos pero que apenas representan al 4.4% del total (véase cuadro de Héctor Ramírez del Razo, en Campus, Milenio, 31 de marzo). Obviamente, dentro de este muy reducido grupo también hay una diferencia, la natural entre, por ejemplo, un profesor universitario y los súper millonarios que registra la revista Forbes; se trata de una distancia tan o más grande que la que existe entre los mexicanos con ingresos de entre menos de uno y hasta 10 salarios mínimos. Finalmente, el fenómeno del México dividido entre la gran masa con ingresos bajos y la minoría con ingresos millonarios no es algo que se esté superando. El Coneval ha elaborado un índice de "Tendencia Laboral de la Pobreza" que a partir de 2008 va en ascenso (Tendencias económicas y sociales de corto plazo, febrero, 2011, pp. 3-5 y 19).

En conclusión

En materia de ideas y acciones sobre los grandes problemas nacionales de hoy, México pareciera marchar por una ruta que no es muy diferente de la que ya recorrió en el siglo XIX. Y conviene tener en cuenta que ese afianzamiento oligárquico no tuvo un final particularmente feliz.

Nota

Como bien señalara Javier Sicilia: "¡Estamos hasta la madre!" de los "señores" políticos y de los "señores" criminales.

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