La realidad de que los cuatro estados estadounidenses fronterizos con México son ahora factores de primera línea en la relación bilateral interesa y preocupa a la diplomacia mexicana, que busca vías para abordar un fenómeno que sin ser nuevo tampoco había asumido la relevancia que ahora adquirió.
Los cuatro estados -California, Arizona, Nuevo México y Texas- son políticamente importantes en Estados Unidos y cada uno de ellos, individualmente, importantes para México.
En las elecciones de medio término de la semana pasada Texas, Nuevo México y Arizona quedaron con gobernadores republicanos, de mas o menos línea dura, pero también mas o menos conscientes de que hay un límite al que pueden llegar, tanto en términos de política domestica como en la relación con México. En California el nuevo gobernador es Jerry Brown, una idiosincrática figura política
Es con esos gobiernos estatales donde el gobierno mexicano debe buscar ahora aliados y con los cuales debe hallar nuevas formas de colaboración, al margen del tamaño de los desacuerdos políticos o lo mucho que se pueda detestar por ejemplo, lo que representa la gobernadora Jan Brewer, en Arizona. Brewer es quizás la mas extrema de los gobernadores fronterizos, pero Rick Perry, en Texas, ha sido retóricamente tan duro como ella en cuanto a México y Susana Martínez, la nueva gobernadora de Nuevo México no les va a la saga.
En el nuevo ambiente político estadounidenses, son los gobiernos de los estados fronterizos sus mejores candidatos. Quizá no por gusto ni por simpatía pero eso se vale. La necesidad es mutua: de la mejoría de la economía regional al mantenimiento de las rutas comerciales legítimas, del abatimiento de la violencia en México a evitar que llegue a territorio estadounidense, la situación pasa por el cierre de las frontera al trasiego de armas y dinero en efectivo, dos de los principales nutrientes de los cárteles.
Son también el hogar de muchos mexico-estadounidenses y donde las estructuras de poder están obligadas a restarles atención.
Pero igualmente son los cuatro estados que hasta ahora han llevado el mayor peso de la migración mexicana con o sin documentos, el impacto de las diversas crisis económicas que ha atravesado al país y en buena medida, sufrido los costos del clima de violencia en la frontera común.
Es ahí donde en los últimos años se han originado algunas de las principales dificultades entre los dos países. De los reclamos de agua, sea en la región vecina al golfo de México a los problemas ambientales en el delta del Colorado, de las variaciones en las rutas de acceso usadas por los indocumentados a su aprovechamiento por traficantes de drogas y ahora una violencia que ha llevado al autoexilio de millares de mexicanos en el país vecino.
Considerada alguna vez como un tercer país entre Estados Unidos y México, la frontera ha perdido forma de vida y forma de ser en parte por los dos fenómenos y en parte por la migración interna en ambos países. Muchos que buscaban llegar a territorio estadounidense se quedaron en las poblaciones fronterizas, en zonas industriales que la violencia amenaza despoblar.
Del otro lado, muchos otros vieron en el suroeste estadounidense un sitio para pasar su “edad dorada” -de retiro-, una oportunidad económica o para una nueva vida, cuando no un refugio agreste para ideas que en mas que algunos casos están cera o son de la ultraderecha
Esos cambios se han hecho sentir. La forma de vida de la frontera cambió para mal en los últimos 25 años y con ella cambió también el clima político. Para muchos de los recién llegados al norte de la línea, la relativa jovialidad entre autoridades y población de ambos lados era algo extraño, si no fuera de lugar. La inmensa mayoría de los que llegaban desde el sur tampoco la entendieron. La creación de poblaciones transientes de este lado, poco interesadas en su nueva ubicación y desdeñadas por las sociedades de quienes los precedieron, y la llegada de nuevos “colonizadores” en el otro lado, crearon cada vez mayores problemas.
Políticamente, eso es ahora un calderón hirviente, donde los cárteles mexicanos del narcotráfico, metidos ahora al contrabando de personas, luchan por el control de zonas de acceso a su mayor mercado y crean problemas no sólo a las autoridades mexicanas sino se han convertido en una espina para las autoridades estadounidenses y originado además una reacción que ha sido aprovechada por grupos de una derecha paranoica para crear un ambiente en el que los llamados a la militarización de la frontera puede resultar a momentos la opción menos desagradable.
Pero eso no exime, al gobierno mexicano de la necesidad de tender puentes y buscar aliados. Al contrario, lo obliga, tanto como la necesidad política hará que esos cuatro gobernadores sean también interlocutores quizá renuentes, pero dispuestos.
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