¡Duro! ¡Duro!, le pedían. Ese era el grito de “los libres” cuando Andrés Manuel López Obrador se presentó ante sus seguidores y saludó con el clásico “amigos…, amigas…”
Era las nueve de la noche con cuarenta y cinco minutos. La luna, partida a la mitad, se alzaba a sus espaldas tras ese rústico templete –de aproximadamente 10 x 15 metros—apenas adornado con cuadros de plástico blancos unidos por las puntas y cuyos vacíos formaban nuevas figuras geométricas.
La gente le aguardaba, sólo por eso estaban ahí, en la Plaza de las Tres Culturas de Tlaltelolco; unos en el sillerío que formaba un semicírculo, muchos más de pié –aunque no alcanzaron a llenaron ese espacio de triste memoria–, y no pocos acodados en ventanas y balcones en edificios aledaños.
“Estamos aquí –explicó el tabasqueño ante el atril cubierto con la bandera tricolor y el águila con sus alas desplegadas—para recordar la lucha del pueblo y de sus dirigentes contra el colonialismo y el saqueo económico y, sobre todo, en pos de la justicia. Lo hacemos al mismo tiempo en que los opresores festejan con un espectáculo frívolo este hecho histórico, usando para ello al principal instrumento de dominación con que cuentan: la televisión.”
Los asistentes asentían; algunos de ellos habían seguido horas antes, por televisión, el desfile del Bicentenario y habían visto imágenes de la concurrencia en el zócalo. Estaban molestos, la comparación era tremenda, “grosera” –diría Arturo Gascón—en términos de espectáculo, de inversión, de presencia. Ahora, nada de ello tenían. Ni siquiera había pantallas gigantes para seguir el acto de Andrés Manuel.
Por el contrario –seguiría López Obrador—, para nosotros, el movimiento de independencia representa “un grito de libertad”. Un sonoro cohetón estalló a mitad de la plaza. AMLO continuó:
Representa “el llamado de Hidalgo para abolir la esclavitud; el ideal de Morelos por la igualdad y el nacimiento de una República sin discriminación ni privilegios. Venimos a recordar que no fueron los acaudalados de esa época los que siguieron a Hidalgo y a Morelos en su rebelión contra la tiranía. Fueron los pobres, los desposeídos y los peones acasillados quienes hicieron posible esta gesta histórica.”
Silencio en la gente. Costaba trabajo asumir aquellas palabras. Ni siquiera la vendimia clásica se dejaba escuchar en esta ocasión y no pocos hubieran deseado ser los protagonistas de la fiesta en la plancha del zócalo y el Palacio Nacional. “¡Qué paradoja! –mencionaría Renata Ortiz—conmemorar el inicio de la independencia con la derecha en el poder…, y para colmo, con un Presidente espurio”.
El ambiente no era el mejor esta noche del 15 de septiembre del 2010. Pesaba más las tristeza que el ánimo que intentaba infundir Andrés Manuel por su lucha; apenas unas cuantas banderas mexicanas se alzaban y acaso una decena de mantas circundaban el espacio, como la de AMLOVE 2012 y ésta otra “Por la justicia, la democracia y la dignidad de México. Viva el Movimiento de Cambio Verdadero”.
López Obrador, con su lectura pausada, recordó a los estudiantes caídos en 1968 (la multitud les otorgó un aplauso) y siguió: “Con ese mismo ideal de justicia y con la esperanza puesta en el despertar del pueblo, hoy, los aquí presentes y muchos mexicanos más, estamos luchando por derrotar de manera pacífica a la actual oligarquía, al régimen de corrupción, opresión y privilegios que está destruyendo al país y que mantiene a los mexicanos sumidos en el miedo, el temor, la desesperanza, el abandono y la pobreza.”
Mencionó “la irresponsable declaración de guerra” contra el narcotráfico y, “lo peor de todo, la prepotencia y el cinismo de esta funesta camarilla” que no sólo ha hace nada por el interés público, sino que “siguen saqueando y lastimando con saña a la gente”.
A pesar de todo, les dijo, hay que “tener fe en que México se salvará”, es cosa de que nadie sea indiferente al porvenir: “La patria no la construyeron los héroes para ser mancillada por ambiciosos –acusó–; no es pedestal de oligarcas y bandidos. La patria es tierra para el bien de todos, para vivir con dignidad y justicia, para soñar y ser felices.”
Los gritos de ¡Obrador! ¡Obrador!, se alzaron de nueva cuenta. Faltaban segundos para las diez de la noche. Llegó la hora del “grito” clásico. Andrés Manuel traía una larga lista a invocar y lanzar vivas en esta significativa fecha del Bicentenario:
-Miguel Hidalgo, José María Morelos, Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario, Gertrudis Bocanegra, Ignacio Allende, Vicente Guerrero, Ignacio Aldama, los Héroes Anónimos, los indígenas, los campesinos, los obreros, los migrantes, los artistas, los maestros, los sectores productivos, los jóvenes, las mujeres, la cultura, los dirigentes sociales y políticos asesinados o desaparecidos por defender las causas populares.
A renglón seguido pidió ¡Libertad a los presos políticos! y gritó: ¡Abajo el mal gobierno! ¡Abajo los privilegios!, ¡Arriba los de Abajo!, ¡Viva la nueva República!, ¡Viva México!
López Obrador jaló el listón y comenzó a tocar la campana. Apenas si se escuchaba su sonido. Su tañido parecía contagiado por esa sensación de tristeza que flotaba en el ambiente. Y es que hay fechas que duelen mucho, ésta fue una.
No hay comentarios:
Publicar un comentario